Series: crítica de «WeCrashed», de Lee Eisenberg y Drew Crevello (AppleTV+)
Esta miniserie cuenta la extravagante vida y carrera empresarial de Adam Neumann, el creador de la compañía WeWork, junto a su mujer Rebekah Paltrow. Con Jared Leto y Anne Hathaway.
Como pasó con la reciente THE DROPOUT y, en cierta medida, con INVENTING ANNA, hay una evidente fascinación con las historias de ascensos y caídas en el mundo de los negocios millonarios ligados a Wall Street. En todos los casos se trata de personajes bastante peculiares que tienen lo que hay que tener para entrar en el sistema (carisma, desfachatez, narcisismo extremo, arrojo) pero no para sostenerse dentro de él. Dicho de otro modo: todo aquello que les sirve para ingresar en los círculos de poder y dinero es (o puede ser, dependiendo cada caso) lo mismo que después los arruina. El caso de Adam Neumann, acaso, sea paradigmático. Y esta serie, dirigida por la dupla de FOCUS y WHISKEY TANGO FOXTROT, John Requa y Glenn Ficarra, encuentra el adecuado tono para hacerla conocer al gran público.
Encarnado por Jared Leto en otro rol que le demanda un acento bastante exagerado –tras su papel en HOUSE OF GUCCI— pero no tanto maquillaje encima como suele ser su costumbre, Neumann es un empresario israelí que fundó la compañía WeWork, que se dedica a comprar pisos y diseñar oficinas compartidas en todo el mundo. Pero sus comienzos fueron mucho más pedestres. El tipo empezó su carrera con los negocios más peculiares –zapatos con tacos plegables o ropa de bebé con rodilleras– y no tenía forma de hacerlos funcionar. Su entusiasmo, su acento y sus ideas fantasiosas, de hecho, lo transformaban en la burla de muchos de sus colegas de estudio y potenciales clientes cuando ya vivía en Nueva York, en los 2000.
Hasta la propia Rebekah Paltrow (sí, prima de Gwyneth, interpretada aquí por Anne Hathaway) no lograba tomárselo en serio cuando la invitaba a salir y le contaba sus demenciales planes. Pero uno de ellos empezó a tomar forma. Asociado al arquitecto Miguel McKelvey (Kyle Marvin), Neumann tomó de sus experiencias juveniles comunitarias viviendo en un kibutz y se le ocurrió una buena idea: un lugar de trabajo compartido, que no solo modernice y abarate los conceptos de oficina clásicos para una generación con menos recursos y mínima necesidad de espacio físico sino que también lo convierta en un lugar social, de encuentro, una mezcla perfecta entre oficina y bar. «Un estilo de vida», diría él. «Un lugar para elevar la conciencia», diría ella, en su plan new age.
Lo que WECRASHED contará a lo largo de ocho episodios muy entretenidos, graciosos y con sus intrincadas vueltas de tuerca, es el recorrido de Neumann y su mujer en una empresa que armaron, hicieron crecer pero no supieron orientar, más que nada por su particular forma de hacer las cosas (gastos personales excesivos y bizarros, un concepto empresarial de «invertir para crecer» que jamás parecía revisar los estados de las cuentas bancarias y una filosofía de trabajo bastante curiosa), que no se ajusta para nada a lo que se les pide a estas empresas cuando dejan de ser algo pequeño y pasan a transformarse en una de las más grandes del país. «Un unicornio», como la llamaba la prensa en su momento.
Y la explosión para ellos –que se anuncia en el primer episodio y a la que se volverá en los últimos dos tras contar toda la historia a modo de un largo flashback— fue el momento en que se decidieron a hacer pública a la compañía. Esto es: llevarla a cotizar en la Bolsa. Pero al querer hacer eso, los números de la empresa ya dejan de ser privados, los accionistas quieren ver cómo se llevan las cuentas y las dispendiosas excentricidades de los Neumann ya dejan de ser tan simpáticas y reflejan más los caprichos de un adolescente intenso y un tanto descontrolado que tiene una tarjeta de crédito en el bolsillo y ningún problema en usarla.
De todos modos, la serie tiene una ingeniosa manera de observar a sus protagonistas. Sí, son unos millonarios que viven en su propia burbuja (o «nube de pedos», le diríamos acá), tienen características a veces odiosas y maleducadas, no tienen idea de cómo llevar adelante una empresa, pero a la vez hay en ellos una energía, un ímpetu y un deseo de cambiar las cosas que es elogiable. Lo hacen mal, claro, pero la serie escrita por sus creadores Eisenberg y Crevello celebra en cierta medida –algo similar a lo que hace Shonda Rhimes en INVENTANDO A ANNA— ese espíritu de ruptura, esa manera de meterse en Wall Street sin abandonar sus costumbres ni convertirse en sobrios y responsables llevadores de caja.
Las excentricidades de la pareja son muchas y la manera en la que manejan su empresa lo deja en claro. Parte de la diversión de la serie es verlas por lo que no tiene mucho sentido adelantarlas acá. Digamos, a modo de regla general, que Adam se comporta más bien como un chico creativo e irresponsable, más un motivador y un «vendedor de autos usados» que otra cosa –pone mucho énfasis, por ejemplo, en que siempre haya bebidas alcohólicas en los espacios de WeWork– mientras que Rebekah, una actriz que no logra desarrollarse en su profesión, pronto pasa a adquirir todos los clichés imaginables del comportamiento new age (yoga, espiritualidad, veganismo, performático cuidado del planeta), algo que choca bastante con su personalidad, fuertemente competitiva y casi tan narcisista como su marido. De algún modo extraño –y no sin conflictos– se llevan bien.
WECRASHED los hace recorrer mil desventuras personales y económicas a lo largo de un poco más de una década, pero siempre poniendo el foco en esa contradicción entre lo que se pide para entrar en el mundo de los millonarios negocios y lo que se necesita para permanecer. La ironía del personaje es que sin la audacia de caradura que lleva en la sangre (y que Leto captura a la perfección en un papel que, de haber sucedido esto veinte años antes, debería haberlo hecho Jim Carrey, a quien el actor y cantante por momentos parece imitar) quizás algo como WeWork y sus emprendimientos paralelos no existirían, pero esa misma falta de respeto a las tradiciones fue lo que lo terminó, de algún modo, condenando. Digo «de algún modo» porque lo que él puede considerar una derrota para la mayor parte de los mortales sería una enorme victoria.