Series: reseña de «Atlanta: Temporada 3 – Episodios 1/3», de Donald Glover (Netflix)
Tras un misterioso primer episodio, esta extraordinaria serie se reencuentra con sus protagonistas mientras están de gira por Europa atravesando varios encuentros sorprendentes y peligrosos. Con Donald Glover, Zazie Beets, Brian Tyree Henry y Lakeith Stanfield.
Esta serie única dentro del panorama televisivo sigue apostando cada vez más fuerte, alejándose del que parecía ser su origen –una comedia sobre un grupo de amigos intentando ganarse la vida en el mundo del hip-hop en Atlanta, Georgia– y acercándose cada vez más hacia una zona que coquetea con el surrealismo, el absurdo, el humor político y hasta el cine de terror. Cualquier cosa puede suceder en ATLANTA y eso ya es parte del código de la serie, lo que predispone al espectador a esperar lo inesperado y a dejarse llevar hacia donde Glover y sus colaboradores lo deseen.
Después de cuatro años de ausencia, la serie muestra su desinterés por las reglas del mercado de entrada, con un episodio entero que no incluye a ninguno de sus protagonistas (solo aparece uno de ellos, al final) y que bien podría ubicarse como uno de los mejores films de horror del año. Es la manera en la que ATLANTA tiene, además, de poner en juego la mayoría de los temas que serán importantes este año, ligados al racismo oculto o disimulado que existe en el mundo blanco bajo la fachada de la «integración».
En poco más de media hora, el director de la gran mayoría de los episodios, Hiro Murai, cuenta ahí una historia basada en un terrible hecho real centrada en un niño afroamericano que es sacado de su problemática casa por los servicios sociales y entregado en custodia a una pareja de aparentemente muy amables y «políticamente correctas» mujeres que ya tiene otros niños bajo su cuidado. Lo inquietante de este oscuro y tenebroso episodio es cómo trastoca (de un modo similar a las películas de Jordan Peele, en especial GET OUT) las expectativas de esos personajes blancos que se presentan ante el mundo como «solidarios», bienpensantes y respetuosos.
Y ese tipo de encuentros o choques marcará los otros dos episodios, que ahora tienen a los protagonistas recorriendo Europa (Paper Boi ya es un rapero bastante más famoso que antes) y atravesando encuentros similares en cuanto al choque entre lo amables y «progresistas» que parecen y lo oscuros, extraños y racistas que terminan siendo cuando uno atraviesa la superficie y la presentación pública.
En el segundo episodio están en Amsterdam antes de la presentación del rapero en un show. Por un lado, Ernest (Glover) saca a Paperboi (Brian Tyree Henry) de la cárcel tras un incidente en el hotel que ocurrió la noche anterior y, por otro, Darius (Lakeith Stanfield) va a buscar a Van (Zazie Beets) al aeropuerto y se enredan en un raro recorrido por la ciudad. Sin adelantar lo que sucede, ambas subtramas van mostrando un similar patrón de conducta, con los personajes topándose con amables locales que luego prueban acaso no serlo tanto. Una particular celebración navideña que se hace en los Países Bajos jugará un rol clave en ese giro.
El tercer episodio los encuentra a los cuatro ya en Londres yendo a una fiesta secreta de un millonario en la que, también, seguiremos algunos juegos de poder en los que la raza es parte clave en el desarrollo de los acontecimientos. Y al menos tres de los cuatro se verán enredados en incómodas situaciones ligadas a esa percepción, incluyendo la variante «sobreactuación» de aquellos que se consideran, digamos, aliados. Por un lado o por otro, da la impresión que casi nadie sabe cómo actuar frente a los protagonistas de una manera natural.
Pero la lectura temática no es la única importante en ATLANTA. Formalmente la serie presenta continuos desafíos, yendo de una historia a otra, de una anécdota a otra, como si el derrotero de los personajes fuese casual, a los golpes, de esa manera en la que algunos acontecimientos se vivencian –con sorpresa, extrañeza, gracia o hasta terror– cuando uno es turista en lugares en los que uno no conoce demasiado bien los hábitos locales.
Al salir del mundo habitual en el que se solían mover los personajes, la serie no solo cambia la estética y la geografía sino que le suma toda una nueva y constante caja de sorpresas. Paperboi se fascina por cómo lo tratan en la cárcel y Van parece encantada con una emotiva ceremonia fúnebre –por citar un par de situaciones que atraviesan–, pero de a poco se dan cuenta que las cosas no son tan amables ni políticamente correctas como parecen.
Murai es una parte importante del tono entre somnoliento y asombrado que los episodios tienen, obviamente, lo mismo que Stephen Glover (el hermano de Donald), que es guionista de varios de los más extravagantes. De su parte también viene esa sensación que uno tiene al ver la serie, que es más cercana a David Lynch que a cualquier otra cosa que se vea en televisión.
Es una serie enrarecida, por momentos muy graciosa, en la que el espectador mira todo con extrañeza a partir de los ojos siempre sorprendidos o consternados de los protagonistas. Nada es del todo lo que parece ser en el mundo según ATLANTA. Ni en el sur de los Estados Unidos ni en las supuestamente más cosmopolitas grandes ciudades de Europa.