Festivales: crítica de «Trenque Lauquen», de Laura Citarella (Venecia/San Sebastián)
Dos hombres buscan a una mujer que desapareció en la ciudad que da título al film en este relato de cuatro horas, dividido en dos partes, que se abre a una fascinante serie de misterios y extrañas peripecias. Con Laura Paredes, Ezequiel Pierri, Elisa Carricajo, Verónica Llinás y Rafael Spregelburd. En Venecia, San Sebastián, Nueva York y otros festivales.
Con sus cuatro horas y algo de duración, su división en dos partes separadas entre sí, su interna subdivisión en episodios y sus constantes recorridos por parajes recónditos y no precisamente memorables de la provincia de Buenos Aires, TRENQUE LAUQUEN tiene el sello de El Pampero en cada uno de sus fotogramas, respira la misma lógica y tradición que las películas de Mariano Llinás (en especial HISTORIAS EXTRAORDINARIAS) y en menor medida las de Alejo Moguillansky, más que nada en la manera en la que se presenta como una generadora de desvíos narrativos, la consabida máquina de ficción que es casi una marca registrada de la casa.
Pero Citarella, que es la productora de todo lo que se hace desde que El Pampero existe, tiene una sensibilidad propia que ya quedó registrada en sus anteriores películas (OSTENDE, en este caso, es la más parecida) y lo que introduce en TRENQUE LAUQUEN no es necesariamente (o solo) una mirada femenina sino un tempo, un tipo de observaciones y un modo menos épico y más intimista de elaborar esas ficciones que disparan otras ficciones y así, sucesivamente, yendo y viniendo en el tiempo.
Todo comienza, en realidad, cerca del final. Dos hombres, Rafael (Rafael Spregelburd) y Ezequiel (Ezequiel Pierri) viajan en un auto por los alrededores de Trenque Lauquen buscando a Laura (Laura Paredes), una bióloga que ha viajado a la zona a clasificar plantas y que no aparece hace ya unos cuantos días. Rafael es su novio, con quien está a punto de irse a vivir, y con el que trabaja en una cátedra de la universidad. Ezequiel trabaja en la Municipalidad local y algunos días funcionaba como chofer de Laura, llevándola a recorrer ciudades aledañas, buscando especies raras.
Lo cierto es que no la encuentran y nadie parece saber nada de ella. De hecho, Ezequiel se topa con una nota en el auto, suya, en la que parece pedirle que no la busque, pero no le dice nada a Rafa. En el primero de los cambios de tiempo que propone la película, volveremos unas semanas (o meses) para atrás, a los primeros contactos entre Eze y Laura, quien la pasa a buscar por una radio local en el que ella tiene una columna en la que cuenta vidas de mujeres célebres. «Mujeres que hicieron historia«, se llama su sección.
En plan de buscar material para el programa de radio, ella empieza a investigar y a compartir con él una curiosa historia de amor que descubre en papeles escondidos dentro de libros en la biblioteca local. Y a partir de compartirle esa historia en un bar –que la película muestra en otra serie de flashbacks–, ambos empiezan a acercarse de un modo un tanto más romántico. Pero la relación no parece explicar la ausencia ni las actitudes un tanto raras que, dicen, tenía Laura antes de desaparecer. O quizás alguien esté ocultando algo.
Durante ese mismo período de tiempo, Laura se cruzará también con Elisa (Elisa Carricajo), una mujer que está investigando la aparición en la laguna de Trenque Lauquen de una extraña e indefinible criatura marina que nadie sabe bien qué es. Ese contacto abrirá otra línea de relación de la chica, una que llevará la película hacia otro registro, uno más cercano a la ciencia ficción o al fantástico, secuencia a la que aporta lo suyo la gran Verónica Llinás. Todo esto, además, estará contado mediante el recurso de una grabaciones dejadas por Laura, lo que le dará a la película un tono aún más evidente de muñecas rusas, de historias sobre historias que se cruzan, se pisan y acumulan.
Citarella estructura un juego de romances, conspiraciones, misterios y teorías para intentar explicar lo que quizás sea inexplicable: la desaparición de Laura. ¿Le habrá sucedido algo? ¿Habrá decidido dejar todo e irse por su cuenta o con algunos de los personajes que habitan la ciudad? ¿Está atravesando alguna crisis momentánea, como cree su pareja, y pronto volverá a sus cabales? ¿Quién es, en definitiva, esta mujer en apariencia simple que un día decidió empezar a dejarse llevar por «la corriente»?
TRENQUE LAUQUEN –ciudad de la provincia de Buenos Aires cerca del límite con La Pampa– funciona como un mapa emocional de una mujer perdida en su vida, buscando encontrarle algún sentido a su existencia y entrando en un mundo de historias que se presentan mucho más fascinantes que la suya, de esas que le hacen pensar que afuera de su mecánico trabajo de clasificación de especies y de una vida en pareja que se adivina un tanto desangelada hay leyendas misteriosas, romances trágicos, criaturas fantásticas y mujeres, como las que cuenta en su columna radial, que vivieron vidas inolvidables.
Es una película de historias que se cuentan y de personas que las escuchan, fascinadas por sus vericuetos y raros giros. Laura habla de la misteriosa profesora suplente enamorada de un extranjero, de la indescifrable criatura que se alimenta de flores amarillas, de la revolucionaria rusa Alexandra Kollontai y de las andanzas de Lady Godiva. Y Ezequiel la escucha. Pero los verdaderos privilegiados somos los espectadores, quienes podemos ver en imágenes lo que ella cuenta en palabras. De algún modo somos como el famoso «peeping Tom», el voyeur de esa leyenda medieval inglesa que no pudo resistir mirar a la dama desnuda a través de un agujero en la persiana de su casa. De esa materia, inevitable, está hecho el cine.