Estrenos: crítica de «Los ojos de Tammy Faye», de Michael Showalter
Esta biografía cuenta la historia de la célebre y peculiar esposa del reverendo Jim Bakker, interpretada por Jessica Chastain, premiada en el Festival de San Sebastián y fuerte candidata al Oscar a mejor actriz por su personificación de este curioso y contradictorio personaje.
Hay algo muy complicado que resolver cuando se hace la biografía de un personaje al que muchos tranquilamente podrían calificar como ridículo. ¿Utiliza un director todo su tiempo para burlarse de él y dejarlo en evidencia? ¿Tiene sentido hacer una película sobre un personaje solo para maltratarlo? Michael Showalter seguramente sabía que se compraba un problema cuando decidió hacer la biopic de Tammy Faye Bakker, la esposa del reverendo Jim Bakker, un famoso televangelista que creció en popularidad y escándalos entre los años ’70 y ’80. Y trató de encontrarle la vuelta.
Tammy Faye, interpretada por una camaleónica y por momentos irreconocible Jessica Chastain que viene encabezando la carrera por el Oscar a mejor actriz, era todo un personaje por derecho propio, una chica devota y religiosa pero también amante del dinero y los lujos, una carismática animadora y cantante (conducía con su marido algunos de sus programas de TV en canales religiosos) que podía usar los atuendos más chillones y todos los trucos posibles para recaudar dinero pero también una mujer solidaria y preocupada por lo que la iglesia tiende a llamar «las ovejas descarriadas».
La película contará su vida desde pequeña –una escena de niña demuestra su rara mezcla de devoción y gusto por el show off— y el eje estará puesto en su relación con Jim Bakker (el muy activo Andrew Garfield), a quien descubre como un alma gemela, alguien que predica con un ojo puesto en llenarse el bolsillo. Buena parte del éxito de estos reverendos estuvo ligado a su rechazo de ciertas tradiciones de humildad, pobreza y recato de parte de la iglesia prefiriendo difundir la idea de que no había contradicción alguna entre la devoción religiosa y el gusto por el dinero. Y si sus fieles le daban un porcentaje de su dinero, mejor todavía.
El crecimiento de Jim estuvo muy ligado a la popularidad de Tammy Faye, quien con sus marionetas conquistó primero al público infantil y luego, con sus canciones y su personalidad un tanto «colorida», hizo lo propio con los adultos. De a poco fue ganándose –o peleando por– un lugar en la mesa de los hombres que manejaban esa industria, algo casi imposible en esos círculos tan conservadores. Pero en paralelo su carrera empezó a enredarse a partir de los malos manejos comerciales de su marido, los excesivos gastos de la pareja y la forma un tanto ilícita en la que usaban los dineros de sus contribuyentes.
A eso hay que sumarle que Bakker tenía una doble vida con amantes hombres y ella, un tanto cansada de su falta de atención, empezó a tener sus propios amantes. Y pronto ese escándalo se volvió público, sumándose a los turbios manejos de Jim. En resumen: así como subieron tenían que caer. Lo que Showalter hace para evitar que THE EYES OF TAMMY FAYE –inspirada en un documental del mismo título del 2000– se convierta en un circo un tanto ridículo de personajes absurdos con sus costumbres excesivas, es tratar de convertir a su protagonista en una suerte de figura feminista. Quizás sea un poco exagerado, pero a su manera la mujer se supo hacer un lugar en un universo cien por ciento masculino.
El otro eje que permitiría conectar al espectador con Tammy Faye pasa por su manera más «inclusiva» de entender la religión. A diferencia de otros pastores que predicaban la versión más conservadora y tradicional del cristianismo, ella entendía que «Jesús ama a todos por igual» por lo que jamás rechazó a los homosexuales, llevó a su programa a personas con sida (en los años ’80 era algo rarísimo y, en un canal religioso, imposible) y tenía conversaciones sobre temas de sexo con su audiencia. Algo que no tardaría en enfrentarla con los «popes» del circo tele-evangelista, como el reverendo Jerry Falwell (Vincent D’Onofrio), que funciona como el verdadero villano de la historia.
No le es sencillo a Showalter poder encontrar esa conexión con los hábitos más nobles de un personaje que –por inocencia, omisión o a sabiendas– fue parte de una dupla que se dedicó en buena medida a estafar a sus fieles para solventar sus excesivos gastos y comodidades. El director tiene decidido que la mujer fue también víctima de esos manejos turbios de dinero, pero es difícil hacer convivir eso con la idea de que ella estaba muy metida en la cocina del show religioso que montó con su marido.
Y si el director de THEY CAME TOGETHER y THE BIG SICK logra que uno supere esa desconfianza inicial es porque Chastain hace esfuerzos casi sobrehumanos para que uno pueda entender qué pasaba por la cabeza de ese excéntrico personaje. No siempre lo logra –el personaje era tan negador, tan «cáscara pura», que es muy difícil saber realmente qué le pasaba por la cabeza–, pero al menos consigue que sus contradicciones sean tolerables para el espectador y no solo parte de un freak show religioso. La decisión de asumir que la heroína de la historia sea un personaje ambiguo y contradictorio es más que loable. Y si bien el film no es tan logrado como uno quisiera, abrazar la contradicción hasta las últimas consecuencias (ver, sino, el cierre de la película) es una idea no tan usual en el cine estadounidense del siglo XXI.