Series: crítica de «Bilardo», de Ariel Rotter (HBO Max)
Esta serie documental de cuatro episodios es una recorrida por la peculiar vida personal y profesional del Doctor Carlos Salvador Bilardo, director técnico de la selección argentina campeona del mundo en 1986.
No es una tarea sencilla hacer un documental sobre Carlos Salvador Bilardo porque el propio Bilardo no es una persona sencilla. Más allá del personaje afable que fue cultivando en las últimas décadas –el que, como asegura inteligentemente Andrés Burgo, uno de los entrevistados de la serie, le permitió ganar el favor del público en su enfrentamiento con César Luis Menotti–, se trata de un hombre de aristas complejas, raras, algunas admirables y otras controvertidas. ¿Cómo se pone en la balanza y se analiza la vida del director técnico que sacó campeón y subcampeón mundial a la Argentina en dos mundiales consecutivos pero al que también se lo conoce por sus artimañas claramente antideportivas? ¿Se prioriza su pasión por el deporte y su devoción por la táctica y el sacrificio, suyo y el de los otros, o se cuestiona el potencial daño personal, familiar y hasta, si se quiere, filosófico que su forma de ver la vida y el deporte pueden haber causado?
BILARDO: EL DOCTOR DEL FUTBOL no puede plantearse la mayoría de estas cuestiones por un motivo claro y evidente: es un documental armado desde adentro, en casa, con la hija y la esposa de Carlos como principales entrevistadas y con mucho material en video aportado por ellas mismas. La serie documental dirigida por Ariel Rotter intenta darle espacios a otras voces (la del propio Menotti, el preparador físico Fernando Signorini y algunos periodistas un tanto más críticos), pero por lo general se mantiene dentro de una línea hagiográfica. Esto es: transformar algunas cuestiones reñidas con la ética de Bilardo es simpáticas anécdotas de un tipo apasionado que era capaz de cualquier cosa por ganar. Y ahí viene la pregunta filosófica más que deportiva al respecto: ¿es válido hacer cualquier cosa por ganar? Algunos aquí responden la pregunta y otros se sonríen, pícaros, tirando versiones de aquello de que «son cosas del fulbo».
La serie tiene cuatro episodios que se ocupan, fundamentalmente, de su llegada a la selección como reemplazo de Menotti –y un poco de su vida como jugador previa en Estudiantes, incluyendo la Copa Intercontinental de 1968 y su adoración por Osvaldo Zubeldía, técnico de aquel equipo–, del Mundial ’86, del Mundial ’90 y de los vaivenes de su vida de ahí en adelante. No es exhaustivo (su infancia, sus padres, su vida previa a ser jugador y estudiante de Medicina casi no se mencionan) y su organización va de lo cronológico a lo temático, pasando de un esquema narrativo a otro pero priorizando el anecdotario a partir de los testimonios de muchos de los jugadores de esos mundiales, desde Oscar Ruggeri a Julio Olarticoechea pasando por Ricardo Giusti, Nery Pumpido, Sergio Goycoechea, Jorge Burruchaga y «el Checho» Batista, además de Claudia Villafañe, la Brujita Verón, Diego Simeone y muchos otros personajes que fueron importantes en su vida como jugador y como técnico en diversas instituciones.
El profuso anecdotario que muchos conocemos empieza con sus constantes obsesiones, con sus cábalas, con su preocupación por los detalles futbolísticos y extra-futbolísticos (iba a las casas de sus jugadores a controlar qué comían y a recomendarles cómo tener sexo para no perder energías) y con sus famosas peculiaridades personales. Y luego toca algunos puntos más sensibles, en algunos casos literales como los famosos «alfileres» que él como jugador y luego sus dirigidos usaban (varios lo asumen) en las canchas o el célebre caso del bidón contaminado que se utilizó contra Brasil en el Mundial ’90 (y probablemente en otros partidos también) y del que bebió el jugador Branco. Cada uno podrá tener su opinión al respecto, pero digamos que algunos de esos hechos van más allá del concepto «anécdota colorida».
Donde la serie acierta más es en el eje centrado en su (falta de) vida familiar. Usando reiteradamente la canción de Julio Iglesias «Me olvidé de vivir» –que el propio Bilardo sentía como propia–, el documental va dando a entender la pesada carga que su devoción por el trabajo dejó en sus familiares. De todos modos, el tiempo va apaciguando los dolores y hoy parece que su esposa e hija aceptan bastante bien haber sido dejadas de lado por su obsesión futbolera. Lo que es un poco más extraño es que el propio DT pretendía que sus jugadores hicieran lo mismo que él. Algunos pudieron seguirle el ritmo. Otros no lo lograron.
BILARDO es una celebración de un personaje contradictorio y peculiar que, admito, no valoro tanto como lo hacen otros. No creo en su filosofía personal en casi ninguna de sus formas, más allá de aquella ligada al compromiso con lo que se hace. Y tampoco me pareció que sus equipos jugaran bien al fútbol. Habiendo sido testigo de toda esa época convengamos que, más allá de sus triunfos mundialistas, fueron ocho años donde ver jugar a la selección argentina era un verdadero suplicio solo salpicado por genialidades de Maradona, algo que la propia película reconoce. Pero el tiempo borró todo eso y quedan los clips de YouTube con las victorias, los goles agónicos y las anécdotas, por lo que es difícil intentar convencer a alguien que el DT de una selección que casi gana dos mundiales tenía un estilo futbolístico deplorable. Los resultados mandan y es una pelea perdida.
Me quedé con ganas de que se hablara más de fútbol en la serie. Si bien el tema está presente todo el tiempo, en general se lo hace desde lo anecdótico y no desde lo táctico o estratégico. Y si bien esto puede ser un poco árido para un espectador no futbolero, una mínima discusión sobre la forma de jugar de los equipos de Bilardo podía haber servido, algo que exceda el lugar común que dice que el tipo veía videos todo el tiempo y dibujaba cosas incomprensibles en los pizarrones. Se habla que fue un adelantado a su tiempo en muchos asuntos pero nunca se explica bien qué es lo que aportó tácticamente al fútbol internacional más allá de algunas vagas ideas sobre líneas de tres defensores, jugar sin wings y el asunto ese de los «laterales-volantes». Acá nadie dice que el concepto de «jugar bien» –entendido como algo vistoso, lindo, lujoso– no le interesaba y que sus victorias eran en base al sacrificio y al esfuerzo, pruebas que se superaban batiendo a los rivales por mínimas diferencias, algún detalle o conceptos mitologizados como corazón, garra o huevos. Poder explicar mejor sus ideas dentro de la cancha le permitiría al espectador medio, futbolero pero quizás no un especialista en tácticas, entender sus méritos como técnico. Que los tiene…
De todos modos, en sus cuatro episodios, es imposible pretender que BILARDO pueda cubrir todos sus hitos biográficos (su vida posterior al Mundial ’90 es bizarra e incluye una candidatura a presidente, dirigir a la selección de Libia y un programa de TV de «ficción» con Rodolfo Ranni), sus anécdotas, su vida familiar y sus conflictos. Es, como dije antes, un testimonio, un homenaje, una celebración amable y cariñosa a un hombre que, sin juzgar sus valores como persona, debe ser bastante más complicado de lo que se deja ver acá. Y uno puede ver la serie con verdadero interés (yo la vi en dos noches seguidas, prometiéndome ver un episodio por vez y terminando siempre en dos) porque lo que cuenta forma parte también de nuestra vida, nuestra historia personal y recuerdos. Y si bien uno puede dudar o cuestionar algunas cuestiones de su tono, es innegable que resulta difícil poder hacer algo muy diferente en función de la propuesta y de la propia situación actual –con severos problemas neurológicos e internado– de su protagonista. O, habría que decir, su homenajeado. Sus fanáticos, sin duda, la adorarán. Los que no lo somos tanto difícilmente podamos cambiar nuestra opinión sobre él.