Festivales/Streaming: crítica de «Nitram», de Justin Kurzel

Festivales/Streaming: crítica de «Nitram», de Justin Kurzel

El director de «Snowtown» narra la historia de un joven con serios problemas psicológicos que entra en una espiral de violencia en la Australia de los años ’90. Con Caleb Landry Jones (elegido mejor actor en Cannes por este rol), Judy Davis y Anthony LaPaglia.

Nitram no parece tener mucho control de lo que hace. Un joven de una intensidad inagotable pero también de una inocencia más que infantil, alguien que no parece tener demasiada idea del contexto en el que vive ni lo que lo rodea, el tipo posee algún tipo de desorden psicológico que la película jamás define específicamente. Interpretado por Caleb Landry Jones –ese lánguido y siempre un tanto inquietante intérprete estadounidense que ganó el premio al mejor actor por esta película en el Festival de Cannes–, Nitram no hace nada con su vida, su madre lo trata como si fuese una pesada carga (su padre lo «malcría» un poco más) y el chico vive metiéndose en problemas o en situaciones incómodas. En otras épocas se lo llamaría «el tonto del pueblo» (o «el loquito»), ese que todos ignoran, provocan o se burlan.

Nitram –es así como lo apodan, burlonamente, y su nombre real podría leerse invirtiendo el orden de las letras aunque la película nunca lo aclara– vive en estado de limbo permanente en un bonito pueblo costero de la isla australiana de Tasmania en los años ’90. Si no conocen la historia real en la que se basa este film del australiano Justin Kurzel (SNOWTOWN, MACBETH, THE TRUE STORY OF THE KELLY GANG) podrían suponer que lo que veremos no es más que el retrato de un personaje peculiar que, se va viendo con el correr de los minutos, puede volverse un tipo peligroso. Con sí mismo y con los demás. Solo viéndolo llegar a un lugar uno puede advertir que se trata de la clase de persona que, rápidamente, puede transformar todo en un caos casi sin quererlo.

Judy Davis y Anthony LaPaglia encarnan a sus padres, cuyos nombres tampoco se dan a conocer por motivos que también tienen que ver con la historia real. Ella tiene una muy complicada relación con el chico. Claramente superada por su indomable personalidad –o su delicada salud mental– ya no le tiene paciencia alguna y no hace más que enfrentarlo, desafiarlo, humillarlo y llevarlo aún más a los extremos. El, mientras tanto, le da algunos gustos (Nitram está obsesionado con los fuegos artificiales, corriendo siempre riesgos innecesarios con ellos, pero su padre se los da igual) y trata de ser más afectuoso con él. Su otro objetivo es comprar una bonita casa nueva para toda la familia y para eso viene ahorrando mucho dinero.

Ofreciendo sus discutibles servicios para cortar el pasto, Nitram conoce a Helen (Essie Davis), una excéntrica mujer que ronda los 50 años, vive sola con muchos perros y escucha todo el día las operetas musicales de Gilbert & Sullivan. La señora lo «contrata», se encariña con el muchacho y pronto le está comprando un coche, invitándolo a vivir con él («como amigos») y estableciendo una relación que parece un tanto más sana que la que él tiene con todos los demás. La mujer, además, es millonaria, y le da (casi) todos los gustos. La única que mira con sospechas e incomodidad la relación es la madre de Nitram, que Davis transforma en un ser desagradable y monstruoso, más allá de que uno pueda entender su agotamiento.

Como un Travis Bickle aún más frágil psicológicamente que el protagonista de TAXI DRIVER, después de un evento trágico del que será responsable aún sin quererlo, Nitram empezará a acumular broncas y, con eso, potenciales «enemigos» en su recorrido cotidiano sin rumbo. Puede ser un tal Jamie (Sam Keenan), experto surfer al que admira pero que se queda con la chica que le gusta. O los que terminan comprando la casa que le gustaba a su padre, haciéndolo entrar al hombre en un pozo depresivo. O cualquiera que se cruce en el camino y lo mire raro. Todo indica que la historia no terminará bien.

Kurzel arma un retrato agobiante de un personaje difícil, incómodo, sin autocontrol alguno. Intensificando los colores de esa siempre chirriante estética de la Australia profunda y utilizando la banda sonora para transmitir el estado mental del protagonista, el realizador australiano –que se caracteriza por contar con modos cinematográficos muy agresivos historias por lo general cruentas– va metiendo progresivamente al espectador en la cabeza del tal Nitram. Pero no justifica sus actos ni mucho menos, solo intenta que podamos entender, aunque sea un poco, la manera en la que actúa en función de su delicadísima salud mental y de las circunstancias que lo rodean.

La película es, también, una fuerte crítica al mínimo control que había entonces (y también ahora) en Australia respecto a la venta de armas. Pero, más que ninguna otra cosa, es un unipersonal del joven actor de HUYE! y TRES ANUNCIOS SOBRE UN CRIMEN, quien sostiene con su cuerpo, su rostro y su enervante actitud a un personaje inquietante como pocos en un film cuya historia tiene algunos puntos en común con la que Lynne Ramsay narró en TENEMOS QUE HABLAR DE KEVIN o con la mismísima ELEPHANT, de Gus Van Sant. Más que una película, NITRAM es una experiencia, un desolador viaje a lo más profundo de una mente perturbada.