Series: crítica de «Mike: más allá de Tyson», de Steven Rogers (Star+)

Series: crítica de «Mike: más allá de Tyson», de Steven Rogers (Star+)

Esta miniserie centrada en el famoso y controvertido campeón de boxeo intenta reconstruir su vida cronológicamente, usando un peculiar tono humorístico que no siempre funciona del todo bien. En Star+.

El equipo creativo de I, TONYA (YO SOY TONYA), el film que ficcionalizaba la historia de la patinadora artística Tonya Harding, integrado por el guionista Steven Rogers y el director Craig Gillespie (que dirige aquí los primeros cuatro episodios de un total de ocho), es el responsable de esta miniserie acerca de la vida de Mike Tyson narrada utilizando un curioso mecanismo formal y un tono un tanto humorístico que hacen recordar a aquel film protagonizado por Margot Robbie sobre una deportista envuelta en escándalos.

Aquí, la vida del boxeador estadounidense (interpretado con indudable talento para la mimesis por el actor de MOONLIGHT Trevante Rhodes) está contada desde un escenario, utilizando como punto de partida el unipersonal que el propio Tyson hizo en Broadway, en 2012, llamado «Undisputed Truth». Allí Tyson iba contando episodios de su vida que fueron por lo general dramáticos pero utilizando bastante humor. Y las anécdotas que aquí se visualizan empiezan con su monólogo y van cronológicamente narrando los puntos centrales de su vida.

Pero no es el único mecanismo formal inusual. Dentro de cada una de las escenas, el propio Rhodes le habla más de una vez a cámara, rompiendo la llamada «cuarta pared» para reflexionar o comentar sobre lo que estamos viendo. Esta doble distancia dramática genera una cierta «separación» entre lo que se ve y el espectador, algo que se suma a los modismos un tanto peculiares del boxeador (su seseo, su voz suave, su llamativamente delicada gestualidad) que siempre parecen ir a contracorriente con la violencia que ejercía tanto adentro como afuera del ring.

Ese mecanismo narrativo y el humor que lo envuelve todo son los recursos más llamativos de una serie que, fuera de eso, no hace mucho más que ir recorriendo los grandes éxitos de la vida de este boxeador nacido en la pobreza, con una madre con la que no se entendía y que aprendió a pelear para descargar sus frustraciones y a la vez defenderse de los matones del entonces peligroso barrio de Brooklyn en el que vivía. Los dos primeros episodios –todos cortos, de menos de 30 minutos de duración– se ocuparán de la infancia y adolescencia de Tyson, de sus continuos pasos por centros de detención para menores y de cómo aparece en su vida «Cus» D’Amato (Harvey Keitel), el peculiar y obsesivo hombre que lo convertiría en un verdadero boxeador pero, más que nada, en el padre que Mike nunca tuvo.

En los dos siguientes ya lidiamos con el Tyson famoso, que liquida rivales uno tras otro con una velocidad y potencia asombrosas, pero también el que se empieza a meter en problemas económicos y personales una vez que empieza a ser manejado por el célebre agente Don King, quien no hacía más que dejarlo librado a sus más excéntricos deseos y excesos. El complicado matrimonio de Robin Givens (que la serie contará con un supuestamente gracioso dejo de misoginia) será el paso siguiente de una carrera que, por lo breve de sus peleas y lo repetitivo de sus triunfos, empieza a ser más interesante y atractiva para la prensa por lo que sucede fuera del ring.

El quinto será un episodio distinto, ya que abandonará el mecanismo del escenario como disparador de escenas y le dará la palabra (y la narración) a Desirée Washington (Li Eubanks), la joven de 18 años que fue violada por Tyson en 1991, lo que inició un juicio complicado y con muchas tensiones raciales, que llevó al boxeador a la cárcel, etapa que se revisará en el episodio siguiente, retomando el tono ligeramente jocoso. El quinto, sin embargo, es el más duro en relación a Tyson, ya que allí desaparece su versión del relato y, con eso, los guiños que le pone a cada acontecimiento complicado de su vida. Desde la perspectiva de la chica, uno puede finalmente ver el lado monstruoso del ex boxeador.

MIKE generará más curiosidad entre aquellos que no conocen la historia de Tyson, o solo recuerdan un par de cosas sueltas (sí, aquella famosa mordida) que entre los fans del boxeo para los que la serie no hará más que repasar lo que todos ya saben. Lo que queda por fuera de eso es el tono ya mencionado, que por momentos puede ser simpático pero en otros se vuelve intrusivo, casi agotador. No ayuda mucho que los diálogos y situaciones narradas no estén a la altura del ingenio de la puesta. Lo que sucede dentro del dispositivo armado sigue siendo muy convencional. Ni hablar de las escenas en el ring, que funcionan más como parodia que como algo con algún contacto con la realidad.

Se sabe que el propio Tyson está en contra de esta serie, pero los motivos seguramente son económicos o contractuales ya que lo que se ve en MIKE no es más grave ni lo pinta de peor manera de la que él mismo se pintó en el unipersonal, en libros y en incontables entrevistas. De hecho, para la cantidad de brutalidades cometidas por el hombre hasta se podría decir que la serie lo deja bien parado, lo entiende, casi que justifica buena parte de su accionar en función de su pasado, su pobreza y de sus circunstancias personales. Como en su one-man show, Tyson admite muchos de sus peores momentos pero a la vez se victimiza, siempre encuentra a alguien más a quien responsabilizar. La culpa es de los otros parece ser siempre la mejor excusa para casi todo, tanto en el arte como en la vida.