Series: crítica de «Landscapers», de Ed Sinclair y Will Sharpe (HBO Max)

Series: crítica de «Landscapers», de Ed Sinclair y Will Sharpe (HBO Max)

Esta miniserie británica de cuatro episodios protagonizada por Olivia Colman y David Thewlis trata sobre una pareja que es acusada de haber matado a los padres de la mujer. Basada en un caso real.

El «true crime», tratado tanto desde el documental como desde la ficción, es el género que más fuerte ha calado en las series y miniseries desde que el streaming se volvió dominante. Es un tópico que se adecúa muy bien al tratamiento serializado, tanto por la complejidad de sus idas y vueltas narrativas –que pueden incluir investigaciones, juicios y retratos psicológicos–, como por ofrecer generalmente una serie de personajes muy distintos que se enfrentan entre sí. Y es cierto, también, que el género parece haberse estancado en una serie de fórmulas a ser repetidas ante cualquier circunstancia y tipo de personajes. Lo que nos parecía apasionante hace ocho o diez años hoy ya es «otra serie sobre criminales».

Si hay que celebrar algo en LANDSCAPERS es haber evitado eso. La serie no tiene mucho interés en repetir las fórmulas gastadas del «true crime«. Salvo por algunos ejes específicos de la investigación del caso, hay muy poco aquí que se parezca a otras series policiales. Es un producto sino original, al menos muy distinto a casi todo lo que se ve en la materia. Fundamentalmente, desde la manera cinematográfica y casi experimental en el que está trabajado. Más que el relato de un caso concreto, es una exploración psicológica y visual de las experiencias de dos probables asesinos en una serie que funciona como una mezcla entre una trama de género y una exploración artística sobre la idea de los recuerdos, la reconstrucción y, sobre todo, la codependencia y la soledad.

Lamentablemente, no funciona del todo bien. Y es una lástima que así sea porque tiene un par de extraordinarios protagonistas (Olivia Colman y David Thewlis), muchísimas ideas visuales y narrativas, y se propone hacer algo muy diferente a lo usual. Pero el inconveniente no es haberse salido de la norma ni haber tomado demasiados riesgos –aunque seguramente esa será la lectura de los que la hicieron– sino en que esas desviaciones a la fórmula raramente funcionan, parecen ser más el resultado del esfuerzo y del talento de un equipo creativo que quiere mostrar lo ingenioso y original que es pero que peca de creerse más importante que lo que tiene para contar. Cuando la estructura tiene más peso que el drama de los personajes, es muy complicado no perder la conexión emocional entre lo que pasa y los espectadores. Pregúntenle, sino, a Charlie Kaufman, otro que siempre está al borde de darse la cabeza contra su propio ombligo creativo.

La serie abre con el asunto, en principio, terminado. Un cartel dice: «En 2014, Susan y Christopher Edwards fueron condenados por asesinato y sentenciados a un mínimo de 25 años en prisión. Al día de hoy mantienen su inocencia«. Y de ahí la serie empezará a girar sus hélices hacia distintos puntos. El primer episodio quizás sea el más concentrado de todos y encuentra a Susan y a Christopher viviendo en Francia con muy poco dinero: dos excéntricos británicos, solitarios y cinéfilos, que se han encontrado el uno al otro y parecen funcionar de una manera entre amorosa y enfermiza. Ella gasta euros que no tiene en pósters de películas clásicas, fotos autografiadas de celebridades y falsifica cartas personales de Gerard Depardieu, actor que Christopher adora y que, a partir de esta falsa correspondencia, considera un amigo íntimo. El, en tanto, busca trabajo pero su limitado manejo del francés le impide conseguirlo.

Para la segunda mitad de ese primer episodio –y a partir de un error de Christopher, que da señales de su paradero al pedirle dinero a un familiar en Inglaterra, quien le comunica la información a la policía– saldrá a la luz la posibilidad de que, quince años atrás, ellos hayan matado a los padres de Susan. Los dos curiosos detectives –que parecen salidos de una comedia de los hermanos Coen– van a la casa de los ancianos a investigar y no tardan mucho en descubrir que ambos están enterrados desde entonces en el pequeño jardín trasero de su típicamente británico hogar. Y, a partir de una serie de curiosos emails entre ellos y Christopher, terminan convenciéndolos de que regresen y se entreguen a la policía. Y la pareja, ya sin dinero para seguir viviendo en Francia, lo hará. Están seguros, además, de su inocencia. O de la historia que tienen para contar acerca de lo que sucedió allí.

De entrada verán que el tratamiento visual es curioso. Las lentes que utiliza Will Sharpe (el director de FLOWERS y de THE ELECTRICAL LIFE OF LOUIS WAIN que reemplazó a Alexander Payne en el puesto) deforman los bordes de la pantalla, las actuaciones están muy alejadas del naturalismo y el curioso tono está sostenido también por un diseño de producción más cercano a la fábula y a la fantasía que al realismo duro y oscuro que usualmente ofrecen las series británicas. Ese tono irá enrareciéndose cada vez más con el correr de los episodios a partir de las confrontaciones entre recuerdos e hipótesis sobre el crimen que quizás cometieron. Y la conexión entre ese estilo y la historia estará dado por la cinefilia de ambos. No se sorprendan si en algún punto los ven convertidos en protagonistas de un western.

LANDSCAPERS organizará de allí en adelante sus tres siguientes episodios (la serie en total no excede los 160 minutos) como una confrontación entre los testimonios de Susan y Christopher –cada uno por su lado– y la investigación que hace la policía. Y cada una de esas versiones irá haciendo virar la estética de la serie cada vez más hacia la auto-referencia, no solo utilizando ejemplos cinematográficos sino desnudando la propia construcción del show, lo que usualmente se conoce como «romper la cuarta pared». Sharpe arma esas reconstrucciones como puestas en escena de distintas opciones y posibilidades, jugando con los formatos y los homenajes. El ancho de pantalla cambia constantemente, se pasa del color al blanco y negro y se imita la estética de películas que ambos aman, como los westerns protagonizados por Gary Cooper o EL ULTIMO METRO, de François Truffaut, con Depardieu y Catherine Deneuve. Y eso es solo el comienzo.

Es una idea inteligente que no termina de funcionar del todo bien. Al tener a dos potenciales criminales que son amantes del cine, jugar con sus recuerdos en distintos formatos cinematográficos tiene sentido, lo mismo que poner en duda –de ese modo– qué es real y qué es ficción en su historia. Ellos tienen una versión de los hechos que los deja relativamente bien parados y tratan de sostenerla a toda costa. Pero los detectives empiezan a hurgar en el pasado de la pareja (y de las familias de ambos) y se convencen que el asunto va mucho más lejos que lo que los acusados admiten o reconocen. Y esas idas y vueltas entre potenciales escenarios están jugadas desde el imaginario de cada uno de ellos.

La otra muy buena idea de la serie es dejar en segundo plano los detalles más específicos del caso en sí (que están analizados, de todos modos) para centrarse en la relación entre los protagonistas y, cada vez más, en el papel que juega la detective Emma Lansing (Kate O’Flynn), que empieza como un personaje casi caricaturesco pero va alcanzando una inesperada complejidad con el correr de los episodios. Lo que LANDSCAPERS pinta muy bien es la soledad, la desesperación y la angustia de ambos –pero más de Susan, otra genial creación de Colman– al separarse y tener que confrontar versiones del pasado que quizás no sean tan idénticas como parece en un principio. Y la parafernalia audiovisual por momentos nos distrae de esa conexión, nos tiene más pendientes de alguna nueva jugarreta formal que de identificarnos del todo con lo que les sucede a los protagonistas. Y eso crece con cada episodio.

Los actores hacen maravillas para que uno pueda igualmente no perderse en los laberintos mentales, visuales y psicológicos que plantea Sharpe. Es un equilibrio muy delicado el que la serie tiene que mantener y mi sensación es que lo empieza a perder cuando más lo necesita: cuando más debería acercarnos, más nos aleja. Los dos primeros episodios son bastante atrapantes e ingeniosos, pero cuando la crisis de los personajes aumenta también crece la pompa formal que los rodea y eso termina por ser agotador. El ejercicio narrativo que finalmente termina siendo LANDSCAPERS tiene su validez y su mérito, lo mismo que su encomiable intento por escaparle a las fórmulas repetidas del true crime, pero a veces la parafernalia puede comerse al drama y hacerle perder parte de su fuerza.