Estrenos: crítica de «Competencia oficial», de Mariano Cohn y Gastón Duprat

Estrenos: crítica de «Competencia oficial», de Mariano Cohn y Gastón Duprat

por - cine, Críticas, Estrenos
16 Mar, 2022 11:09 | comentarios

Los realizadores de «El hombre de al lado» dirigen a Penélope Cruz, Antonio Banderas y Oscar Martínez en una comedia que satiriza el mundo del cine de autor y los egos de todos los involucrados en él.

Hay un mecanismo que es integral a la obra de Mariano Cohn y Gastón Duprat. Sus películas –escritas usualmente por Andrés Duprat, hermano del segundo– presentan choques de opuestos: políticos, ideológicos, económicos, sociales, lo que sea. Dentro de ese esquema, uno de sus ejes favoritos es el mundo artístico. En sus películas se las han tomado con escritores, pintores, arquitectos. Y la oposición casi siempre está presentada de similar manera: pretensiosos versus populares, intelectuales versus «mercachifles» y, en ciertos casos, los que creen que están haciendo algo importante y fundamental para cambiar el mundo y los que piensan en ser accesibles y cobrar un buen cheque como resultado de su trabajo.

No hay favoritismos en sus películas: ambos contendientes suelen ser egoístas, despreciables y sin importar cuáles sean sus posturas públicas, lo que los moviliza es su ego desmedido. ¿Y qué mejor punchline para esa feria de vanidades que ir al mundo del cine? Especialmente, el cine arte, de autor, el que se considerar «importante». COMPETENCIA OFICIAL es una mirada que intenta ser mordaz sobre los descontrolados narcisismos de la industria cinematográfica. Y acá las víctimas/victimarios son directores, productores, pero sobre todo los actores, los más claramente identificados con esas características aunque claramente no los únicos.

En una película rodada en lo que parece ser una enorme y única locación –en la ficción es una fundación vacía utilizada como sala de ensayo–, y con poquísimos actores además de los tres protagonistas (imaginamos que la pandemia tuvo que ver con esto), lo nuevo de Cohn y Duprat enfrenta a dos actores, ambos divos a su manera, que le dan cuerpo y alma a las oposiciones antes mencionadas. Y a los que, por primera vez, les toca actuar juntos.

Iván Torres (Oscar Martínez) es un «maestro de actores» prestigioso e intelectual, que dice despreciar todo el universo del estrellato y la masividad que da el cine, y que se toma muy (demasiado) en serio a sí mismo. Félix Rivero (Antonio Banderas) es todo lo contrario: triunfador en Hollywood, amado por el público pero despreciado por la crítica, con millones de seguidores en redes sociales y casi todos los clichés de este tipo de celebridades. En algún punto, la imagen de cada personaje no es tan distinta a la que existe en la imaginación de la gente respecto a los actores que los interpretan.

Pero aquí aparece un personaje que se ubica en el medio entre ambos, una suerte de titiritera cuyo método de trabajo consistirá en explotar esas diferencias. Es Lola Cuevas (Penélope Cruz), una cineasta a la que se podría definir como excéntrica y personal (cualquier similitud con Lucrecia Martel quizás no sea casualidad) y que los une para adaptar una famosa novela escrita por un Premio Nobel que un millonario de la industria farmacéutica con ansias de cambiar su imagen pública (el correlato con la vida real es también obvio, al punto que hasta su mano derecha se llama Matías) compró, sin haber leído, para producir.

La película consistirá en los ensayos de ese otro film, el que harán en breve y que se centra en una lucha entre hermanos en apariencia muy distintos entre sí y que se llama, caray, Rivalidad. A partir de una serie de ejercicios, Cuevas irá llevando a los actores a extremos impensados, generando una competencia feroz entre ambos por lucirse y por humillar al otro. A su vez, la realizadora está en su propio ego-trip, generando enigmáticas pruebas que intentan agregarle otra capa de sentido a la película. Con ella, COMPETENCIA OFICIAL intentará parodiar ciertos excesos del cine de autor que los realizadores consideran como caprichos incomprensibles, gestos a los que se le imponen sentido porque en el fondo no los tienen.

Cohn-Duprat imitarán a esas películas, paródicamente, desde la puesta en escena. Planos excesivamente largos buscando un efecto cómico ligado a su extensión, otros –como el que abre y cierra la película– armados casi como una broma para críticos que buscan interpretar «qué es lo que quiso decir» y frases que suenan como grandes verdades pero en el fondo no tienen demasiado sentido más que para la propia cineasta.

Mientras tanto, el match actoral entre Martínez y Banderas correrá por carriles más convencionales: uno es un actor «del Método» y mete sus experiencias vitales en el personaje mientras que el otro prefiere aprender solo el guión y «actuar»; uno tiene varias novias, un valet personal y muchos requerimientos específicos mientras que el otro dice que quiere cobrar lo mínimo, viajar en el vuelo más barato y asegura que de ningún modo irá a la ceremonia del Oscar si es que le toca ganarlo. Ninguno, en el fondo, dice la verdad.

Quizás porque la película toca demasiado cerca el propio mundo al que pertenecen los realizadores y los tres actores, COMPETENCIA OFICIAL termina siendo la más liviana, tolerable y casi inofensiva de las películas de los directores de EL CIUDADANO ILUSTRE. Hay una malicia generalizada que es a la vez algo tontuela, más propia de una obra teatral de la calle Corrientes que de una película supuestamente ácida o controvertida. Ese ha sido siempre uno de los problemas del cine de Cohn-Duprat: se burlan de todo el mundo desde una supuesta altura que su propio material jamás alcanza. Los Coen, por citar una dupla con puntos en común con la argentina, operan a veces desde similar cinismo pero lo hacen con una elegancia y creatividad que raramente alcanzan los directores de este film.

Por momentos COMPETENCIA OFICIAL es disfrutable como un pasatiempo menor, viendo a tres famosos actores burlándose un poco de sí mismos, de los clichés del mundo en el que viven y trabajan, y riéndose con algunas bromas simples y efectivas que les toca interpretar. Cuando el film se torna más grave o intenta ponerse un poco más serio, se le notan sus limitaciones, lo esquemático de su planteo y de a poco va cayendo en la misma banalidad a la que supone estar criticando.