Festival de Mar del Plata 2022: crítica de «Imperio de luz», de Sam Mendes
Olivia Colman protagonista este drama nostálgico centrado en la vida de una mujer solitaria que trabaja como manager de un cine de un pueblo costero en la Inglaterra de 1980.
Muy diferente al mundo de grandes y épicas producciones en el que se venía especializando, IMPERIO DE LUZ lleva a Sam Mendes a un universo más personal, de recuerdos de su época adolescente, ligados a una serie de personajes que trabajan en el Empire, un cine de una ciudad costera inglesa, donde transcurre la trama, que se desarrolla entre 1980 y 1981. No es estrictamente una película cinéfila ni una declaración de amor al cine en el sentido que podrían serlo films como CINEMA PARADISO, pero tiene un similar tono nostálgico por el universo de las grandes salas de cine, de esas que quedan muy pocas.
Tampoco es EMPIRE OF LIGHT un film estrictamente autobiográfico a la manera de las recientes BARDO, BELFAST o ROMA, pero sí pertenece a ese amplio subgénero de reconocidos directores que escriben un guión en base a sus recuerdos adolescentes o infantiles, algo que seguramente será parte de la inminente LOS FABELMAN, de Steven Spielberg. Para los que esperen algo similar a sus películas de la saga Bond, 1917 o hasta BELLEZA AMERICANA se toparán con algo muy distinto. Mucho más calmo y reposado.
IMPERIO DE LUZ narra la historia de Hilary (Olivia Colman, más sobre ella luego), una mujer que trabaja como manager de un enorme y bello cine en Margate, una bonita ciudad en la costa sudeste de Inglaterra. Es una mujer seca, silenciosa, con rostro triste, que vende golosinas en la entrada y es algo así como la coordinadora de los distintos jóvenes que trabajan en el lugar. Además de ellos está el hosco Sr. Ellis, el dueño del cine (Colin Firth) y Norman, un amable proyectorista (Toby Jones). Hilary no es del todo una mujer deprimida, pero funciona un poco como en piloto automático.
Durante la primera parte del film, el guión de Mendes se ocupará de mostrar la enorme y bella locación, que tiene dos salas, una enorme entrada y hasta refiere a un pasado aún más espectacular, ya que hay partes del edificio que no se usan más y se irán descubriendo más adelante. Pero el eje pasa por Hilary, una mujer solitaria cuyo pasado «médico» conocemos cuando su doctor le pregunta si está bien y si sigue tomando el litio que le recetó, lo cual hace pensar en algún tipo de trastorno bipolar. El otro dato importante del principio es que cada vez que Ellis la llama a su oficina con alguna excusa, en realidad lo que hará con ella entra en la categoría de abuso sexual.
Pero algo parece cambiar en ella cuando llega a trabajar al lugar Stephen (Micheal Ward), un joven afrodescendiente curioso, fanático del ska, amable y conversador con el que conecta rápidamente, sacándola un poco de su estado un tanto zombie. Juntos empiezan una relación que va más allá de la amistad, pese a la diferencia de edad, y que incluye lecturas, recorridas por el sector abandonado del cine y por la playa de la ciudad. A Stephen, en tanto, le empieza a interesar todo lo relacionado a proyectar películas, algo que le enseña Norman. En esas escenas, Mendes muestra su amor al cine que, curiosamente tiene más que ver con los salones y mecanismos del aparato en sí que con las películas, que se ven muy poco y que forman una parte llamativamente lateral de la trama, salvo por breves escenas, posters y anuncios en la clásica marquesina.
Las complicaciones de esa relación, de la salud de Hilary y de las crecientes tensiones raciales en la Inglaterra de Margaret Thatcher serán los ejes por los que avanzará, de manera cálida pero un tanto mecánica, la película de Mendes. Con algunos momentos emotivos, otros duros y difíciles, y un muy buen trabajo de dirección de arte y fotografía (Roger Deakins, como siempre), IMPERIO DE LUZ es una película cuidada, prolija y nostálgica en la que la sala de cine juega como un lugar de encuentros y desencuentros, de anécdotas, historias y vivencias compartidas. Cualquiera que haya trabajado en un lugar así lo sentirá cercano.
Pero acá la cuestión, en el fondo, va por otro lado: por la historia de Hilary. Y allí es donde la película alcanza un mayor grado de sutileza y profundidad, pero más por el trabajo de Colman que por un guión que no le escapa a muchísimos lugares comunes, forzadas conexiones y decenas de finales. La actriz es capaz de dotar a su personaje de una complejidad de emociones enorme con apenas un movimiento de labios o de ojos, colocando el cuerpo de una u otra forma en función de sus distintos estados emocionales, la medicación que toma o, en un momento, la evidente falta de ella. Las limitaciones de los diálogos y la trama los cubre Colman sola, haciendo parecer a IMPERIO DE LUZ una película bastante mejor de lo que en el fondo es.