Cannes 2022: crítica de «Pamfir», de Dmytro Sukholytkyy-Sobchuk (Quincena de Realizadores)
Esta notable opera prima ucraniana se centra en un hombre que retorna a su pueblo tras pasar mucho tiempo en el exterior y se ve forzado a volver a la vida criminal y meterse en problemas con las autoridades.
La aparición de una película ucraniana en Cannes podía hacer suponer que la cuestión tendría algo que ver con el tema de la actual guerra con Rusia. Pero si bien se hace alguna mención a los conflictos que hay con los pro-rusos dentro del país, PAMFIR no lidia para nada con el conflicto (sucede del lado occidental del país, en la región de Chernivtsi, en la frontera con Rumania, la zona menos implicada en la guerra) sino que es una mezcla entre drama familiar y violento policial centrado en un hombre que regresa a su casa, se reencuentra con su amorosa familia y los mete a todos en problemas.
Filmada en muy ágiles y movedizos planos secuencia (cada escena es un solo plano, muchos muy virtuosos), PAMFIR arranca con el regreso del personaje cuyo apodo da título al film, un ex boxeador grandote (Oleksandr Yatsentyuk) que tiene pinta de tipo duro pero que se deja ver de un modo amable y tierno, al menos con su mujer Olena (Solomiya Kyrylova), su hijo Nazar (Stanislav Potiak) y su hermano con los que se reencuentra después de mucho tiempo de haber estado trabajando en Polonia.
El hermano se dedica a hacer máscaras para la celebración del llamado malanka (los carnavales de la zona) y la primera parte del film estará dedicado a la mecánica de la familia, a la que se suman unos muy activos y aún jóvenes abuelos, con los que Pamfir tiene una relación complicada de amor-odio. El primer problema aparece cuando Nazar, el hijo de Pamfir, prende fuego una iglesia un poco para forzar al padre a quedarse y no volverse a ir a trabajar a Polonia. Y lo consigue, ya que el tipo tiene que pagar los daños y encontrar una manera de hacerlo. Algo que no será sencillo.
Lo que no espera Nazar es que su «bromita» llevará a su padre a retornar a la vida criminal, más específicamente al contrabando, uno de los modos alternativos de vida casi oficiales en ese lugar fronterizo. Pero al meterse en eso no hará más que complicar su relación con los que controlan el negocio, autoridades, burócratas y vecinos que serán conocidos de toda la vida pero con los que no se juega cuando hay dinero de por medio. Y a falta de problemas, terminará involucrando a su hijo y a su hermano en los operativos.
PAMFIR funciona como drama familiar con toques de comedia (hay buenos gags con los efectos que les generan unas píldoras que se toman antes de entrar en acción), como thriller de pueblo chico, como clase maestra de puesta en escena y como ejemplo de estructura narrativa. Tiene una escena de pelea de uno contra diez o más en plano secuencia que no tiene nada que envidiarle a la de OLDBOY, tiene momentos graciosos de mecánica familiar y va creciendo en tensión con el correr de los minutos.
El marco carnavalesco, que aparece con todo en el final cuando el evento en sí coincide con la parte más tensa de la trama policial, le da un clima extraño y misterioso al asunto, con los personajes usando esas grotescas máscaras y pelambres en medio de situaciones violentas. Por momentos el director quizás exagere un poco con la intensidad a partir de su deseo de llevar todo a un climax dramático potente, pero aun notando esos trucos –es su opera prima, convengamos, y aún así es solidísima– la película no pierde en potencia. Quizás ahí ya no sea tan sutil como antes, pero es brutal y certera.