Festival de Hamburgo 2022: crítica de «The Banshees of Inisherin», de Martin McDonagh

Festival de Hamburgo 2022: crítica de «The Banshees of Inisherin», de Martin McDonagh

por - cine, Críticas, Festivales
07 Oct, 2022 09:28 | 1 comentario

En un pueblito irlandés, en los años ’20, dos amigos se distancian produciendo una inesperada escalada de agresiones en esta película ganadora de los premios a mejor actor y mejor guión en el Festival de Venecia. Con Colin Farrell y Brendan Gleeson.

Qué tienen? Doce años«, se pregunta uno de los personajes secundarios de THE BANSHEES OF INISHERIN, un joven un tanto simplón que sin embargo se da cuenta que la disputa central que deja en lugares antagónicos a los dos protagonistas de esta historia, que transcurre en un pueblo isleño de Irlanda en la década de 1920, suena un tanto infantil. A lo largo de la nueva película del realizador de TRES ANUNCIOS POR UN CRIMEN se tratará de demostrar que no es tan así, que quizás el extraño conflicto que funciona como disparador de la trama es bastante más complejo y adulto de lo que parece, por más que los protagonistas se comporten como niños caprichosos al ponerlo en juego.

Pádraic Súilleabháin (Colin Farrell, mejor actor en el Festival de Venecia por este rol) es un tipo simple, sencillo y no demasiado brillante que vive en una casita junto al mar con hermana Siobhán (Kerry Condon), su adorado burro, sus vacas (de las que ambos viven, vendiendo su leche) y poco más que eso. Su gran pasatiempo, en apariencia fijo y eterno como las rocas que rodean su casa, es pasar a las dos de la tarde a buscar a Colm Doherty (Brendan Gleeson), su más veterano vecino, e irse juntos al pub a tomarse unas pintas de cerveza negra hasta volver a sus casas generalmente en estado calamitoso.

Si bien no conocemos a Colm antes de lo que se ve aquí (habrá que imaginar que solía ser un tipo un tanto más amable, sino no se explica demasiado la amistad), la primera impresión que nos da es la de ser un tipo hosco, seco y un tanto huraño. Cuando THE BANSHEES… comienza, Pádraic se topa con la sorpresa que Colm no quiere ir al pub con él por primera vez quizás en su vida. Un poco después, cuando se lo encuentra de todos modos en el bar pero sentado solo, se da cuenta que el problema es uno que parece de niños: Colm no quiere ser más su amigo.

Con esa simple excusa se dispara el caos narrativo y las complejas reflexiones que corren en paralelo en esta mezcla de drama y comedia negra manejada con calma y mucho dominio del tono por el realizador y dramaturgo irlandés. Pádraic no puede entender el porqué de esa decisión y lo persigue, inquisidor. Y, finalmente, Colm le confiesa la verdad, le dice que su amistad es una pérdida de tiempo, que sus conversaciones son banales y que, en este momento de su vida en el que ve cerca el final, prefiere ocupar su tiempo haciendo y tocando música, leyendo y, de ser posible, dejando algún tipo de legado, algo por lo que se lo recuerde.

No mucho más pasa en THE BANSHEES… pero es suficiente para que se produzca una escalada constante de nervios y tensiones. Pádraic vive el desprecio de su amigo con dolor, en especial por su manera de tratarlo, básicamente, de tonto, de un tipo sin nada interesante para contar, decir o reflexionar. Algo de cierto hay en eso, pero a la vez se trata de un hombre bueno, amable, sensible y afectuoso. A Colm no le importa eso, ni el dolor que su ex amigo siente por el rechazo. No quiere perder tiempo con él. A tal punto se obsesiona con eso que le dice que, por cada vez que le vuelva a dirigir la palabra, él se cortará un dedo de su mano.

Más allá de lo curioso de su decisión, las cosas previsiblemente irán de mal en peor. Pádraic se sostiene gracias al cariño de su hermana y de su amigo Dominic (un excelente Barry Keoghan), el más simple de todos ellos, un joven visiblemente afectado por la violencia física y psicológica de su padre, el agresivo y amargo policía del pueblo. Pero cada vez que Paddy ve a su ex amigo con otra gente, tocando sus canciones o metido en sus cosas, se pregunta qué hizo él para ser marginado de su vida. De a poco veremos que Colm tiene también sus asuntos –sus confesiones al párroco local dan algunas pistas–, pero cuesta entender la lógica de su decisión. No tanto la de distanciarse de su amigo sino la de hacerlo de un modo tan brutal y agresivo.

THE BANSHEES…, hace falta aclarar, se presenta en tono de comedia. Muchos de estos intercambios, cruces y peleas se organizan de modo humorístico, por más dolor que haya detrás de las bromas y los maltratos. McDonagh tiene un finísimo oído para ese tipo de intercambios graciosos y gracias a ellos construye una muy intrigante película que se plantea no solo la idea de la amistad (o la amistad masculina) sino también qué es lo que define nuestro paso por la vida: ¿nuestros logros personales o las relaciones que establecemos con los otros? ¿Es más importante ser recordado como el compositor de una canción famosa (aún sin saber si eso será así) o por haber sido un buen tipo y un amigo fiel?

En algún momento la película se dejará llevar por su propio juego de agresiones cruzadas y perderá un poco el eje. Pádraic no podrá sostener su «bonhomía» ante tanto rechazo y se producirá una escalada que solo puede terminar mal. Muy mal. Que se escuchen bombas de la guerra civil de la época –entre facciones irlandesas que estaban a favor y en contra del tratado de independencia con Gran Bretaña– no es casual. De algún modo esta pelea entre amigos no es otra cosa que una metáfora de aquel conflicto. Y la única manera de avanzar que tiene es mediante el crecimiento de la violencia fraternal.

Ese desarrollo puede ser efectivo en términos narrativos –y darle al film momentos bastante graciosos– pero le hace perder de vista al film lo esencial del conflicto entre esas dos personas cuya relación se rompió, por una decisión unilateral, de un día para el otro. A esa altura ya no queda nadie ni remotamente «bueno» en la historia y la frustración de Pádraic empieza a parecerse a la de tantos hombres que transforman el ninguneo de los demás en violencia, la víctima de bullying que termina siendo más peligrosa que sus agresores. Allí, ya no será una película sobre el valor que puede o no tener ser «un hombre bueno» sino sobre la imposibilidad, para McDonagh casi ontológica, de serlo.