Estrenos online: crítica de «We’re All Going to the World’s Fair», de Jane Schoenbrun

Estrenos online: crítica de «We’re All Going to the World’s Fair», de Jane Schoenbrun

Este minimalista drama de terror se centra en una adolescente que entra a participar en un juego de rol online que puede tener peligrosas consecuencias en la vida real.

Qué es internet –más precisamente, las redes sociales– sino un no-lugar en el que la realidad y la fantasía se mezclan, en el que los límites entre la verdad y la mentira son difusos, casi indefinibles. Historias en las que adolescentes (y no tanto) han sido «captados», seducidos o engañados por ese otro, fantasmagórico y virtual, que está del otro lado de la red hay miles. Pero la pandemia (y los confinamientos) engendraron quizás un modelo más avanzado: el de la virtualidad como única compañía, ya no como mundo paralelo sino como el mundo. Y sin referencias por fuera de lo que ahí sucede, es difícil sostener algo parecido a la cordura.

WE’RE ALL GOING TO THE WORLD’S FAIR, película que fue sensación en Sundance 2021 y que ahora ha empezado a circular internacional (y digitalmente), toma ese no-lugar que es internet y lo construye como el escenario del propio film. Es una historia que involucra a solo dos actores, cada uno en su propio espacio (muy distintos entre sí), jugando un juego un tanto peligroso con el difuso fin de combatir la soledad y de entregarle algún tipo de vibración y misterio a sus vidas.

A Casey (la debutante Anna Cobb) le gusta el terror y jugar con el miedo. Mientras le habla a cámara –que funciona como la cámara de su computadora– vemos de entrada que está entrando a uno de esos desafíos online de consecuencias imprevisibles. Se trata de un RPG (juego de rol) llamado The World’s Fair en el que los participantes deben pincharse el dedo hasta hacerlo sangrar, pintar el monitor con esa sangre y repetir tres veces la frase «I want to go to the World’s Fair» («Quiero ir a la Feria Mundial»). Al completar esa tarea, supuestamente, sus cuerpos deberían empezar de a poco a sufrir transformaciones físicas, cambios que ellos deben ir documentando online, grabándose al empezar a sentirlos.

Casey se mete de lleno en el asunto. Es que la chica, adolescente, se la pasa casi todo el tiempo en un ático sin contacto con nadie. Cada tanto se escucha a su padre pedirle que baje el volumen de algo, pero nunca se lo ve y queda claro que tienen una mínima relación. Los pocos planos del exterior que se ven muestran, con un típico estilo de cine independiente norteamericano, enormes y vacíos estacionamientos, negocios de grandes cadenas que parecen desiertos y autopistas desoladoras. No hay, parece, un mundo real apetecible afuera. Si algo puede pasarle a Casey será «en la Feria Mundial». ¿Pero qué es realmente eso?

WE’RE ALL GOING TO THE WORLD’S FAIR va mostrando a Casey mientras se involucra más y más en el asunto. Al principio nadie parece prestarle demasiada atención hasta que un tal JLB (Michael J. Rogers) empieza a enviarle mensajes y mandarle videos bastante temibles con una voz distorsionada y desafiante. Y Casey, necesitada de que el juego empiece a afectarla de una forma que parece no estar funcionando, va enredándose más y más en la búsqueda, viendo a otros participantes del juego y grabándose en cualquier tipo de circunstancia.

Pronto queda en evidencia que JLB es un tipo más grande que ella (es el único otro actor que se ve en la película, más allá de los videos que se ven de otros participantes del juego) y que no es muy claro lo que busca. ¿Hay algo de grooming en todo esto? ¿De peligrosa trampa mortal para Casey y los otros participantes? ¿Es realmente un hechizo peligroso o no es más que un intenso juego de rol para no aburrirse en soledad?

El film de Schoenbrun es y no es un film de terror. No acata los principios más clásicos del género pero sí va presentando una atmósfera que se va volviendo más enrarecida y atemorizante con el correr de los minutos. Con música de Alex G. en plan indie melancólico, producción de David Lowery (cuya A GHOST STORY conecta en tono al menos con este film), WE’RE ALL GOING TO THE WORLD’S FAIR presenta un terror más existencial que otra cosa, uno que sucede en la mente de la protagonista y de los espectadores, sin que sepamos realmente si va más allá de eso.

Formalmente es un desafío que la realizadora resuelve muy bien ya que buena parte de la película consiste en la protagonista mirando y hablando a cámara, además de mostrar muchos de los videos de los que ella graba para ser vistos por los otros participantes. Esa decisión deja en claro que, para los protagonistas, el mundo en el que viven, su realidad, es la online, y que el resto es casi un background difuso, el mundo real como fondo de pantalla.

El otro punto atemorizante del film tiene que ver con la manera en la que estos submundos virtuales crean su propia lógica y reglas, llevando a los participantes muchas veces a disociarse por completo de la realidad. Hemos visto muchos casos, especialmente en los últimos años, de teorías conspirativas o excesos de todo tipo generados en cerradas comunidades online. Y el caso que se muestra aquí –uno que hace fácilmente confundible lo real con lo virtual, el rol con la persona– bien podría ser uno de esos.

La directora, sin embargo, tiene la inteligencia de no juzgar ni de armar un cuadro de héroes y villanos, de explotadores y explotados por un sistema. Está claro que lo existe, que eso está ahí presente, pero lo que reina también es la confusión y la necesidad de contactar con algún otro sea como sea, aún sabiendo que se corren riesgos al hacerlo. Y en ese océano de mentiras, avatares e inseguridades, muchas veces lo que prima no está ligado necesariamente a algo criminal sino a la soledad, la angustia y la desesperación. Y esta película, jugando con algunos códigos del cine de terror, lo que retrata muy bien es exactamente eso.