Festival de Biarritz 2022: un panorama del cine latinoamericano

Festival de Biarritz 2022: un panorama del cine latinoamericano

por - cine, Críticas, Festivales
30 Sep, 2022 12:44 | Sin comentarios

A partir de los títulos presentados en este evento dedicado al cine latinoamericano, un repaso del presente y el futuro de las películas de la región.

El título de este post es, en principio, engañoso. Uno lo podría leer literalmente y pensar que la nota habla del festival como muestra panorámica del cine de América Latina. Algo de eso hay, sí. Pero, partiendo de esa frase, hablaré aquí de otra cosa: de un panorama personal del cine del continente. La mirada panorámica está en Biarritz –que coloca en sus diversas secciones gran parte de los títulos que pasaron por los grandes festivales, como 1976, LA JAURIA, UN VARON, MATO SECO EN CHAMAS, TENGO SUEÑOS ELECTRICOS, DOMINGO Y LA NIEBLA, MI PAIS IMAGINARIO, ARGENTINA 1985, EL SUPLENTE y LOS REYES DEL MUNDO, entre otros, tan solo faltan apenas unos pocos– y en ese sentido lo que se ve acá es irreprochable, un muestrario del estado de situación que no es muy distinto al que se presenta en la sección Horizontes Latinos en San Sebastián, otro resumen anual que suma algunos estrenos mundiales.

Por motivos personales, laborales y también gracias a tener un tiempo para reflexionar sobre la materia en cuestión me encuentro pensando en ese ente tan difuso llamado «cine latinoamericano», una mezcla de presente complicado y futuro aún más difícil, al menos si hablamos de cuestiones de producción ligado a las políticas y economías de los países del continente. Pero acá no quiero hablar de eso, sino de criterios estéticos. Es un momento, para mí, medio bisagra del cine de América Latina, uno en el cual hay una solidez y una efectividad de parte de ciertas películas para alcanzar los objetivos buscados, bastantes premios internacionales y una consolidación en cuanto a participación y peso en los festivales mundiales.

En paralelo, mi sensación es que el cine latinoamericano está atravesando, con excepciones, una meseta creativa preocupante, quizás uno de los problemas inesperados del «éxito». Cuando ciertas películas funcionan y son premiadas, generan lo que se conoce como una fórmula, un sistema. No solo de producción sino una suerte de programa estético, una serie de elecciones que se saben vendibles desde acá y comprables desde allá. A diferencia de lo que pasaba años atrás, ese «programa estético» es consciente de sí mismo, sabe de los problemas que similares fórmulas tuvieron en el pasado y pretende evitarlas o, al menos, disimularlas. Pero las operaciones que se hacen sobre los films no alcanzan a disimular que, con más o menos retoques, han vuelto a ser eso: un programa. Una nueva forma de tejer la misma tela, un diseño nuevo para la misma artesanía.

En ese sentido, la experiencia me permite hacer una defensa de las partes en juego. No se trata, solamente, de una manera de pensar el cine que remite a viejos paradigmas que no terminan por desaparecer (los resumo todos ellos dentro de ese término vale todo llamado «miserabilismo») sino que también la lectura que se suele hacer desde los festivales no hace más que refrendar y sostener el equívoco, o la permanencia de ese programa estético. Dicho de otro modo: si el mercado pide el modelo viejo o uno apenas retocado, ¿por qué cambiarlo? ¿Por qué modificar mucho algo que funciona? ¿Por qué arriesgarse a salir al mundo llevando bajo el brazo algo que nadie quiere o parece prestar atención?

Hay una situación «el huevo y la gallina» enredada ahí, de la cual parece muy difícil salir. El director de una reciente película latinoamericana que me encanta me decía, con cierto dolor, su tristeza al ver que la gente se sale de las funciones de su película. A otro le sorprendía algunas virulentas reacciones en contra de la suya. Otra la vi con 20 personas en una sala para 300. Y me refiero a tres de las películas más originales de este ciclo 2022 del cine latinoamericano. Las otras, las que siguen el plan trazado y el camino recorrido, suelen funcionar, ganar premios y cosechar aplausos. La lectura que unos y otros terminan haciendo pasa por esa foto. Mejor, parece decir la imagen, seguir repitiendo la fórmula que arriesgarse a presentarle batalla.

No en todos los casos es así. Hay películas latinoamericanas notables que han sido premiadas y muy bien recibidas por los programadores, por los jurados y por el público europeo. Y viceversa. No siempre es una lucha desigual o una batalla perdida. Pero, en la mayoría de los casos, lo es. Y a las producciones del continente no les queda otra que recaer en lo conocido. Como decía antes, los cineastas de las nuevas generaciones saben renovarse y presentar sus producciones de maneras tales que no se note tanto su apego a esas fórmulas. La calidad técnica, fotográfica, actoral y profesional del cine latinoamericano está en su mejor momento histórico. Y eso hace que aún las películas más modélicas y «viejas» parezcan nuevas, logren quitarse ese polvo que las dejaba en evidencia.

Otro ejemplo. Veo una película latinoamericana que me gusta. La recomiendo. La ven algunas personas conocidas. No les gusta nada. Me llama la atención porque son colegas en los que confío y usualmente coincido. Dudo. La vuelvo a ver. Y empiezo recién ahí a entender de lo que hablan. A eso me refiero con las nuevas maneras de presentar ideas viejas. Los envases cambian, dan curiosidad, ocultan los vicios. Los cineastas encuentran modos nuevos de presentar viejas ideas y uno, a veces, se queda enganchado con ese cambio cosmético. Pero un segundo visionado revela la verdad. Son, apenas, unos retoques, un pase de magia que esconde una fórmula conocida.

Veo difícil que esto cambie. Habrá, siempre, «marginales», cineastas y películas que logran meterse en el circuito festivalero con propuestas personales a costa de esfuerzos, trabajo, persistencia de visión, poder de convencimiento y, sobre todo, talento. Pero no muchos lo logran. Para algunos, si se fracasa con un primer proyecto personal la única opción parece ser ceder a las fórmulas para la siguiente película. Y hay casos que prueban que esto funciona. O, a la inversa, hay cineastas que siguieron programas estéticos en su época y ganaron premios pero, al abrirse luego a hacer cosas más personales, fueron desterrados de los mismos lugares que los recibían con los brazos abiertos.

No es sencillo el panorama. Se acaba un 2022 con una digna participación y varios premios importantes. La pregunta, al menos la que a mí me importa, pasa por otro lado: ¿qué cine es el que se está haciendo? ¿qué aportan nuestras películas al arte del cine como tal? Los premios se olvidan en unos meses y pocos recuerdan qué película pasó por tal o cual festival. Mi impresión es que, de los últimos años, habrá muchos galardones pero pocas de esas películas trascenderán la inmediatez de los «ocho minutos de ovación de pie». La apuesta no debería ser al clip de los aplausos sino a la permanencia en el tiempo. El valor de las películas no se cuenta en minutos sino en años.