Viennale 2022: crítica de «Living», de Oliver Hermanus
En esta bastante fiel remake de «Ikiru», de Akira Kurosawa, la historia de un burócrata al que le queda poco tiempo de vida mantiene la época de la original y se traslada de Japón a Gran Bretaña. Con Bill Nighy.
Uno puede pensar que hay muchísimas diferencias entre la cultura japonesa y la británica, pero acaso no sean tantas. O, dicho de otro modo, hay algunas similitudes más que visibles pese a otras enormes diferencias. Y esos parecidos y coincidencias hacen que LIVING, la remake inglesa de IKIRU (VIVIR), el clásico de Akira Kurosawa, sea profundamente respetuosa de la película original y, a la vez, una historia que parece británica hasta la médula.
No es casual tampoco que el guionista de esta versión sea el Premio Nobel Kazuo Ishiguro, nacido en Japón pero radicado en Gran Bretaña desde los seis años. En esta versión, Bill Nighy encarna al personaje interpretado en el original por Takashi Shimura, un burócrata de una kafkiana oficina en la que se juntan papeles con trámites y en la que nadie parece avanzar nunca con nada. Mr. Williams, así lo conocen –aunque alguien lo puso el apodo de Mr. Zombie–, es respetado y hasta temido por sus subalternos, pero ninguno parece apreciarlo o verdaderamente conocerlo. Ni siquiera su hijo ni su nuera (Williams es viudo), que parecen más preocupados por la herencia.
Dos escenas de LIVING –que transcurre en la Gran Bretaña de 1949 y tiene una notable reconstrucción de época que incluye detalles formales de presentación cinematográfica, empezando por los inmaculados créditos iniciales– marcan a las claras el recorrido del personaje, que es similar al del clásico japonés. Por un lado, un grupo de mujeres se enreda en las oficinas estatales en las que trabaja Williams y su equipo intentando conseguir un permiso para armar una plaza de juegos infantiles en su barrio. Dan vuelta de piso a piso sin conseguir avanzar y el propio Williams termina archivando el pedido en una enorme pila de asuntos pendientes.
El otro es un diagnóstico médico. Al hombre le detectan un cáncer y le dicen que le quedan seis meses o un poco más de vida. Y la noticia lo modifica por completo. De un día para el otro deja de ir a la oficina y empieza, a su modo, a intentar encontrarle un sentido al tiempo que le queda. Prueba por el lado de «la noche» y la «vida disipada», saliendo de copas con un extraño (Tom Burke), pero no parece calmar su angustia. Y tampoco puede hablar con su hijo del tema, ya que no encuentra la oportunidad o todos parecen reprimirse a la hora de acercarse a cualquier asunto íntimo.
Con quien mejor conecta es con Margaret (Aimee Lou Wood), una chica que trabajaba en la oficina y que renunció, en busca de mejores oportunidades. Se la topa casualmente en la calle y pasa con ella un buen tiempo, invitándola a comer y al cine, llenándose de algún modo de la vitalidad y el entusiasmo que Margaret expresa y manifiesta sin tantos pudores. No se trata de una historia de amor –por más que ella sospeche que esas pueden ser sus intenciones– sino de un intento de capturar ese espíritu vital que le ha sido siempre ajeno. Y ese «contagio», si se quiere, dará pie a la resolución que es casi idéntica a la del film original y que no adelantaremos aquí por si alguno no se cruzó aún en su camino cinéfilo con el clásico de 1952.
Nighy, que viene abandonando sus caracterizaciones más intensas y excéntricas para transformarse en un veterano e inesperadamente sobrio actor, es todo reserva y modestia en la personificación de este burócrata que, al darse cuenta de la cercanía de su muerte, empieza a tomar conciencia de sus errores y trata de hacer algo para remediarlos. El tono utilizado por el sudafricano Hermanus (MOFFIE, THE ENDLESS RIVER) y esa parquedad del actor por momentos le dan a LIVING un tono excesivamente denso y sombrío –casi tan zombie como el personaje–, pero de a poco la emoción va apareciendo, de un modo que también hace recordar a LO QUE QUEDA DEL DIA, adaptación de una novela del propio Ishiguro, especialista en este tipo de reprimidos personajes.
El cambio más llamativo con la versión original es la introducción de Peter Wakeling (Alex Sharp) como uno de los empleados que trabaja en el equipo de Williams y que funciona como una suerte de punto de entrada a su vida. A partir de la apreciación que él hace de la experiencia del protagonista, es el que de algún modo «aprende» la lección que sin querer el personaje imparte y que es algo así como no ser un burócrata de su propia vida, lección que todos los otros aprecian pero ninguno lleva realmente a cabo. Sin dejar de ser un respetuoso homenaje a la película original –y sin actualizarla al siglo XXI–, LIVING intenta de todos modos que esa lección atraviese las generaciones.
Basándose en una película de la década de 1950 de Akira Kurosawa,, el director Oliver Hermanus decide trasladar la historia original de Japón a Gran Bretaña con los cambios que esto implica.
La película tiene un arranque algo lento en los primeros 20-25 minutos hasta que al personaje protagonista, el señor Williams, un burócrata que trabaja en la oficina de Obras Públicas, le diagnostican una enfermedad terminal y le dicen que le quedan seis meses de vida.
Ante ese dramático diagnóstico el señor Williams decide cambiar su forma de vivir buscando disfrutar más de su tempo libre y, para eso va a realizar algunos preparativos para que en el mundo quede un buen recuerdo suyo
Apoyándose en una excelente actuación de Bill Nighy, el director, sin ser Kurosawa, demuestra que puede llegarse a grandes alturas y que es posible conquistar el corazón del público sin golpes bajos.
Una hermosa película que hace acordar a esa joya que fue MI VIDA SIN MI (2003) de Isabel Coixet. Para no dejarla pasa (8/10)