Series: crítica de «Severance», de Dan Erickson y Ben Stiller (Apple TV+)
Esta enigmática serie dirigida por Ben Stiller y protagonizada por Adam Scott, John Turturro, Patricia Arquette y Christopher Walken se centra en lo que pasa en una misteriosa empresa en la que borran la memoria de sus empleados.
El procedimiento parece salvaje, pero acaso no lo sea del todo. Lo que tienen que hacer los empleados de Lumon Industries para entrar a la compañía es severo, brutal, cualquier persona normal lo rechazaría de inmediato pero, a fin de cuentas, en la vida real las cosas no son tan distintas. Menos directas y «clínicas», pero bastante parecidas en lo esencial. SEVERANCE, la serie creada por Dan Erickson cuyos episodios ha dirigido en su mayoría Ben Stiller, funciona como un ejercicio formal, una metáfora sobre el capitalismo en su grado más extremo y, al menos en parte de su trama, casi podría ser una pieza de algún autor del llamado teatro del absurdo.
¿Suena extraño? Bueno, SEVERANCE es una serie extraña, poco convencional. En ella, los protagonistas se la pasan caminando por pasillos durante una cantidad de segundos que parecen –en tiempos televisivos– una eternidad. Y algo parecido hacen mientras «trabajan» en sus computadoras, repitiendo movimientos y operaciones incomprensibles durante un buen rato. Y las conversaciones y pequeñas acciones que allí realizan bordean el absurdo: subir o bajar un panel, sacar o poner una foto, esconder algo en un cajón y luego sacarlo, abrir y cerrar puertas, una y otra vez. Hasta que algo se rompe y el edificio construido comienza, lentamente, a resquebrajarse.
La premisa narrativa de SEVERANCE es muy directa y potente, pero la manera en la que Stiller la pone en marcha va más por el lado de lo enigmático y hasta de lo incomprensible, optando más por la extrañeza del espectador que por su activa participación en desentrañar el misterio. De a poco eso va girando, pero de un modo poco usual. En ese sentido, como las mentes de sus protagonistas, aquí hay dos series en una separadas también por la fotografía, el movimiento de cámara y hasta algunas actuaciones de algunos de sus protagonistas a quienes vemos en ambos lados casi como si fueran personas diferentes.
Para entrar a trabajar a la enigmática empresa Lumon a los empleados se les exige someterse a una operación que consiste en dividir sus memorias entre las laborales y las personales. Esto es: cuando están trabajando desconocen quienes son fuera de la empresa y cuando están afuera no saben qué es lo que hacen allí adentro. Son dos seres disociados, desconocidos entre sí. El que está en la empresa no sabe nada del mundo ni de su pasado (existe en tanto está en ese lugar) mientras que el otro desconoce qué es lo que hace con su vida, digamos, en su horario laboral. La mayoría de los que aceptan ser parte de este sistema, se presupone, lo hacen para escapar de algún hecho turbulento o traumático en sus vidas.
El motivo de este sistema de dividir compartimientos, es de suponer, es que lo que hacen en Lumon es altamente peligroso o secreto. Pero si es así, no parece notarse. Son unas oficinas casi vacías, sin decoración alguna, pisos y pisos con pasillos y salones en los que casi nunca hay nadie. Y lo que hacen sus empleados es enigmático hasta para ellos: mueven unos números que ven en una pantalla y los ponen en carpetas por razones que ni ellos mismos entienden. El protagonista es Mark (Adam Scott, de PARKS AND RECREATION), a quien su severa y seca jefa Peggy (Patricia Arquette) le ha dado la responsabilidad de ser el jefe de su sector tras la sorpresiva y misteriosa partida del que estaba encargado de esa tarea.
Su primera función consiste en tomar una reemplazante, cuyo ingreso sirve al espectador para entender un poco cómo funciona el sistema. Ella es Helly (Britt Lower), quien no logra entender qué es lo que hace ahí y porqué se sometió a ese abusivo procedimiento. Incómoda con todo lo que la rodea, debe lidiar además con la severidad de sus jefes, que hacen uso y abuso de aquello de «vigilar y castigar», y de sus otros dos compañeros de oficina, Dylan (Zach Cherry) e Irving (John Turturro), serviles empleados que parecen tener «puesta la camiseta» de Lumon. Y por allí también pasa Burt (el gran Christopher Walken), cuya función deberán ustedes descubrir al ver la serie.
Y si Helly se «rompe» adentro de la empresa, el que empieza a tener sensaciones encontradas respecto a su trabajo es Mark, pero en su caso en sus horas libres. No por lo que le pasa a Helly (no olviden que ninguno de ellos recuerda afuera lo que vive adentro, ni siquiera reconocerían a alguien del trabajo en la calle si se lo cruzaran) sino porque afuera se topa con Petey (Yul Vázquez), el recién salido de la empresa, que parece haber logrado en cierto modo romper esa barrera de misterio entre ambos mundos pero sufre las consecuencias de esa ruptura. ¿Qué descubrió Petey que lo hizo salir? ¿Y qué consecuencias pueden llegar a sufrir los que se escapan o tratan de hacerlo?
Esos misterios son los que la serie irá descubriendo de a poco, haciendo ingresar primero al espectador en el extraño sistema que propone. La extrañeza no parte solamente del misterioso procedimiento de separación de recuerdos o de lo que hace realmente la empresa en cuestión sino que está presente en la puesta en escena clínica, casi de ciencia ficción, que maneja Stiller, además del estilo actoral casi robótico de los protagonistas en su versión laboral. Es, de vuelta, parecido a ver una obra teatral de Beckett o de similares autores que intentan ahondar en los misterios de la vida moderna alejándose del naturalismo imperante. Y eso, que ya no causa sorpresa alguna en los escenarios, es toda una rareza para una serie televisiva.
No siempre el ejercicio funciona. Los primeros episodios son por momentos un tanto áridos, ásperos, difíciles de desentrañar. Pero a la vez, ese distanciamiento formal, claramente buscado, también intriga, incomoda, inquieta y hace al espectador preguntarse por los temas que la serie propone. De a poco la intriga empieza a crecer, las conexiones a clarificarse hasta llegar a un cierre que pide a gritos continuación, como si todo lo que vimos hubiese sido una larga precuela de lo que está por venir. Pero más que ninguna otra cosa puntual de la trama, lo que SEVERANCE parece tener en su mira es hacer un comentario crítico, casi existencial, acerca de la demolición de la personalidad que trae aparejado el sistema laboral que existe en el capitalismo más puro y duro. Un loop eterno, imposible de quebrar, un esquema armado como una rueda infinita de la que, como dice la frase, nadie sale nunca vivo.