Cannes 2022: crítica de «Final Cut», de Michel Hazanavicius (Apertura)
Remake de la película japonesa «One Cut of the Dead», esta comedia de zombies del director de «El artista» es un homenaje a los que lo dan todo por amor al cine. Con Romain Duris y Berenice Bejo.
Una placentera sorpresa es FINAL CUT, de Michel Hazanavicius, especialmente para los que nunca disfrutamos demasiado de EL ARTISTA y de otras películas suyas: una simpática comedia que no es tanto sobre zombies (aunque se la presente de esa manera) sino sobre el cine, sobre el complicado, bizarro, caótico y amoroso acto de hacer películas. Remake de ONE CUT OF THE DEAD, éxito japonés de culto del 2017, la película del realizador de la flojísima GODARD, MON AMOUR se reivindica con un film que intenta ser para el mundo del cine de terror clase Z lo que EL ARTISTA fue para el Hollywood clásico. Con menos pretensiones y seguramente menos premios pero quizás por eso mucho más fresca, libre y desprejuiciada.
FINAL CUT tiene una estructura compleja que no conviene revelar del todo por lo que aquí intentaré describir más la idea que lo concreto de la propuesta. Todo empieza en medio de una bastante mala película clase B de terror con zombies. En un momento el director de la película en cuestión entra y se enoja con los actores por lo mal que hacen las cosas. De ahí en adelante sigue esa trama avanzando y uno no tarda en darse cuenta que ese recurso «meta» es parte de la propia película que se está filmando en un largo y único plano secuencia.
Lo que uno no sabe del todo –aunque es fácil en un punto adivinarlo– es que hay otro nivel «meta» más todavía y que lo que vimos durante todo ese tiempo fue el resultado de un rodaje del que iremos sabiendo sus secretos y problemas mediante un largo flashback que nos irá revelando el otro lado. Digamos: su producción. No vi el film original japonés para captar si hay fuertes diferencias o no, pero la influencia directa de los japoneses en esta producción forma parte de esas capas de lectura que tiene.
El personaje del director (dentro y fuera de la ficción) lo encarna Romain Duris, mientras que Berenice Bejo interpreta a su esposa y a la actriz del film en cuestión. La trama de la película de zombies en sí no tiene mucho sentido explicarla porque, bueno, no tiene mucho sentido en sí. Lo que va creciendo con el correr de los minutos es la idea de que lo que estamos viendo es un homenaje a los esfuerzos por hacer cine como sea: bueno, malo, mediocre, con actores borrachos y otros con diarrea, con asistentes torpes y actores demasiado egocéntricos. Que todo puede salir mal y el producto quizás ser mediocre, pero que todos –bueno, casi todos– darán lo máximo de sí mismos para que el resultado sea lo más digno posible.
En ese sentido la película recuerda un poco a ED WOOD, de Tim Burton, un mucho más creativo pero igualmente amable homenaje a los tipos que ponen todo en proyectos, digamos, bastante malos. El caso de Duris no es exactamente igual –se engancha con este proyecto como con todo lo que hace, porque es un director de oficio que hace todo rápido y barato–, pero las propias complicaciones de la producción y los ecos personales/familiares de lo que pasa ahí lo van llevando a ponerle sangre y corazón al asunto.
El gesto más ingenioso de la estructura de la película es que la segunda parte –que es una crónica del rodaje– explica y altera la primera, que es la película ya rodada. Y la gracia surge de entender qué circunstancias fueron motivando determinadas escenas que antes vimos, obligándonos a releer en tono aún más absurdo a la propia película de zombies. Y el humor ahí, por lo general, funciona muy bien. Para entender la gracia de la película hay que prestar atención, fundamentalmente, a que fue hecha en un largo plano secuencia y transmitida en vivo, lo que obligaba a resolver problemas en el acto, incluyendo una musicalización in situ que acaso sea el mejor gag de todos.
No es una película para competencia, claro está, quizás tampoco lo sea del todo para una apertura, pero films como FINAL CUT funcionarán muy bien en programas nocturnos de festivales, ciclos de medianoche o esos que exhiben cine de género tomado con humor y cariño. Uno podría imaginar este mismo film como homenaje a esas factorías tipo Troma (o al propio Ed Wood) o a todos esos grupos de amigos que se juntan a filmar algo de una manera amateur y caótica pero finalmente amorosa. Todos, aún los que lo hacen, saben que el producto quizás termine siendo bastante malo, pero van a dejar hasta lo último que tienen por amor al cine.