Festivales/Streaming: crítica de «Pleasure», de Ninja Thyberg
Esta película seleccionada para el Festival de Cannes 2020 sigue los pasos de una chica sueca que llega a Los Angeles con el objetivo de convertirse en una estrella porno.
Ya de entrada, en PLEASURE, queda claro que uno no verá aquí una convencional película sobre la industria de la pornografía. Y también es evidente que, detrás de cámara, hay una mirada que no es típicamente norteamericana, que está dispuesta a exponer y a exponerse, a tomar ciertos riesgos que hoy pocos se atreven a tomar. A mitad de camino, digamos, entre SHOWGIRLS y STARLET, con la franqueza sexual de la primera y el tono naturalista y casi documental de la segunda, esta película sueca que transcurre casi por completo en Los Angeles narra a su modo una historia contada mil veces, la de la llegada de una joven a Hollywood con ganas de triunfar y las dificultades y contradicciones que atraviesa en sus intentos de ascender en la «escalera social» de la industria. Solo que en este caso la industria es la del porno y la protagonista es una chica de 19 años recién llegada de Suecia.
Su comienzo en el aeropuerto permite al espectador no solo sonreír con el irónico guiño que da título al film sino ubicar a la protagonista como una literal recién llegada a Los Angeles, una chica rubia (la actriz de 22 años Sofía Kappel) que por asuntos que no se exploran demasiado –por suerte la película no necesita armar un trauma previo a su decisión y hasta en un momento ella hace una broma al respecto que sería difícil escuchar hoy en una película estadounidense sobre el mismo tema–, ha decidido cruzar el Atlántico y venir a probar suerte en el porno en la «capital del espectáculo».
Bella Cherry –tal es su nombre artístico– rápidamente empieza a trabajar y quizás lo primero que sorprenda es que el mundo que recorre parece mucho más convencional y hasta rutinario de lo que se podría pensar desde afuera. Tanto los managers y los empresarios como los directores y colegas del rubro se toman el asunto de un modo realmente profesional y, por más que los rodajes sean muy básicos y los primeros planos sean bastante gráficos, todo procede como una rutinaria tarea que consiste en presentarse en la filmación, firmar y filmar un contrato de consenso, cambiarse, maquillarse y, bueno, hacer lo que el director pida dentro de lo convenido por las partes.
La vida personal de Bella tampoco parece ser demasiado tensa. Pasa buena parte del día sacándose fotos o grabándose para subir material a sus redes sociales y hacerlas crecer (algo fundamental si se quiere conseguir trabajo en los últimos tiempos, parece) mientras vive en una «casa de modelos» (así le dicen) con otras tres colegas. Todas se tratan bastante bien: miran televisión juntas, se festejan los cumpleaños, se pasan tips de todo tipo –desde maquillaje hasta cómo posar en fotos pasando por determinados ejercicios o prácticas específicas del trabajo– y van tratando de integrarse a la industria participando en las fiestas, convenciones y eventos sociales que forman parte del circuito fuertemente masculino de la industria del porno en Los Angeles y aledaños.
En un rodaje y, luego, en uno de esos eventos, la chica descubre la existencia de las «Spiegler girls» (el agente Mark Spiegler se interpreta a sí mismo), una suerte de primera línea de estrellas porno que son más sofisticadas, tienen otros privilegios y parecen vivir mejor que ella y sus amigas. Y se propone llegar a ser parte de esa elite. Pero para serlo necesita algunas experiencias profesionales un tanto más ásperas, experiencias que todavía no posee y por las que tendrá que atravesar si quiere «llegar». Y ese aprendizaje, rápidamente, irá afectando su manera de relacionarse con el mundo que la rodea.
La realizadora sueca ya había hecho un corto, en 2013, llamado también PLEASURE, que se centraba en un mundo bastante similar a este, uno que viene investigando desde ya hace un buen tiempo. Y el film logra documentar muy bien ese lado un tanto opaco de la industria del porno, el día a día de la tarea y las precisas dificultades que tiene. Es esa necesidad de «crecimiento» la que la lleva a Bella a enredarse en situaciones un tanto más complicadas y dramáticas. Es así que, promediando un film que parece satisfecho con observar ese mundo en detalle, las cosas comienzan a oscurecerse. Algún rodaje que se vuelve complicado, algunas relaciones se enredan, pero siempre lejos de cualquier cliché: no hay armas ni cuchillos en la garganta y las situaciones de abuso sexual que existen están dentro del curioso y patriarcal marco de interpretación sobre el que la industria se apoya.
Algunos seguramente pensarán que es una mirada demasiado benévola a un mundo que se apoya en la explotación sexual (fundamentalmente, de las mujeres), pero Thyberg deja en claro su postura sin necesidad de discursos o llevar a su protagonista a atravesar situaciones de vida o muerte. El rodaje más cómodo de Bella es uno en el que la dirige una mujer, por ejemplo. Y la primera situación tensa que tiene que vivir en una filmación pone en evidencia que las reglas y consensos firmados no impiden ni evitan excesos ni abusos sino que son una forma «legal» de cubrirlos. Y hasta la propia chica, en su deseo de triunfar, se mete en situaciones un tanto complicadas, ya que el mercado del porno (y, digamos, la llamada «mirada masculina») le pide hacer más y más si quiere triunfar. Y a veces le es difícil separar la actuación de la realidad.
En su última parte, PLEASURE pierde un poco la ruta y el tono que traía ya que intenta dramatizar el recorrido de la protagonista en función de un conflicto específico que vuelve la experiencia un tanto más convencional. El uso dramático de la música también parece ir un poco en contra del clima naturalista que manejaba hasta el momento, por lo que a su última media hora se la siente más guionada, estructurada, menos libre. Pero la credibilidad no desaparece del todo, ya que el elenco compuesto en su mayoría por profesionales del porno, las muy realistas locaciones y la perversa ambigüedad que es parte intrínseca de la profesión permanecen, sostienen al film aún cuando su arco narrativo empieza a flaquear y hacen valiosa y, en muchos sentidos, reveladora a la experiencia.
Zzzzz…¡Tantas vueltas para decir que la directora sueca no está tanto en contra del «porno», sino a favor del «porno ético».