Estrenos online: crítica de «Memoria», de Apichatpong Weerasethakul (MUBI)
Lo nuevo del realizador tailandés, filmado en Colombia y protagonizado por Tilda Swinton, se centra en la obsesión de una mujer por encontrar el origen de un fuerte y extraño sonido que la atormenta. A partir del 5 de agosto, por MUBI.
Un sonido fuerte en medio de una noche en apariencia tranquila. Eso es lo que escucha Jessica Holland (Tilda Swinton) mientras duerme. El shock la despierta (un sonido así en una película de Apichatpong es casi como una bomba nuclear), pero nada parece haber cambiado a su alrededor: ni en su casa ni en la calle. Hasta que un rato después, casi como una reacción aletargada o adecuada a los tiempos del relato, las alarmas de los autos empiezan a sonar al unísono, casi como en un concierto de sonidos urbanos. Y así como suenan, se apagan sin que nadie haga nada. Ella asume que hay algún tipo de construcción matutina tempranera pero luego le aseguran que no, que no hay nada así cerca de su casa.
Jessica vive en Medellín, Colombia, pero está de paso por Bogotá. La mujer, que ha enviudado hace poco tiempo, visita a su hermana que está internada en un hospital –clásico escenario de muchas películas del tailandés– y sufre de algún tipo de trastorno respiratorio y ligado también al sueño, similar quizás a los de CEMETERY OF SPLENDOR, su anterior película. Allí se encuentra también con Juan (Daniel Giménez Cacho, el protagonista de ZAMA), su cuñado, un médico del hospital al que se le da por hacer poesías sobre virus y bacterias.
Las explosiones siguen, en las calles, provocando extrañas reacciones de algunos transeúntes, pero nadie parece saber muy bien qué está pasando. Quizás sea algo que solo ella (o algunos pocos) escucha, alguna suerte de llamada. Weerasethakul filma todas estas escenas respetando su habitual ritmo narrativo: planos largos, silencios extensos, dejando una sensación de extraña «calma chicha», de esas que quizás en algún momento se romperán brutalmente. ¿Será a través de esas explosiones?
Jessica va al estudio de grabación de Hernán, un músico y sonidista, para tratar de que la ayude a entender qué es ese sonido, a reproducirlo, a encontrarlo en una galería de efectos sonoros. «Es como un estruendo desde el centro de la Tierra», le trata de explicar. Finalmente encuentran algo que se le parece a lo que ella oye y Jessica queda como tildada, parece poseída.
De allí en adelante da la impresión es que Jessica empieza a entrar en un mundo casi paralelo, de obsesión personal por encontrar el origen de ese sonido enigmático, recorriendo la ciudad como una especie de detective en busca de resolver ese o algún otro misterio. ¿Hay algo que la conecta con los perros quizás? En sus recorridos conoce a Agnes (Jeanne Balibar), una antropóloga que trabaja en la morgue de la universidad. Y se descubre intrigada por las historias de los cuerpos que allí observan.
La mezcla de inquietud, angustia y curiosidad de Swinton conducen una primera hora de película que se desarrolla con el habitual modo pausado del realizador y que se centra en esas «depths of delusion» que Jessica parece estar transitando. De hecho, cuando la mujer va a buscar a Hernán al estudio para un encuentro programado entre ambos, nadie parece saber quién es.
Y tras la aparente, aunque un tanto inquietante, mejoría de su hermana, la mujer se convence de que un posible origen de las raras dolencias de ambas (Jessica también tiene graves problemas para dormir) puede estar ligada a los hechizos de una tribu perdida en el medio de la selva, de esas que prefieren no ser «contactadas» por la civilización. ¿Alucinaciones, quizás? ¿O hay alguna otra cosa ahí?
La curiosidad de Jessica –que siente esos sonidos de manera más y más persistente y le dice a Agnes que cree estar volviéndose loca– derivará en un viaje que ambas harán hacía esa región (las escenas se filmaron en Pijao, en el departmento de Quindío), recorriendo rutas militarizadas en extremo y pasando por sitios de excavaciones en los que aparecen huesos y artefactos históricos que, de alguna manera, también parecen reflejar una memoria de violencia en el país. De a poco, la noción de lo que es real y lo que no lo es se empieza a volverse borrosa. Para ella primero y para los espectadores después.
Y en ese plan continuará MEMORIA, entrando cada vez más en un terreno entre realista y místico, entre humano y metafísico, puro Apichatpong. Se trata de un film calmo, bello y enigmático sobre la misteriosa conexión que tenemos con el mundo, sobre las líneas complejas que separan la percepción de la realidad y la idea de que la Tierra, en un sentido filosófico, tiene depositada la historia humana en sí misma, en sus elementos. La memoria de los hombres y las mujeres es la memoria del planeta.
En algún momento MEMORIA bordeará a un cierto misticismo que a algunos les sonará un tanto indescifrable, entre pretencioso y propio de ciertas religiones esotéricas o terapias alternativas. Y es probable que ahí aparezca, al menos para el espectador latinoamericano, el fantasma del realismo mágico, elemento que el cine del tailandés siempre tuvo pero que, encuadrado en el marco de cierta fascinación por las culturas orientales, tendía a ser más fácilmente aceptado por el espectador de este lado del planeta.
Acá esa distancia cultural se esfuma y nos vemos enfrentados a una versión más reconocible (hablada, además, en castellano) de esas mismas y misteriosas conexiones entre el mundo real y el fantástico, entre la naturaleza y el sueño, entre la sanidad y la locura. Lo que atraviesa esa barrera un tanto infranqueable es el virtuosismo de Weerasethakul para la puesta en escena siempre reposada, a partir de la cual logra circular alrededor de estos temas en situaciones cotidianas, incorporando momentos de humor y de belleza sin jamás quebrar esa barrera ni entrar –salvo hasta un sorprendente hecho poco antes del final– en el terreno de lo fantástico. Dos personas mirándose a los ojos y tomadas de las manos quizás sean capaces de conectarse, como antenas, con la memoria del mundo. Quizás la respuesta sea eso. O enfrentarse al más eterno de los silencios. El de la soledad ante el rumor abrumador de la existencia.