Cannes 2022: crítica de «La jauría», de Andrés Ramírez Pulido (Semana de la Crítica)
Este duro drama colombiano se centra en dos adolescentes que cometieron un crimen y cumplen su condena en un centro experimental de «reeducación» en medio de la selva. Pero las cosas allí no salen tan bien como se espera.
En una noche de alcohol, drogas y vaya uno a saber qué más, Eliú y el Mono han matado a alguien, lo han cargado en una motocicleta y lo han dejado tirado en medio de la jungla, en algún pozo perdido o un lugar que no recuerdan bien o prefieren no revelar. «El invisible», le dicen al muerto y parece que hay algo de cierto en el mote porque el cadáver no está en ningún lado. Tampoco queda claro que los dos amigos hayan querido matarlo o, simplemente, en medio de la locura de la noche, se lo confundieron con otro y bueno… mala suerte. Le tocó a él.
LA JAURIA se centrará en las experiencias de ambos en una suerte de experimento carcelario que llevan a cabo en la zona, comandado por un tal Alvaro, al que llaman «el líder». Se trata de algo así como un centro de reeducación en un caserón venido a menos perdido en medio de la jungla. Ahí, Eliú y tres adolescentes más recitan y repiten de memoria los ejercicios de autoayuda que les ha inculcado Alvaro, mientras pasan su tiempo cortando árboles y limpiando la sucia piscina.
A esa suerte de «secta» que no luce tan bienintencionada como parece en los papeles (siempre está Godoy, escopeta en mano, observándolo todo) llegan nuevos delincuentes. Y entre ellos está el Mono. El reencuentro entre ambos no será fácil ni cómodo. Eliú parece estar intentando tomarse en serio esos cambios de conducta que propone el líder (su plan es una versión un tanto mugrosa de la educación que daba Miyagi en KARATE KID) y el Mono, cínico como pocos, descree de todo lo que se hace ahí y no hace más que tensar la situación. Con Eliú, con los otros chicos, con el líder, con Godoy, con el que sea.
LA JAURIA estará dedicada a seguir la involución de ese experimento. A los dos los llevarán a encontrarse con los familiares del hombre que mataron pero no sabrán o no querrán decirles dónde dejaron el cadáver. El Mono, siempre desafiante. Eliú, optando por el silencio. Y en el propio centro de detención las cosas tampoco son fáciles. El hermano menor (y muy intenso) de Eliú viene de visita y complica más la situación. Alguno tratará de escaparse. Y el castigo será complicado.
Queda claro, además, que Godoy no está muy de acuerdo con las políticas «reeducativas» de Alvaro. Y si uno presta atención también puede darse cuenta que ni el propio líder está muy convencido de lo que hace. Quizás, en el fondo, esté tratando de lidiar con asuntos personales o de otro tipo. Y los chicos, bueno, los chicos son conejillos de indias de su personal experimento psicológico.
En una película densa, oscura, que transcurre en medio de un paraje tan selvático que no parece haber lugar para escaparse (ni física ni mentalmente), LA JAURIA intentará mostrar las complicaciones, tensiones e imposibilidades de modificar un ciclo de violencia, pobreza y desamparo que atraviesa generaciones. Uno no tarda en darse cuenta que casi todos los que están ahí ya tienen una historia familiar de violencia y hasta lo firman en un documento. Y salir de ese ciclo es prácticamente imposible.
Si bien es brutal y cruel en algunos aspectos, la opera prima de Ramírez Pulido logra meter al espectador en un universo en el que no parece haber muchas salidas. Como sucedía también en MONOS, de Alejandro Landes, los jóvenes pueden tener algún momento de esparcimiento, juegos o conversaciones amigables, pero la tensión estará a dos pasos. Y si bien Alvaro parece decidido a reformarlos («acá trabajemos en conjunto para su recuperación», les dice, o «siento una negatividad en usted») tampoco queda del todo claro que tenga idea de cómo hacerlo.
Con algunas selecciones musicales memorables que aparecerán sobre el final, una violencia que se siente en el cuerpo más que en las imágenes y apenas una pequeña luz de esperanza en un presente cíclico que se muestra corrupto y podrido en casi todos lados, LA JAURIA puede no ser la película más amable ni optimista, pero es una que retrata de un modo muy crudo y realista (se recomienda un diccionario a mano para entender el slang local de los chicos) las dificultades de escaparse de un circuito violento, masculino y revanchista que, cada vez que parece terminar, comienza otra vez.