Estrenos: crítica de «El buen patrón», de Fernando León de Aranoa
Esta sátira española ganadora de seis premios Goya se centra en la caótica vida, a lo largo de una semana, del peculiar dueño de una empresa de balanzas. Con Javier Bardem, Oscar de la Fuente, Manolo Soto y Almudena Amor.
Una sátira mordaz, efectiva de a ratos pero un tanto mecánica en su formulación, EL BUEN PATRON es una comedia negra que intenta hacer una pintura crítica del paternalismo empresarial al contar una semana y poco más en la vida del director de una tradicional y respetada compañía que se ve enfrentado a una inesperada serie de contratiempos. Con un espíritu clásico que parece beber de respetables tradiciones del género –tanto españolas como hollywoodenses–, el filme del realizador de FAMILIA y LOS LUNES AL SOL funciona casi como un film retro, una película rescatada de algún arcón de títulos inéditos de los años ’80.
Javier Bardem encarna a Julio Blanco, dueño de Básculas Blanco, una empresa que hace todo tipo de balanzas. Y de entrada quedan claras dos cosas: que intenta mostrarse como lo que dice el título del film y que, claramente, no lo es. La propia personificación –la actuación pero también el vestuario, peinado y maquillaje– de Bardem telegrafían el tono satírico de la propuesta. Es así que mientras da su discurso amable en el que trata a sus empleados como si fueran familiares o hijos es evidente que esconde algo más oscuro, quizás hasta siniestro. La manera en la que una de las becarias se despide de él con un «Te amo» es apenas la primera muestra.
EL BUEN PATRON tiene un truco estructural clásico también. Una inspección llegará a la fábrica para ver si le dan un importante premio regional por el que compiten con otras dos empresas. Y lo que Blanco quiere es mostrar la suya de la mejor manera posible. A lo largo del film usará a las balanzas que hace su compañía como metáfora para casi todo lo que dice querer buscar: perfección y equilibrio. Y espera, a la vez, que sus empleados sean fieles a esa gran familia. Que se pongan, literalmente, la camiseta de la empresa. Pero no es tan sencillo.
El guión le acumula problemas de todo tipo. Ha echado a José (Óscar de la Fuente), un empleado de larga data que, en lugar de aceptar la indemnización básica que le ofrecen, ha decidido exigir su reincorporación y acampa con sus dos hijos pequeños en la entrada de la empresa, cantando consignas a toda hora. En paralelo, su jefe de producción Miralles (Manolo Solo) sospecha que su esposa está teniendo un affaire con otro hombre y comete serios errores en su trabajo. Usando sus influencias y tratando de ayudar a un viejo empleado, Blanco logra que liberen a su hijo que está detenido tras golpear a un grupo de inmigrantes. Y, a falta de complicaciones, una nueva tanda de becarias llega a la compañía, entre las que se cuenta una, Liliana (Almudena Amor), con la que rápidamente quiere conectar. Y eso es algo que parece hasta mutuo.
A lo largo de sus casi dos horas de relato –un tanto excesivas para un film que quiere tener el ritmo de una película al estilo de las de Billy Wilder o de sus propios referentes ibéricos como Luis García Berlanga–, EL BUEN PATRON va enredando cada vez más la vida de Blanco. La inspección se acerca y José no quiere dejar de protestar con cantitos cada vez más absurdos y creativos. Miralles entra en una espiral descendiente y empiezan a haber disputas internas en la empresa por quedarse con su puesto. Y las miradas con Liliana pasan a los hechos, lo cual complica a Blanco de una manera que quizás no sea la esperada. Y el chico que sale de la cárcel, obviamente, tampoco será un dechado de virtudes una vez afuera.
Lo más interesante de EL BUEN PATRON pasa por la manera en la que pone el ojo crítico en ese tipo de empresas y empresarios que no pertenecen a grandes corporaciones multinacionales ni mucho menos sino en los dueños de compañías afincadas en una ciudad (aquí jamás se la nombra), insertados en los manejos políticos locales y respetados en sus círculos sociales. Tipos que tratan de ser vistos algo así como «pilares de la comunidad», que actúan como patrones de estancia y que abrazan a sus empleados suponiendo que ellos quieren ser abrazados. Esperan, además, que cuando haya problemas todos agachen la cabeza y acepten lo que se les pide. Pero no. Eso no siempre sucede.
La película –que ganó seis premios Goya, incluyendo mejor película, director, actor y guión– pierde puntos por dos motivos fundamentales. Su estructura es tan cuidada que raramente respira con libertad. Todo el tiempo se tiene la impresión que el guión es la prioridad absoluta y que todo lo demás es simplemente subrayar visualmente lo que se dice ahí, que puede ser efectivo pero no es muy sutil que digamos. Un poco como sucede con algunas «comedias sociales» recientes de Ken Loach o las películas que hacía Juan José Campanella en la época de LUNA DE AVELLANEDA (antes de sus giros políticos recientes), uno puede coincidir con el espíritu crítico de la propuesta pero quedarse un poco afuera de los mecanismos utilizados para ponerla en escena.
Y por algunas decisiones de ese mismo guión una vez avanzada la trama, EL BUEN PATRON equivoca también el camino al entrar en un reparto de crueldad generalizado que termina debilitando su propia postura política, lanzando dardos satíricos a casi todos los protagonistas, la mayoría de los cuáles parece solamente pendiente de cuidar sus propios intereses y nada más que eso. Los mejores apuntes del film de León de Aranoa pasan por sus momentos cómicos, la mayoría de las veces ligados al despedido José, acaso el único de todos los personajes que no conoce de dobleces y quién parece haber encontrado su lugar en el mundo en esto de dedicarse a la protesta callejera. Con rimas asonantes, si no salen de las otras…