Viennale 2022: crítica de «Women Talking», de Sarah Polley
Un grupo de mujeres de una colonia religiosa se reúne para decidir qué actitud tomar cuando descubren que unos hombres de su propia comunidad han violado a muchas de ellas. Con Rooney Mara, Claire Foy y Jessie Buckley.
El afterschool special es un concepto muy arraigado en la cultura norteamericana, caracterizado por películas educativas pensadas para un público escolar, adolescente, en las que se trata de enseñarles algunas importantes lecciones sobre la vida, lecciones que van cambiando con el correr de las épocas. Viendo WOMEN TALKING no podía evitar la sensación de estar viendo una versión modernizada y arthouse de ese mismo tipo de programas, una película pensada de un modo didáctico, educativo, correcto desde un punto de vista político pero prácticamente nulo desde casi todos los demás. El film de Sarah Polley es el «afterschool special» de la era del #MeToo. Está pensado como una lección sobre casi todos los temas que rodean este momento del zeitgeist cultural del mundo.
Pero también puede ser visto como parte de otra tradición, la del teatro «políticamente comprometido» de los años ’30 o ’40, con obras armadas y estructuradas como alegorías para representar algún tema importante de algún momento histórico. En WOMEN TALKING hay una serie de personajes que representan distintas ideas, generaciones y actitudes en un lugar puramente simbólico (una «colonia») en el que tienen que lidiar con la violencia masculina brutal que ha sido ejercida sobre ellas durante años. El hecho concreto es terrible, pero Polley lo usa como excusa para concientizar sobre algo que, a esta altura, casi todo el mundo que vea esta película ya tomó claramente conciencia.
En una comunidad religiosa que parece menonita o similar –a primera vista todo parece transcurrir hace siglos o décadas pero pronto veremos que no es tan así– sucede un raro fenómeno que los hombres del lugar califican de místico, fantástico. Durante varios años mujeres de, literalmente, todas las edades, amanecen ensangrentadas, golpeadas, violadas y violentadas. No parece haber explicación y ellos dicen que se trata de Satán, de algún tipo de fantasma o criatura mítica. Pero rápidamente –en la película, no en la historia basada en un hecho real que sucedió en Bolivia– las mujeres descubren que son un grupo de hombres de la comunidad los que violan a las chicas, drogándolas con tranquilizantes para animales y luego escapando sin ser vistos o denunciados.
Rápida y didácticamente Polley muestra que a las enojadas mujeres de la colonia les dan tres opciones para responder a esta agresión. Una es callarse la boca, no decir nada y dejar todo como está. Otra es quedarse y presentar batalla, luchar contra una comunidad machista en la que las mujeres ni siquiera tienen permitido aprender a leer y a escribir. Y la tercera es irse de allí todas, aún cuando eso les cueste –según la religión que profesan– la entrada al paraíso. Las mujeres votan y, enseguida, la primera opción pierde. Pero las otras dos empatan en votos. Y deben juntarse ocho mujeres en un cobertizo a debatir, analizar y discutir qué es lo que deben hacer. Como dirían en aquella canción de The Clash: ¿deben quedarse o irse?
Y allí se dispone una suerte de pieza teatral que, por más pequeños desvíos visuales (hacia personajes que están afuera de la «asamblea» o a anécdotas o imágenes del pasado), se presenta con un formato claramente armado para ser llevado a un escenario con «un gran elenco» de importantes actrices. Aquí las que representan los distintos puntos de vista son tres. La principal es Ona (Rooney Mara), cuya idea es quedarse y tratar de convencer a los hombres de cambiar su manera de tratar a las mujeres. Está por ser madre, tiene cierto interés romántico por August (Ben Whishaw) –quien acompaña a las mujeres en el salón para tomar nota de lo dicho ya que ellas no saben escribir– y posee una sonrisa beatífica que no se le termina de borrar por más historias de terror que se cuenten.
Más intensas son Mariche (Jessie Buckley) y Salomé (Claire Foy). La primera quiere irse a toda costa, cansada de lidiar con los hombres de la comunidad y con lo que le han hecho a ella y a su familia. Y la segunda, igual o más enojada, prefiere quedarse y hacer crecer la tensión, si hace falta, de manera violenta. Judith Ivey encarna a Agata y Sheila McCarthy a Greta, dos mujeres más grandes y madres de las tres protagonistas, que tratan de combinar sabiduría y algunas banales anécdotas para dar a conocer sus ideas y experiencias. Y pasará también Frances McDormand, pero lo suyo es casi un acto de severa presencia.
Polley transforma un planteo provocativo y complejo en una suerte de «reunión de consorcio» un tanto agotadora en la que ni siquiera hay una sólida coherencia interna. Los personajes cambian todas de punto de vista (que lo haga una vaya y pase, pero acá son todas), todas explican y se explican con términos que claramente no son propios y hay hasta una serie de inclusiones de personajes que están ahí para dejar en claro que la película también tiene tiempo para ocuparse de personas con sexualidades diferentes y hasta del prototípico «hombre bueno» que deja en evidencia que, bueno, no todos son iguales algo que, literalmente, un personaje dice en voz alta.
La novela de Miriam Toews se publicó en 2018 en plena aparición del #MeToo y fue un impacto, un fuerte llamado de atención. Cuatro años después, la película no solo llega un poco tarde a impartir lecciones básicas sobre un tema sobre el que todxs ya aprendimos bastante sino que lo hace con los recursos más pedestres imaginables y sin imaginación alguna. Es corrección política en su versión más rancia, menos imaginativa, sin una mínima creatividad puesta en generar algo más que lo que se adivina desde un principio. Quizás la única decisión fuerte y lograda de la película sea la de, directamente, no mostrar ni por un segundo a los hombres de la comunidad y mucho menos las atrocidades que cometieron.
Las sólidas actuaciones (Foy, Buckley y Mara son excelentes actrices) hacen que ciertos textos ampulosos u obvios sean tolerables, pero mientras uno los escucha se da cuenta que esta misma conversación, en manos de actrices y una directora menos talentosas, podría ser intragable. Obvia, reiterativa, visualmente chata y con momentos «oscarizables» cada cinco minutos (cuando la cámara se acerca despacio a un rostro ya podemos advertir que se viene otro clip apto para ceremonia de premios con música ad hoc), WOMEN TALKING es tan básica desde lo cinematográfico que uno ni siquiera logra tomársela del todo en serio. Y escuchar risas incómodas en una película sobre un tema tan grave es una pésima señal.
El problema de gran parte de las críticas llamativamente positivas y celebratorias que recibió la película es que parecen estar escritas desde el temor a no ser visto como un «aliado» o desde la simple coincidencia ideológica. Pero el cine –y también el teatro, al que esto se le parece más– es más que estar de acuerdo con lo que se plantea o con lo que dicen los personajes. Y todo eso, acá, no está, se lo llevó puesto el peso de la lección a impartir. WOMEN TALKING peca de tediosa y repetitiva cuando podría haber sido intensa y provocativa. Una pena.
El primer y último párrafo de la critica le cambio nombres y un par de detalles y explica a la perfección lo que me paso con Argentina 1985.
La actriz canadiense Sarah POLLEY (n. 1979) que sobresalió en una hermosa película que se llama MI VIDA SIN MI (dirigida por Isabel COIXET en el 2003) decide tirarse a la pileta con la adaptación de un libro de la escritora canadiense Miriam TOWENS, llamado WOMEN TALKING (Mujeres hablando es su traducción literal).
En una comunidad religiosa cerrada, un grupo de mujeres descubre que detrás de los extraños hechos de abuso que venían teniendo lugar desde hacía varios años los responsables no eran otros que un grupo de hombres del pequeño poblado.
Un grupo de mujeres delibera qué hacer al respecto y buscando evitar la violencia, se les presentan dos opciones: 1) Quedarse a luchar a riesgo de ser condenadas y maldecidas por la comunidad, perdiendo la posibilidad de llegar al paraíso que anhelan. 2) Irse hacia un mundo exterior que desconocen para no seguir sufriendo.
La directora Sarah POLLEY logra sortear gran parte de los riesgos que representa llevar al cine una película muy hablada y con debates religiosos difíciles de exponer para el espectador.
Son fundamentales las actuaciones de la película, luciéndose Rooney Mara que interpreta a una mujer embarazada de una violación, Claire Foy en el papel de una madre cuya hija fue abusada y la gran Jessie Buckley continuamente golpeada y violada por su marido.
WOMEN TALKING, con sus desniveles, es una película interesante para ver y debatir (7/10)
Con todo respeto discrepo de su mirada y análisis. Soy mujer y a las mujeres nos ha encantado. No me pareció para nada rancia la corrección ni poco imaginativa, como usted lo dice. Es una película potente, que nunca olvidarás.
«Es corrección política en su versión más rancia, menos imaginativa, sin una mínima creatividad puesta en generar algo más que lo que se adivina desde un principio».
Decir que es obvia y que peca por descrinir algo de lo que todos ya somos conscientes, es recurrir a un argumento generalizador y «magnánime» en el que el crítico, en este caso hombre, da por hecho lo que el auditorio ya debe conocer. Esta crítica es justo el ejemplo de que falta mucho por decir, mucho por hablar….
Estoy completamente de acuerdo con Viviana y María.
Por lo demás, hay una frase preocupante en su crítica, cuando dice «llega tarde a dar lecciones básicas de un tema del qué ya aprendimos bastante»;
trabajo en educación en el área de tecnología e innovación y falta muchísimo aún, quizás hoy las mujeres saben leer y escribir pero faltan referentes, faltan las científicas en los libros de ciencia, aún siguen quemando y matando mujeres en el mundo, aún los hombres ganan más por el mismo cargo. Así que cuando todo eso deje de pasar podemos dar por gastado el tema, no sea tan egocéntrico,puede decir que no empatizó, pero no declare sobre temas de los que no sabe.
Pésima crítica.
Esta película es un panfleto feminista realmente infumable. Se nota demasiado su costado de propaganda ‘Metoo’. Fue un fracaso monumental en taquilla (de un presupuesto de 134 millones, recaudó solo 3) y le dieron inmerecidamente un premio Oscar al guión adaptado
Es una película desde mi punto de vista, profundamente Humanista.