Estrenos/Estrenos online: crítica de «House of Gucci», de Ridley Scott
Este ambicioso y extravagante film recorre la complicada y turbulenta historia de la familia Gucci a fines del siglo pasado. Con Lady Gaga, Adam Driver, Jeremy Irons, Jared Leto, Salma Hayek y Al Pacino.
La corrección está sobrevalorada. Era una de las cosas que pensaba mientras veía una de esas escenas de HOUSE OF GUCCI en la que distintos miembros del elenco –compuesto por Lady Gaga, Adam Driver, Jeremy Irons, Jared Leto, Salma Hayek y Al Pacino– parecían actuar en películas diferentes al mismo tiempo, con distintos registros, distintos acentos, distintas intensidades. Daba la impresión, a la vez, que muchos de ellos dependían más de su propia improvisación (Pacino, principalmente) que del guión escrito para ellos, desacomodando al resto de sus compañeros de escena y obligándolos a recalcular todo el tiempo. A Driver, el caos parecía causarle gracia. A Irons, irritación. Gaga y Leto, por su parte, parecían seguir en sus propios planetas «compositivos». En términos de lo que se debe hacer, uno podría alegar que muchas cosas están mal en esas escenas. Pero, quizás por estar en un momento más relajado de su carrera o acaso por estar más ocupado en degustar el catering en la Toscana, Ridley Scott dejó que todo eso fluyera con sus extraños ritmos, sus confusiones, tornando gran parte de las escenas en una apología de la imprevisibilidad. Que sea lo que tenga que ser…
Menos ampulosa que lo que podía dar a entender el trailer, HOUSE OF GUCCI se ganó esa reputación memeable por algunos momentos, frases, caras, vestuarios, peinados y expresiones de su elenco, en especial de Gaga y Leto, cuyas caracterizaciones son muy marcadas e idiosincráticas. Pero ambos son personajes más ricos que sus momentos más grotescos, tienen más zonas grises y fragilidades de lo que parecen a partir de sus respectivas macchiettas. Lo primero que saldrá a la luz son sus curiosos acentos, pero creo que es una película que hay que tomar como viene en ese sentido. Si querían realismo deberían haber contratado a un cast italiano. Scott y su equipo se propusieron hacer una comedia dramática jugando con los recursos clásicos y hasta los excesos de la commedia dell’arte pero, a la vez, conteniendo esa explosividad en el marco de un drama psicológico, casi una tragedia. Y, a los tropezones, funciona.
HOUSE OF GUCCI toma el punto de vista de Patrizia Reggiani (Gaga, muy metida en su papel) para entrar en el universo de la familia Gucci. Ella es la ambiciosa hijastra del dueño de una empresa de camiones que conoce en una fiesta, en los años ’70, a Maurizio Gucci (Adam Driver, que se sonríe durante media película como si no pudiera del todo creer lo que está viviendo). Ella lo busca para cruzárselo «casualmente» y Maurizio cae rendido ante su belleza y poder de convicción. El problema es que su padre Rodolfo (Jeremy Irons, que prefirió no pasarse de rosca en su caracterización, dejando que hablen sus finitos bigotes) desconfía de la mujer y le pone el clásico ultimátum: es ella o la empresa familiar. Y Maurizio la elige a ella y se va a trabajar limpiando camiones. A Patrizia le encanta su devoción pero eso de quedarse afuera de la familia y de sus lujos no le va en lo más mínimo. Y es así que empieza un largo y paciente trabajo «ladymacbethiano» de acercamiento al poder, uno que a Maurizio no parece importarle demasiado.
La puerta de entrada para la pareja pasa por Aldo Gucci (Pacino haciendo lo que tiene ganas, alla Brando en sus últimas décadas), el verdadero motor detrás de la compañía familiar de indumentaria en un momento de cambios y de apertura de mercado (los años ’80) a las clases medias que van a los shoppings. Aldo ve que la pareja es mucho más centrada y en principio confiable a la hora de pensar en elegir sucesores que su propio hijo, Paolo (un irreconocible Leto, cuya exagerada composición, debo admitir, me hizo recordar a algunos italianos que conozco), un tipo algo díscolo y sin demasiadas luces que quiere crear su propia línea de productos, todos ellos espantosos. Decepcionado con su hijo, Aldo ve en Maurizio y Patrizia a sus verdaderos herederos. Y sin querer lanza allí una guerra intrafamiliar que terminará arruinando acaso no la empresa pero sí el control familiar de ella. Una serie de duelos cruzados y puñaladas por la espalda que golpeará a todos de distintas maneras.
En la segunda mitad de sus quizás excesivos pero bastante fluidos 157 minutos de duración, HOUSE OF GUCCI se ocupará más en concreto de la disolución de la única sociedad que parecía seguir en pie en medio de todas esas batallas: la de Maurizio y Patrizia. Pero si no saben la historia real y las idas y vueltas de lo que sucedió allí los dejaré con la intriga. Lo cierto es que allí sí las performances se tornan más intensas (Driver ya no se ríe tanto y Gaga entra en modo sufrido/maquiavélico) y el drama empresario/familiar empieza a tomar características irreversibles para los Gucci. Como se sabe, la empresa continuó y creció muchísimo de entonces a ahora, pero ya no tiene miembros de la familia en su directorio. De hecho –en uno de esos raros cruces entre realidad y ficción– el actual dueño de la compañía madre que cobija a Gucci y a muchas otras firmas del rubro es François-Henri Pinault, el marido de Salma Hayek, quien encarna en la película a una «mentalista» que ayuda y aconseja a Patrizia, convirtiéndose en su amiga, confidente y algunas cosas más…
Es una película despareja y atonal, con una banda sonora de éxitos usados de manera bastante peculiar (ver abajo), y un director que claramente no es el más lógico para contar una historia que podría haber sido explosiva en manos de, por ejemplo, Martin Scorsese, quien alguna vez coqueteó con hacer un film sobre los Gucci. De hecho, la mejor película del año de Scott es EL ULTIMO DUELO, material que es mucho más apropiado para su universo y modos de relato. Sin embargo, en el cruce de sensibilidades entre un británico de estilo «manos a la obra» y una opereta italiana con tintes trágicos hay algo que trasciende a la propia historia, algo que quizás no hubiera aparecido en una sociedad más prolija y esperable entre tema y cineasta. Es lo que pasa, algunas veces, cuando un director hace una película acerca de un mundo al que no pertenece (digamos, por caso, el film de Wong Kar-wai en la Argentina, HAPPY TOGETHER). El realismo, en esos casos, suele brillar por su ausencia y uno puede contabilizar errores y problemas hasta el hartazgo, pero también puede apreciar que ese choque de miradas y sensibilidades genera algo inesperado e inusual. En HOUSE OF GUCCI pasa eso, todo el tiempo. Hay un choque permanente entre la ampulosidad de los personajes y las actuaciones y la fáctica organización del drama que los atraviesa. Y esa fricción le termina dando una vitalidad inesperada. Rara e imperfecta, pero placentera.