Cannes 2022: crítica de «Boy From Heaven», de Tarik Saleh (Competencia)
Este políticamente arriesgado pero convencional thriller egipcio se centra en las manipulaciones por detrás de la elección del Gran Imán de Al-Azhar, importante autoridad islámica.
Políticamente atrevida pero estética y narrativamente muy convencional, BOY FROM HEAVEN es un thriller político que transcurre dentro de la Universidad Al-Azhar, en El Cairo, y en el que se lidia con fraudulentas elecciones, espionaje, bandos enfrentados en lo religioso, además de crímenes sin aparente solución. Todo esto suena a thriller de Netflix o a best seller de aeropuerto y lo es, solo que sucede en un mundo poco explorado, al menos en el cine.
Es que en esa prestigiosa universidad religiosa egipcia, en la que se enseña el Islam hace más de 1200 años, empiezan a suceder cosas extrañas. El espectador accede a ese mundo acompañando a un recién llegado, un joven llamado Adam (Tawfeek Barhom) que vive en un pueblo costero de pescadores y que es becado para ir a estudiar allí, algo que su severo padre accede por motivos más religiosos que académicos.
Como una versión egipcia y religiosa de EL ESTUDIANTE, de Santiago Mitre, el inocente Adam llega a la gigantesca universidad y, apenas la pisa, se ve enredado en una muerte, un asesinato y una conspiración política que terminan teniéndolo como protagonista principal. Lo que dispara la acción es la muerte del Gran Iman de Al-Azhar, considerado por muchos como la máxima autoridad islámica, y la inmediata elección de su representante. Es importante porque, como es el caso del Papa en la Iglesia católica, son puestos de por vida, muy influyentes y hasta pueden sentar jurisprudencia religiosa en ciertos temas.
Pero el gobierno egipcio quiere meter mano en esa elección y pone sus fichas en un posible reemplazante, alineado con el presidente. Y para torcer destinos, tienen allá un espía dispuesto a ensuciar el asunto. Pero el espía muere (es asesinado brutalmente) y al que le cae el trabajito en cuestión es al poco preparado Adam, quien es manipulado por el Coronel Ibrahim (Fares Fares) para operar en favor de su candidato, comprometiendo a los otros dos que están en la pelea por el puesto.
Es así que el chico se convierte en un doble o triple agente, lidiando con su conciencia pero obligado por las circunstancias (chantajeado, de hecho) a moverse entre ultra-religiosos, imanes que tienen una vida personal no del todo compatible con lo que enseñan y distintos grupos dentro y fuera de la universidad, ya que los políticos y los militares que integran el gobierno de turno tienen entre sí también sus diferencias de criterio y de modos de actuar.
Lo mejor de la película –que, insisto, bien podría dar para una serie de streaming– es el mundo en el que se mueve, como si EL NOMBRE DE LA ROSA se trasladara a Egipto y al siglo XXI. A eso hay que sumarle la audacia crítica del realizador de THE NILE HILTON INCIDENT, radicado en Suecia, que muestra a la mayor parte de los poderes religiosos y políticos de su país como completamente corruptos, violentos e hipócritas. Pero en términos de credibilidad, desarrollo de personajes y ritmo narrativo no es mejor que cualquier thriller convencional de esos que jamás llegarían a una competencia en un festival como el de Cannes.
Se entiende que el film de Saleh se ganó su lugar aquí más por motivos políticos que cinematográficos, algo que no suele ser usual en este festival, que solía evitar este tipo de «compromisos» al menos en la competencia. De todos modos –y más allá de un final un poco enredado y torpe– BOY FROM HEAVEN no deja de ser un relato entretenido y que genera mucha curiosidad. Si uno se la cruza una tarde de fin de semana en alguna plataforma de streaming seguramente la disfrutará más que acá.