Estrenos online: crítica de «Joe Bell», de Reinaldo Marcus Green (HBO Max)
Este drama familiar se centra en un padre que inicia, junto a su hijo gay, un recorrido a pie por los Estados Unidos para concientizar a la gente sobre los peligros del «bullying» escolar. Con Mark Wahlberg, Connie Britton y Reid Miller.
La revista Variety tituló su crítica de JOE BELL de una manera muy elocuente y brutal, pero acaso un tanto injusta. «Una mala película con buenas intenciones» fue la frase elegida. Se puede decir que el título tiene más punch a la hora de captar la atención que, digamos, «una película con mejores intenciones que resultados» que es el que, creo yo, sería más justo con lo que es el film del director de MONSTERS AND MEN y la posterior REY RICHARD. Pero bueno, seguramente Variety prefiere exagerar para conseguir más clics ya que ese parece ser el camino actual de cierta parte de la crítica de cine.
La película –coescrita por los guionistas de SECRETO EN LA MONTAÑA, el novelista Larry McMurtry y Diana Ossana– se basa en un hecho real y quizás sea eso lo que la separa de cierto tufillo a «película de la semana» que por momentos tiene. Sí, es una película bienintencionada cuyo objetivo final es entender los traumas que puede causar el bullying, en especial los orientados hacia las elecciones sexuales de sus víctimas. Esta es la historia del tal Joe y de su hijo Jadin, contada en dos tiempos. De entrada vemos a Joe (Mark Wahlberg) con una barba larga, empujando un carro por un costado de la ruta. Del otro lado va Jadin (Reid Miller), acompañándolo en lo que, luego sabremos, es un recorrido a pie a través de los Estados Unidos parando en distintos pueblos y tratando de concientizar allí a la gente sobre la violencia ejercida contra su hijo en la escuela secundaria del pequeño pueblo de La Grange, Oregon.
Joe es un tradicional hombre blanco de case baja y de pueblo chico, casado (Connie Britton encarna a su mujer), amante del fútbol americano y no particularmente preparado para dar charlas de ese tipo. Y de entrada queda claro que nadie parece entusiasmarse demasiado con lo que tiene para decir. Ni siquiera su hijo, que lo mira como resignado. La película ahí volverá para contarnos la historia de lo que sucedió y porqué Joe está en esa suerte de penitencia/tarea social. Y empezará por el momento crucial en el que Jadin –que es el mayor de sus dos hijos– le cuenta a él que es gay y que le hacen bullying en la escuela.
Su reacción no es del todo habitual. No es una aceptación sincera pero tampoco, como podría temerse, un rechazo brutal. En su manera seca, un tanto negadora, lo que Joe le dice a su hijo es que se defienda de los bullies y que no se deje agredir. Queda claro que no termina de entender ni aceptar del todo lo que le cuenta su hijo pero está dispuesto a defenderlo de todos modos. Y lo que vive Jadin –más allá de tener una simpatía que parece a prueba de todo– es realmente espeso, ya que en la escuela se burlan de él, lo amenazan y agreden verbal y físicamente. Ni sus amigas ni sus disimulados romances alcanzan para mejorar su estado de ánimo. Y su padre, bueno, hace lo que puede, que no es mucho ya que en el fondo le molesta un poco el «qué dirán», algo que queda en evidencia cuando Jadin empieza a ser parte de las cheerleaders del equipo de fútbol del pueblo.
La historia pegará un giro inesperado justo promediando su duración que hará reconfigurar la manera en la que estamos viendo la historia –y entender un poco mejor los hechos y comportamientos– pero no cambiará lo esencial: el viaje que hace Joe no es solo uno de concientización para afuera sino uno personal, de penitencia, el de alguien que se castiga por cosas que, sabe, debería haber hecho de otra manera. Wahlberg interpreta muy bien a este hombro tosco, que intenta deconstruirse de una manera demasiado tímida (y poco convincente, hasta para él mismo) en función de lo que necesita su hijo y la propia situación. Se nota que predica una causa en la que no cree del todo y que, probablemente, si esto mismo hubiera pasado cuando él iba a la secundaria, seguramente habría estado del lado de los bullies.
La película, que tiene obvios puntos de contacto con BROKEBACK MOUNTAIN, tiene todas las trampas del filme de auto-ayuda, de deconstrucción, y pasa por los tópicos más predecibles del tema que trata. Pero a favor tiene, además de la actuación del cuarteto protagónico –los actores que encarnan a sus hijos, Reid Miller y Maxwell Jenkins, son también muy buenos–, una sensación de lugar muy lograda, una melancolía de carretera que crece con el paso de los minutos y las sorpresas que la propia historia real depara, que son seguramente muy distintas a las que podría haber elegido un guionista con más libertad para decidir sobre la suerte de los personajes. Es una película menor y con bastantes problemas, eso es innegable, pero también se lo siente como un film honesto sobre padres, hijos y todas las cosas que quedan en el medio.