Festivales: crítica de «Hive», de Blerta Basholli

Festivales: crítica de «Hive», de Blerta Basholli

En esta película premiada en Sundance que transcurre en Kosovo se cuenta la vida de la esposa de un desaparecido que trata de salir adelante creando un emprendimiento con otras mujeres de su pueblo en similar situación.

Premiada con tres de los galardones principales de la competencia internacional del Festival de Sundance –el Gran Premio del Jurado, el de mejor dirección y el del público– y recientemente elegida como una de las 15 finalistas al Oscar a mejor film internacional, HIVE es una de esas películas que funcionan por fuera del radar de los aplausos de la crítica y los rankings de fin de año pero que podrían terminar ganándole a los títulos más reconocidos y celebrados. Fundamentalmente porque es una película simple, sencilla, de esas que se suelen denominar crowdpleasers. Quizás no en un sentido estricto –ya que es una historia bastante dura– sino por la manera convencional en la que está estructurada, con un guión que parece sacado de una precisa fábrica productora de «contenido emotivo».

No es una historia ni una película para desmerecer, pero es tan prefabricado el relato, tan previsible cada uno de sus pasos y conflictos, que cuesta creer que se base en una historia real. Habría que pensar que se ha modificado mucho esa historia para hacerla existir dentro de un formato clásico de laboratorio de guión o bien que la vida real cada vez más tiene la estructura de un relato cinematográfico apetecible para audiencias internacionales. Lo cierto es que HIVE –una película de irreprochable dignidad, con un mensaje de empoderamiento y de lucha ante las peores circunstancias imaginables– funciona en la pantalla con la inercia formal y narrativa de una relato «políticamente correcto» de los años ’80 y casi sin resquicios por donde poder entrarle de una manera más sutil y no tan preformateada.

Si la película logra salirse de manual es, fundamentalmente, por la actuación de Yllka Gashi, la actriz de Albania que encarna a Fahrije, la protagonista de la historia. Una especie de realista Sandra Bullock de los Balcanes, Gashi interpreta a su personaje desde una casi silenciosa dignidad, sin salirse nunca de registro. La tarea de la mujer podrá ser admirable y digna de ser contada cinematográficamente, pero su forma de relacionarse con el mundo es un tanto distante, silenciosa, casi estoica. Es una mujer que ha sufrido mucho y que sigue sufriendo. Y eso se nota en cada uno de sus pasos. Aún cuando la historia apunte a algo épico, la cara amarga de Yllka la baja a algo parecido a la realidad.

Fahrije es la esposa de un desaparecido, quizás una viuda. No lo sabe porque Krusha, el pueblo de Kosovo en el que vive, ha sido víctima en 1999 de una masacre perpetrada por fuerzas serbias y, siete años después de esos eventos, hay tantos muertos confirmados como hombres que no han regresado a sus casas. Se los presume muertos también –tirados al mugriento río que atraviesa la ciudad–, pero no hay confirmación, ni cuerpos encontrados y algunos imaginan que quizás lograron escapar. De hecho, cuando la película empieza, se la ve a Fahrije abrir bolsas de cadáveres en camiones, chequeando si uno de ellos es su marido. Pero no, no está ahí.

La desaparición de su marido, apicultor, no es el único problema que Fahrije tiene. Los hombres que controlan –real o fácticamente– el pueblo no quieren que las mujeres trabajen y suponen que tienen que arreglarse continuando las tareas de sus maridos o recibiendo dinero de caridad y mínimas ayudas solidarias. Pero para Fahrije no es sencillo seguir con el trabajo de su marido porque no tiene habilidad natural para lidiar con las abejas y su mundo. Y el dinero solidario no le alcanza para mantener a su familia.

Lo que sí sabe hacer la mujer –como muchas otras allí– es «ajvar», una salsa de pimientos que es muy tradicional de la cocina de los Balcanes. Y su intención es convencer a las otras mujeres de su pueblo de producir esa pasta untable en cantidades, llegando a los supermercados locales. Pero no les será fácil. Los hombres del pueblo no ven con buenos ojos su decisión ni sus intentos por convencer a otras mujeres en igual situación de hacer un emprendimiento independiente a ellos. Tampoco su suegro y su hija mayor están convencidos, ya que ellos siguen pensando que su padre escapó y en cualquier momento volverá, casi atándola de pies y manos y haciéndole la vida, sino imposible, al menos muy complicada.

Es así que la circunspecta Fahrije debe lidiar con abusivos tipos de toda calaña, desde el que le vende los pimientos para hacer la salsa a los que traban o impiden –violenta o sutilmente– que pueda avanzar con sus planes de hacer un emprendimiento productivo con otras mujeres del pueblo. De hecho, cuando decide aprender a manejar para ser más productiva en su trabajo hasta le apedrean el coche. En medio de todo esto, la mujer vive con una mezcla de emociones la situación de su marido, ya que siente un dejo de hipocresía en el pueblo al respecto. En cierto modo, mantenerlo «vivo» les funciona como una forma de sostener la opresión hacia las mujeres y, en especial, a las que casi con seguridad son viudas.

Hay mucho material muy rico, dramáticamente hablando, en HIVE. Y quizás sean los temas secundarios los que mejor se tratan en el film, especialmente los ligados a la relación de Fahrije con su suegro y sus hijos, o la que ella tiene con Naza (Kumrije Hoxha), una mujer más grande e independiente que las otras. Pero el eje de la historia –el de sacar la producción de ajvar adelante pese a todos los contratiempos– tiene todos los «condimentos» propios de un guión armado por una procesadora de escenas efectistas. A tal punto que uno, en cierto momento, puede adivinar cuál escena continuará a la anterior y raramente se equivoque. Todo funciona así, hasta las imágenes y textos del final que cuentan y muestran más detalles de la historia real.

Pero convengamos que allí donde los críticos vemos trazos gruesos y subrayados, muchos espectadores –y especialmente los votantes de la Academia– ven humanas historias de superación personal y de emprendimientos artesanales en medio de terribles circunstancias. Y eso funciona aún mejor cuando esas cosas suceden en países exóticos donde la gente prepara comidas coloridas, bailan cuando hay motivos para festejar y, en general, los hombres no hacen más que arruinarlo todo aún solo con su desagradable presencia.

No quiero decir con esto que este tipo de cosas no sucedan o que estos personajes no existan (siempre hace falta aclarar que a uno puede no gustarle mucho una película por más que coincida ideológica o éticamente con lo que proponen), pero filmes como HIVE crecen en función de convenientes convenciones, las apilan como pins en sus solapas y no siempre van a lo profundo de los temas que tratan. Se quedan en la imagen vendedora, en la historia personal de superación, de empoderamiento y resiliencia, pero raramente exploran el fondo de ese tipo de conflictos sociales, políticos y culturales. No se sorprendan si gana el Oscar a la mejor película internacional. Tiene todo para hacerlo.