Series: crítica de «Peacemaker», de James Gunn (HBO Max)
Este «spin-off» de la saga «El escuadrón suicida», creada por el mismo director, se centra en las absurdas desventuras del nacionalista, sexista y rudo superhéroe «old school» de la factoría DC.
Los fans de James Gunn tendrán otro motivo para alegrarse gracias a PEACEMAKER, la serie spin-off de THE SUICIDE SQUAD escrita y con la mayoría de sus episodios también dirigidos por el realizador. Aquí reaparecen todos los temas que son comunes a su mundo: el amor por los productos y personajes más descastados de la cultura pop, la estética excesiva siempre al borde del camp, la pasión por rincones estilísticos musicales olvidados o poco reclamados (en este caso, el glam metal de los ’80), una incorrección política con guiñada de ojo incluida, los superhéroes de poca monta que necesitan de la ayuda de otros para triunfar, los problemas paternos-filiales y esas «familias sustitutas» de perdedores y marginales que terminan siendo los curiosos héroes de sus historias.
Todo eso convive, al principio con cierta dificultad pero luego de modo más efectivo, en esta serie que toma como personaje principal a uno de los superhéroes (¿o supervillanos?) más memorables de su versión de EL ESCUADRON SUICIDA. El tal PEACEMAKER –interpretado por John Cena, el ex campeón de lucha vuelto, como varios en su gremio, exitosa estrella de películas de acción– no es otra cosa que un personaje que bien podría entrar en la clásica categoría de white trash: racista, sexista, nacionalista, brusco, violento, egocéntrico, un poco torpe y no demasiado brillante. Los que vieron la película –o conocen los cómics– saben que su nombre es parte de la broma: su noción de «pacificar» es, básicamente, liquidar a todos los que se le opongan.
La serie «rescata» al personaje, que parecía liquidado tras el film, y lo devuelve a la acción tras pasar cuatro años en la cárcel por lo que sucedió allí (no lo revelaré, en caso de que no hayan visto la película). Pero el regreso al mundo de Christopher Smith (tal es su nombre real) no es nada feliz. El trailer en el que vive está destrozado, no tiene mucho que hacer con su vida, la visita a su padre (el brutal supremacista blanco Auggie Smith, interpretado por Robert Patrick) lo deja amargado y solo tiene por compañía a su fiel águila, que lo quiere al punto de abrazarlo con sus alas.
Pero una extraña oportunidad aparece cuando lo «convocan» para ser parte de una secreta operación llamada Butterfly en la que debe sumarse a un heterogéneo grupo liderado por el severo Clemson Murn (Chukwudi Iwuji) y que integran la entrenada especialista Emilia Harcourt (Jennifer Holland), el computer geek John Economos (Steve Agee), la recién llegada Leota Adebayo (Danielle Brooks), enviada por Amanda Waller (Viola Davis, en un cameo), y al que luego se sumará otro bizarro superhéroe llamado Vigilante (Freddie Stroma), una mezcla rara de nerd y sociópata que admira a Peacemaker por su brutal eficiencia.
Ya verán de qué va la Operación Butterfly en cuestión –no lo adelantaré acá porque tiene varios giros y sorpresas, aunque todo es bastante absurdo–, pero el recorrido principal de la serie tiene más que ver con ir recuperando algo así como la humanidad de Smith, cuya historia de origen familiar es bastante oscura y quizás sirva para explicar su manera de actuar y pensar. En ese sentido, el principal enfrentamiento de Peacemaker no tiene tanto que ver con el enemigo elegido como excusa para poner en funcionamiento la trama sino con su propio padre, quien lo ha venido torturando física y emocionalmente desde siempre.
Ese costado si se quiere sensible de la trama –que cobra peso promediando la temporada– no deja de lado para nada el lado más pop, lúdico y hasta absurdo del estilo Gunn. Los primeros episodios, especialmente, explotan el lado adolescente, burlón y un tanto trash que lo caracteriza. Con decenas de canciones del metal pop de todas las épocas (de Hanoi Rocks a Cinderella, pasando por Wig Wam, cuyo tema «Do Ya Wanna Taste It» musicaliza el absurdamente ochentoso clip de presentación de cada episodio), humor políticamente incorrecto que surge del desactualizado protagonista y escenas de acción y de sexo bastante francas, PEACEMAKER parece sostenerse solo a partir de una serie de guiños cool y no mucho más que eso.
Pero una vez que la mecánica grupal empieza a avanzar la serie crece, más que nada a partir de los desencuentros que tiene con sus compañeras Harcourt y Adebayo, que no responden a los estereotipos sexistas que el tipo sigue sosteniendo. De algún modo se puede decir que, sin dejar nunca de lado el interés por la acción, el humor y los homenajes a la cultura pop, PEACEMAKER es la historia de la evolución que hace este brusco y si se quiere «tóxico» superhéroe de la vieja guardia para convertirse en un tipo más humano y amable, más cercano a la sensibilidad actual en la materia. A su manera, claro, ya que ciertos hábitos no desaparecen fácilmente.
Estarán aquellos a quienes les moleste este giro. Es cierto: hay algo muy gracioso en la brusca y desactualizada torpeza narcisista de Peacemaker que lo hace único entre tanto superhéroe «evolucionado». Pero a la vez admitamos que es muy difícil que un personaje así, de una sola nota, tenga un desarrollo narrativo interesante. Si no hay algún tipo de «arco dramático» que lo sostenga, solo terminará siendo un mismo chiste que se repite cientos de veces. Eso, que funciona muy bien en un personaje secundario, se vuelve más complicado en un protagónico. Y Gunn apuesta a que los espectadores lo sigan en ese giro, tratando de no dejar del todo de lado las peculiaridades que volvieron al personaje interesante. Y, pese a algunos tropiezos en el camino, lo consigue.