Festival de Mar del Plata 2022: crítica de «Cambio cambio», de Lautaro García Candela
Un joven que comienza a trabajar como «arbolito», comprando y vendiendo dólares en el microcentro porteño, se mete en problemas cuando quiere quedarse con alguna diferencia importante. En la Competencia Internacional.
Cuando se le quiera explicar a generaciones posteriores –o, más cerca en el tiempo, a habitantes de países un poco más previsibles– el alocado y delirante funcionamiento de la economía argentina y porqué prácticamente todo el mundo sabe día a día el valor del dólar en el país habrá que mostrarle CAMBIO CAMBIO, la segunda película de García Candela, una que pone en primer plano la locura cotidiana y los pequeños negocios («rulos», como le dicen en la jerga) que se pueden hacer mediante la compra y venta de la moneda norteamericana.
Un poco como LA URUGUAYA –otra película en competencia en Mar del Plata cuya trama está ligada a importantes cantidades de dólares en billetes–, CAMBIO CAMBIO es un retrato de esa extraña locura, esa «bolsa de valores» o timba de la calle que hace que muchas personas ganen o pierdan grandes cantidades de dinero a partir de la cotización en cuestión. Es, como NUEVE REINAS veintidós años atrás, una película que a partir de una trama de engaños deja en evidencia un sistema que es problemático y estresante para la vida cotidiana, pero muy apto para un relato cinematográfico. Quizás, como la de Fabián Bielinsky, se trate de una película que anticipe algún tipo de debacle.
El protagonista de CAMBIO CAMBIO es Pablo (Ignacio Quesada), un veinteañero que acaba de llegar a Buenos Aires de Olavarría («es ciudad, no pueblo», aclara) y trabaja en la peatonal Florida del Microcentro porteño invitando a turistas a entrar a un restaurante. Es una calle llena de «arbolitos», como se les dice a los que venden dólares a viva voz. Y tarde o temprano Pablo verá que hay más dinero para hacer allí que en su anterior trabajo, por lo que pronto estará gritando, literalmente, el título de la película en la misma cuadra, llevando el dinero de los clientes a una peluquería que está al lado, cuyo dueño (Darío Levy) es su jefe y el encargado, como tantos otros en el barrio y en toda la ciudad, de la operatoria.
Pero Pablo conocerá a Florencia (Camila Peralta), que trabaja en un local comercial de la zona, y tras un bastante veloz coqueteo previo, pronto estarán viviendo juntos en el departamento que Pablo tiene muy cercano a la zona. Como Florencia quiere irse a Francia a terminar sus estudios y Pablo la quiere acompañar se les vuelve urgente conseguir más dinero. Unos miles de dólares. Y para eso no les quedará otra que tratar de sacar las pequeñas ventajas que permite la compraventa de monedas. Y, cuando eso no alcance, meterse en negocios más complicados de similar operatoria. Cifras relativamente chicas, pero que para ellos –y para los otros dos amigos/colegas que se prenden en el negocio– marcan la enorme diferencia entre irse o quedarse.
Sin poner demasiado el acento en los detalles específicos de cada operación que hacen (se plantean, pero solo los entenderán del todo quienes estén pendientes del subibaja del dólar o busquen videos en YouTube que expliquen que es un «encaje cambiario»), la película transmite la tensión del thriller que se va generando cuando el grupo protagónico empiece a subir la apuesta. Y eso logra crecer en función de la identificación que el espectador llega a tener con Pablo, Florencia, Daniela (Valeria Santa) y Ricky (Mucio Manchini), un querible cuarteto protagónico que no la tiene tan clara como cree.
Un poco como la UNCUT GEMS, de los hermanos Safdie (aunque no tan nerviosa desde lo formal) y con operatorias que traen a la mente series actuales como INDUSTRY (llenas de apuestas millonarias tan atrapantes como incomprensibles) o decenas de thrillers sobre distintos tipos de gambling (legal o no), pero sin perder de vista la humanidad y la cercanía de los protagonistas con la «gente común», la querible y por momentos frenética CAMBIO CAMBIO no se tensa desde la cantidad de dinero que se maneja sino desde los riesgos que aparecen cuando los inexpertos protagonistas se van metiendo en peripecias cada vez más complejas.
Y la otra gran protagonista es la ciudad de Buenos Aires, especialmente el Microcentro porteño, con su caótica vitalidad, su desesperante nerviosismo y los millones de historias que se tejen y destejen a diario en sus calles. García Candela encuentra algunas oportunidades para salir de la peatonal Florida (hay un momento, especialmente bello, que es un curioso homenaje lo fi a sus calles) y dar a entender que no todo en la ciudad es trucos, trampas y traiciones. Hay, también, belleza, solidaridad, afecto. Es una ciudad carcomida por la desesperación de salvarse, en la que la única opción para sobrevivir parece ser armar algún tipo de familia sustituta que se alegre en las buenas y te sostenga en las malas. La amistad, al final, es ese spread de dos o tres pesos entre el valor de compra y el de venta que te asegura una porción de felicidad. ¿Por qué creen, sino, que Roberto Carlos quiere tener un millón de amigos?