Festival de Mar del Plata 2022: crítica de «Hallelujah: Leonard Cohen, A Journey, A Song», de Dayna Goldfine, Dan Geller

Festival de Mar del Plata 2022: crítica de «Hallelujah: Leonard Cohen, A Journey, A Song», de Dayna Goldfine, Dan Geller

por - cine, Críticas, Festivales
29 Oct, 2022 11:07 | Sin comentarios

Este documental se centra en la figura de Leonard Cohen poniendo su atención en la larga y complicada saga de la canción «Hallelujah», que se volvió famosa muchos años después de ser compuesta y editada por el célebre compositor canadiense fallecido en 2016.

Hay canciones que cobran vida propia de manera inexplicable, aún para sus propios creadores. Temas que, a partir de casualidades, decisiones comerciales, pura suerte o la oculta genialidad del material en sí, pasan de ser ignotas y oscuras gemas a transformarse en himnos versionados por distintas generaciones y en disímiles circunstancias. De todos los casos, el de «Hallelujah» quizás sea el más curioso y famoso de todos. Se trata de una canción que nació casi muerta, escondida en un disco olvidado que ni siquiera su sello quiso lanzar a mediados de los ’80 y que parecía ir en camino a convertirse en ese tipo de canciones que forman parte del repertorio de un artista pero que solo los fans más acérrimos conocen. Esas que en la jerga se conocen como «deep cuts».

El documental de Goldfine y Geller trata de ser varias cosas a la vez: una película sobre Leonard Cohen, otra sobre el proceso creativo de esa canción y una tercera sobre esa «vida propia» antes mencionada. Si bien cuentan con materiales audiovisuales valiosísimos –y derechos para poner la canción en decenas de versiones distintas–, los realizadores se topan con una serie de problemas ligados, más que nada, a confusas decisiones creativas. En un film largo y con tanto material jamás se analiza lo que quizás sea lo más importante y extraño de la canción: la manera en la que un tema cuya letra, en buena parte, es bastante secular, con fuertes imágenes sexuales de características hasta violentas, se haya convertido en un himno que es escuchado hasta en ceremonias religiosas.

Si bien esta ironía está mencionada por algunos de los entrevistados, no ocupa el lugar central que debería tener. La necesaria, didáctica y un tanto resumida biografía de Cohen ocupa un primer tercio del film, la segunda (y mejor) parte se detiene en los años de composición, grabación y los problemas posteriores de ese disco («Various Positions«, originalmente de 1984) y la tercera le presta atención a la segunda vida de la canción pero más que nada desde un punto de vista anecdótico y cronológico. Que es interesante conocer, sí, pero no llega a penetrar en el sentido real de la canción. Formalmente, pese a contar con muchísimos materiales de todas las épocas, la película es en extremo perezosa. Un trabajo hecho como para televisión, sin mucha riqueza creativa.

De todos modos, la historia es tan rica y la canción tan llena de significados que es imposible no ver la película con interés. Cohen trabajó años en la canción y la incluye en aquel disco de 1984 producido por John Lissauer, que contaba también con otros dos futuros clásicos («Dance Me to the End of Love» e «If it Be Your Will«), pero el álbum fue rechazado por Columbia. Los motivos hoy parecen inexplicables, pero se trataba de un disco con un tipo de producción distinta a lo que venía haciendo Cohen antes (de ahí en adelante siguió usando bastante ese estilo basado en teclados que se escucha apenas comienza «Dance Me…») y «Hallelujah» no estaba grabada con el carácter y tono épico con el que se la fue conociendo después, sino en el modo más grave que suele usar Cohen y en un ritmo mid-tempo que poco tiene que ver con el modelo olímpico con el que la mayoría de los intérpretes la encaran hoy. En ese sentido, como le sucede a artistas como Tom Waits o Bob Dylan, muchas de sus canciones se resignifican al ser cantadas en versiones más mainstream por artistas como Rod Stewart o Adele.

La historia completa la verán en la película, pero la canción fue reviviendo varias veces a partir de curiosas casualidades. Primero, el propio Cohen la interpreta y altera parte de su letra en vivo. Luego, una versión de John Cale en un disco tributo de 1991 (en el que la descubrí yo, por cuestiones generacionales) le da cierta popularidad. Pero los golpes más fuertes los dan, luego, los covers de Jeff Buckley (1994) y la aparición de la canción en la película SHREK (2001), en cuya banda sonora (aunque no en la película) se escucha en versión de Rufus Wainwright. Pero luego habría otras versiones (una, británica, ligada a un reality-show musical, mundillo que mucho tuvo que ver con la expansión de la canción a otros públicos, fue muy popular en 2008) y el uso de la canción en todo tipo de evento: escolar, religioso, familiar y en distintos homenajes.

Si bien se inspira en el libro «The Holy or the Broken», que analiza la historia de la canción, la película no se ocupa lo suficiente de su letra, algo que es central en ese texto. ¿Cómo una canción que habla de orgasmos, de personas atadas a sillas, de mover «la santa palomita», de aprender del amor es «a disparar antes que el enemigo» se ha vuelto un himno que cantan las abuelitas en la iglesia? ¿Será, como algunos dicen en el libro (de esto no se habla en el film), que la palabra «Hallelujah» es lo único que la gente realmente escucha? Algunos intérpretes de la canción (Wainwright, Brandi Carlile o el propio Bono) hablan un poco de la manera en la que Cohen logra combinar lo sagrado y lo profano, lo místico y lo cotidiano, la gracia y la grosería, pero es algo menor en el contexto del film.

Obviamente que a esta altura, a seis años de la muerte de Cohen, la canción le pertenece al mundo (pocos, de hecho, saben que es de Cohen y muchos creen que Buckley es el autor) y se ha vuelto un standard y un cliché tal que el propio cantautor no quería ya saber mucho más de ella en sus últimos años de vida. De todos modos la seguía cantando y «vendiendo» por motivos económicos obvios, especialmente en sus últimos años de vida, que se complicaron económicamente tras ser estafado. Si bien la película habla de los problemas económicos de Cohen y cómo debió salir a tocar en vivo para recuperarse de la quiebra, jamás menciona el rol de las regalías de esta canción en todo este asunto.

«Hallelujah» es una canción a la que uno le pone su propio significado, muchas veces distinto o hasta contradictorio al original («Born in the USA«, de Bruce Springsteen o «The One I Love«, de R.E.M., son algunas otras cuyas lecturas tienen poco que ver con la propuesta original) y está lejos de ser la mejor canción del autor de clásicos como «Famous Blue Raincoat», «Chelsea Hotel #2», «Everybody Knows», «I’m Your Man» y cientos de otras. Pero se fue volviendo un hecho cultural inevitable que ha salido por fuera del mundo del rock y el pop para pasar a ser un raro ejemplo de «propiedad universal».

No, no es «Imagine«, ya que todos conectan a John Lennon con esa canción. Ni tampoco «Yesterday», versionada millones de veces pero siempre ligada a Paul McCartney. Tiene algo más parecido a los standard de jazz, esas canciones que uno conoció por sus intérpretes más famosos sin necesidad de saber quienes las habían compuesto o hasta interpretado originalmente. Y es así cómo, pasando de generación en generación, esta canción chiquita, perversa y cantada por la voz más torturada, grave y profunda del universo se convirtió en una balada multiuso a la que cada uno le pone el tono, el significado y el marco que prefiera.