Series: crítica de «Pachinko», de Soo Hugh (Apple TV+)
Esta serie épica basada en la popular novela de 2017 de Min Jin Lee cuenta la historia plagada de sufrimientos y sacrificios de una familia coreana a través de varias generaciones. Con Youn Yuh-jung, Jin Ha y Lee Min-ho. Estreno del 25 de marzo, por Apple TV+.
Una saga épica –melodramática, grandiosa, atravesada por los grandes conflictos del siglo– pero también una historia familiar, de abuelos, padres e hijos, PACHINKO es uno de los mejores productos recientes de eso que solíamos llamar televisión. Es una producción ambiciosa que quizás podría equipararse a esas grandes sagas nacionales de cualquier época pero a la vez cuenta una historia muy precisa y específica, la de una familia coreana que se radicó en Japón antes de la Segunda Guerra Mundial y que fue víctima de una larga serie de crueldades y discriminaciones de todo tipo.
La serie de AppleTV+ está hablada en coreano y japonés (más lo primero que lo segundo, pero a veces van y vienen en la misma frase) y muy poco en inglés. Su elenco es fundamentalmente coreano y seguramente veremos a varios de ellos volver a llevarse premios en los próximos Emmy ya que no hay dudas que PACHINKO será candidata a varios. Y la que promete estar ahí es Youn Yuh-jung, la ganadora del Oscar por MINARI, que encarna aquí a la protagonista, Sunja, en el presente del relato.
La serie tiene una suerte de conclusión al final de la temporada, pero como no cubre todo lo que abarca el premiado libro de Min Jin Lee en el que se basa, es de esperar que continúe por varias más. En estos ocho episodios va y viene en el tiempo constantemente pero los dos focos principales en los que transcurre la acción son las décadas del ’20 y el ’30 del siglo pasado y el año 1989.
En la primera de ellas veremos la vida de Sunja desde su complicado nacimiento, su infancia en la pobreza y los giros que fue dando su vida a partir de su adolescencia en Yeongdo, una pequeña isla frente a Busan, Corea, país que en ese entonces estaba ocupado por los japoneses, quienes imponían férreamente sus reglas, su cultura y hasta su idioma. Interpretada aquí por la extraordinaria Kim Min-ha, Sunja atraviesa una complicada serie de circunstancias que la llevan a emigrar un tanto forzosamente a Japón, más precisamente a Osaka.
En 1989 seguiremos a Solomon Baek (Jin Ha), el nieto de Sunja, que regresa de Estados Unidos a Japón –país en el que su abuela se quedó a vivir y formó su familia no sin más dificultades– para trabajar en un banco. El hombre, si bien tiene también una historia personal complicada, ha crecido convencido de que para triunfar en los negocios debe asimilarse y prefiere pasar por alto cualquier tipo de comentario o discriminación respecto a su origen familiar coreano. Tema que, lamentablemente, no es menor en la cultura japonesa.
Esos dos ejes serán el cuerpo del relato de PACHINKO, nombre que hace referencia a un tipo de juego japonés similar al pinball en su formato específico pero con un funcionamiento y hasta un rol social más cercano al de un tragamonedas (tragaperras, slot machines), suerte de pasatiempo y juego de apuestas que no está socialmente muy bien visto. Especialmente –como es el caso de Baek Mozasu, hijo de Sunja y padre de Solomon– alguien es dueño de este tipo de locales, de baja reputación y que supuestamente se manejan con dineros sucios, de la famosa yakuza.
En esos dos tiempos paralelos lo que PACHINKO contará será una saga de sacrificios y sufrimientos de esta familia coreana por lo general a manos de los japoneses y en la manera en la que las distintas generaciones van logrando redescubrir sus orígenes y dejar de perseguir una asimilación que nunca se logra del todo. En un episodio que transcurre en 1923 y centrado en la vida de Koh Hansu (la superestrella coreana Lee Min-ho), personaje clave en la vida de Sunja, se describe en detalle la llamada Masacre de Kantō, en la que más de seis mil coreanos fueron asesinados por los locales tras un terremoto en Japón.
El tema discriminatorio, de todos modos, no es solo entre nacionalidades o etnias. También las mujeres sufren por los maltratos de los hombres y los que pertenecen a las clases bajas son constantemente humillados por los que tienen más poder y dinero. Y aún los que tienen una buena posición económica pueden ser marginados por no pertenecer a las «buenas familias», por su ideología política, por no haber ido a las escuelas correctas o por manejar los pachinkos en cuestión.
El tono elegido por la creadora –y sostenido a rajatabla por los dos directores de sus ocho episodios, los reconocidos Kogonada y Justin Chon, ambos coreano-norteamericanos– es el del clásico melodrama femenino, ese que puede sintetizar su trama en algo así como «los sacrificios de una mujer». PACHINKO es una historia que abarca la vida de Sunja y con solo ver lo que pasó en sus primeros veintitantos años ya es suficiente para darse cuenta lo que fue su vida entonces. Y eso que la trama aún no contó los años de la Segunda Guerra Mundial.
Y ese tono, más clásico que retro, más inspirado por la propia lógica dramática que por el gesto estético de «hacer un melodrama», funciona aquí a la perfección. Sobre el final de la temporada la serie cae un poco por la decisión un poco curiosa de incorporar un par de personajes y situaciones que alteran bastante el eje de lo que veníamos viendo, pero eso no le hace perder fuerza ni potencia. Se trata de un sólido producto, fuertemente enraizado también en la tradición de ciertos dramas asiáticos, de esos que dejan en claro que casi cualquier cosa que uno considere hoy un sacrificio empalidece frente a lo que tuvieron que sufrir nuestros abuelos.
Ni una mísera nominación a los premios esos «tan importantes».