Estrenos online: crítica de «La tragedia de Macbeth», de Joel Coen (Apple TV+)
El mayor de los hermanos Coen dirige a Denzel Washington y a Frances McDormand en una extraña y sugerente adaptación de la clásica obra teatral de William Shakespeare.
Las palabras «William Shakespeare» y «los hermanos Coen» no suelen pensarse como parte de una misma frase. Pero hay otros motivos que permiten entender esta curiosa movida hacia una zona antes no explorada por los directores de SIMPLEMENTE SANGRE y FARGO. En principio, no es una película de «los Coen» sino de Joel Coen. Y si bien en anteriores films muchas veces su nombre aparecía en solitario, siempre se trató de un tecnicismo o una decisión personal, ya que eran películas hechas con su hermano Ethan. Este es un film que poco y nada tiene que ver con los anteriores que llevan su firma. Es una adaptación de LA TRAGEDIA DE MACBETH pura y dura, sin vueltas ni ironías ni juegos creativos curiosos. Quizás lo único que la conecta con la filmografía previa del realizador es su exactitud y su cuidado estético. Se trata de una película de una precisión formal como tienen pocas y eso es algo que siempre caracterizó a los Coen. Pero no esperen humor ni diálogos absurdos porque acá no hay nada de eso. Es cine de arte y ensayo de la vieja escuela. Si no fuera porque uno reconoce a sus protagonistas bien podría imaginar que estamos ante una película encontrada y restaurada que alguien filmó y perdió en algún subsuelo en los años ’30 o ’40 y que estuvo juntando polvo hasta ahora.
La fecha mencionada no es casual. Hay algo que transmite la película que refiere a un cine de aquella época, la misma en la que Orson Welles estrenó su propia versión de «la obra escocesa». El blanco y negro, el cuadro más cuadrado aún que el clásico (1.19 a 1 es la relación de aspecto entre el alto y el ancho de la pantalla), el trabajo sobre el espacio, la filmación en estudios, los ángulos de cámara, el estilo actoral. Todo refiere a épocas y formas que parecen pasadas de moda y que los cinéfilos tenemos siempre en un pedestal: el austero cine de Dreyer, el climático modo de organizar los espacios del cine soviético, la sobriedad del cine histórico de Rossellini, el misterioso encanto de cierto cine francés de los años ’40 y hasta la radicalidad estética del cine experimental.
A eso hay que sumarle otra referencia innegable: el mundo del teatro. No solo porque se trata de una adaptación del Bardo ni por los estilos actorales que suelen desprenderse del trabajo sobre ese tipo de textos sino porque el espacio cinematográfico parece tratado muchas veces como si fuera el de un escenario teatral: el humo que lo cubre todo, la luz que entra de modo rotundo generando potentes claroscuros, la manera en la que los fondos podrían estar cubiertos por cortinados inteligentemente disimulados. Si alguien dijera que esta versión se hizo originalmente en un teatro y se filmó allí –no en vivo, claramente– uno tendería a creer que es cierto. El espacio en el que transcurre LA TRAGEDIA DE MACBETH es más mental que físico, más pesadillesco que histórico.
El mayor de los Coen no hace grandes alteraciones a la historia tal cual fue escrita, según la leyenda, cinco siglos atrás. Están las brujas diciéndole al general escocés Macbeth, que vuelve de triunfar en combate, su profecía de que será rey; están sus crecientes ambiciones políticas mezcladas con sus miedos, pesadillas y perturbaciones; su más decidida esposa (Lady Macbeth) que toma la posta cuando el militar se enreda en su propia confusión; los brutales crímenes que se acumulan y la inevitable caída en desgracia, locura y muerte, tal como lo narra la historia original, más allá de precisas decisiones de reducción narrativa que los especialistas en la obra podrán dilucidar y analizar.
Y están los actores, que son fundamentales a la hora de que este tipo de proyectos vuelen o choquen contra el suelo. Y acá no hay fallas tampoco. Denzel Washington está llamado para roles como éste ya que su dicción clara y su manera un tanto portentosa de comunicarse naturaliza la complejidad de los textos y parlamentos originales, que han sido mantenidos en forma y estilo. Frances McDormand, por su parte, quizás haciendo un esfuerzo un poco más evidente (su estilo tiende a ser otro, mucho más naturalista y seco) saca también afuera el frenesí de ambición y locura de su personaje. Y lo mismo pasa con el resto de los actores, muchos de los cuáles (no todos, hay un par de caras conocidas como Brendan Gleeson y Stephen Root, entre otros) parecen haber sido revividos y puestos a actuar tras pasar algunos siglos enterrados en catacumbas. Sus rostros acumulan la historia de Europa.
Expresionista en su manera de usar algunos elementos clásicos de la obra (la forma de las brujas, los cuervos, el mítico bosque movedizo), por momentos abrumadora en su carácter casi de reliquia histórica –uno parece poder oler el polvo en la pantalla–, THE TRAGEDY OF MACBETH corría el riesgo de ser pisada por su propia construcción, hundida bajo el preciosismo de la puesta de Coen y del cuidado la fotografía de Bruno Delbonnel. Si no lo hace es porque, de un modo u otro, la obra está viva, en su áspera brutalidad y su angustiante desgarro. Y, especialmente, en la manera en la que sus temas siguen resonando como si retrataran hechos del pasado reciente. Si bien la película parece existir en un espacio cinematográfico hermético, un poco medieval y otro tanto alucinado, alejado de cualquier contacto con el mundo real (un GAME OF THRONES dirigido por Raúl Perrone si quieren ir a los extremos), sus motivos nos recuerdan que, aunque el mundo de hoy sea muy distinto al de entonces, esos mismos personajes siguen existiendo y viviendo entre nosotros.