Festival de Mar del Plata 2022: crítica de «Queens of the Qing Dynasty», de Ashley McKenzie

Festival de Mar del Plata 2022: crítica de «Queens of the Qing Dynasty», de Ashley McKenzie

por - cine, Críticas, Festivales
31 Oct, 2022 07:41 | Sin comentarios

Este film canadiense, que pese a su título nada tiene que ver con las artes marciales, se centra en la relación entre una paciente que está en una clínica psiquiátrica tras un intento de suicidio y un joven voluntario de origen chino que la ayuda a recuperarse.

Si bien es imposible hacer teorías unificadoras respecto a cinematografías nacionales, hay ciertos aires comunes que atraviesan el cine canadiense, en especial en su segmento más independiente. Y eso es algo visible en QUEENS OF THE QING DYNASTY, uno de esos dramas que en manos de la gran mayoría de los cineastas estadounidenses, sin ir más lejos, serían trabajados de una manera muy distinta a la que se lo hace aquí. La película de McKenzie es más gélida y clínica, al menos durante una buena parte de su metraje, que lo que su descripción propicia a pensar. La manera en la que la directora se relaciona con los personajes y la forma en la que filma los espacios tiene algo que no me atrevería a definir necesariamente como «canadiense» pero sí que responde a una cierta manera de ver el mundo y de trabajarlo cinematográficamente.

Pese a su título de película de wuxia asiático –imagino a más de un espectador fanático de las artes marciales pensando que se metió a ver la película equivocada–, QUEENS… es un drama psicológico, la historia de una chica con un pasado (y un presente) muy complicados que está internada en una clínica psiquiátrica en Cape Breton, Nova Scotia, luego de un enésimo intento de suicidio. Y a lo largo de las excesivas dos horas que dura la película el eje principal –o uno de ellos– pasará por su relación con joven voluntario de origen chino que trabaja ayudando a pacientes en ese hospital, incluyéndola a ella.

Dicho así suena al típico drama indie que pasa por el Festival de Sundance. Y si bien los arcos narrativos que se muestran acá no están muy lejos de eso, formalmente la película apuesta por otra cosa, mucho más riesgosa formalmente y queer desde su mirada (ella es bisexual, él es gay) y mucho más áspera y menos empática de lo que sería en manos de un director que trabaje de una manera más clásica. No estoy seguro, de todos modos, que las formas de McKenzie funcionen del todo bien ni que sean mucho mejores que las un tanto más «tradicionales», pero lo que es innegable es el riesgo que corre al plantear la película desde ese lugar tan personal.

La protagonista se llama Star (Sarah Walker) y es una chica de 18 años que, quizás a causa de la medicación o bien por sus problemas psiquiátricos, parece estar siempre un poco presente y otro tanto ausente. Para el espectador es difícil darse cuenta si es una persona un tanto ajena y extraña por los problemas personales acaso neurológicos que tiene o por los tratamientos que recibe. Pero lo cierto es que la chica no las tiene todas consigo, parecería estar en el llamado espectro autista. An (Ziyin Zheng) es muy distinto a ella: un joven solidario y amable al que le gustan cantar canciones de la opera china (tiene una hermosa voz) pero que también, uno adivina, tiene una enorme fragilidad y una vida personal complicada. Y de un modo un tanto curioso Star y An empiezan a conectar a través de conversaciones, mensajes de texto y experiencias que tienen en común.

La película no solo se apoya en la relación entre ambos sino que dedica un buen tiempo a las experiencias de cada uno por separado, especialmente de Star con su madre, con otra gente que trabaja en esa clínica y con las que tiene relaciones muy disímiles. Ir conociendo más del pasado de la chica permite entender más acerca de su estado y lo mismo pasa con la relación que An tiene con su estadía en Canadá, ya que su permiso de permanencia en el país se está acabando. Pero no hay soluciones fáciles para las situaciones en las que ambos se encuentran. Ella no está capacitada para vivir sola. El no está muy seguro si quiere quedarse (tiene un monólogo sobre cómo los canadienses tratan a los chinos como niños que es lo mejor de la película), pero tampoco se imagina de regreso en China.

La dificultad de la película pasa, además de su extensión y su repetitividad, por el hecho de que el personaje de Star es casi inaccesible. Se trata de una persona a la que le sucedieron y que en consecuencia hizo cosas terribles, pero es difícil conectar con alguien tan áspero y monocorde, por más que eso esté ligado a sus neurodivergencias. No me caben dudas que su actuación es un logro de realismo puro (uno piensa todo el tiempo que la chica debe ser así en la realidad hasta que en un momento se da cuenta que no lo es), pero a la vez es difícil empatizar con su tono, con su sequedad y hasta con algunas de sus actitudes.

La película –que se estrenó mundialmente en la sección Encounters de la Berlinale 2022– tiene algunos apuntes visuales lúdicos y momentos que la sacan del drama hospitalario y que pasan por el imaginario de la opera china, de los videojuegos y hasta ofrece algunos momentos de animación. Son experimentos visuales, casi, que intentan cambiar un poco el chato universo –literalmente, clínico– en el que se mueve Star. Pero no siempre esas escenas logran darle a la película ese extra que parece necesitar.

Sus últimos 20, 25 minutos abren un poco el panorama y permiten que el aire entre en ese agobio que empieza a generarse alrededor de las experiencias de la chica, pero quizás sea demasiado tarde para entrar recién ahí en la película. Algunos otros –y no solo los que pensaron que iban a ver algo de artes marciales– seguramente abandonarán antes. QUEENS OF THE QING DYNASTY es de esas películas que resultan admirables más por los riesgos que asumen que por los resultados que consiguen.