Festival de Mar del Plata 2022: crítica de «Saudade fez morada aqui dentro», de Haroldo Borges
Un adolescente de 15 años lidia con los problemas típicos de su edad en un pequeño pueblo de Brasil cuando recibe una noticia inesperada: está empezando a perder la vista. En Competencia Internacional.
Además de las dificultades normales de afrontar la adolescencia, a Bruno le toca lidiar con un problema extra: está perdiendo la vista. Tiene 15 años, un hermano con el que se lleva muy bien, una madre que se ocupa y preocupa por él y buenas amigas en el colegio, pero hay dos cosas que le preocupan. La pérdida de la vista es una, claro, pero de algún modo Bruno confía que eso se curará o tardará mucho tiempo en llegar. La otra le importa más y es su interés romántico por una compañera de clase con la que tiene una buena relación, aunque más del tipo amistosa. Pero a ella, de hecho, parecen interesarle más las chicas que los chicos.
La película del brasileño Borges es un coming-of-age bastante clásico y bien estructurado al que el realizador le agrega la dificultad extra de la pérdida de la visión. Se puede entender el problema de Bruno casi como metafórico (ya verán porqué), pero la película lo trata de una forma realista, cotidiana. De perder pronto la vista, en la escuela no saben si pueden enseñarle o si hacer o no el esfuerzo que implica integrarlo. Y si bien hay un maestro capaz de enseñarle, los directores del colegio revelan poca solidaridad con él y su situación.
A Bruno le encanta dibujar y ese es otro potencial problema para el futuro, uno con el que la madre no sabrá bien cómo lidiar. Pero para el chico, durante buena parte del metraje de SAUDADE FEZ MORADA…, lo más importante pasará por jugar al fútbol, pasear, ir a fiestas o andar en bicicleta con su hermano. Y, más que nada, por observar con ciertos celos e incomodidad como su amiga empieza una aparente relación con otra chica.
Borges abrirá ahí una subtrama que tiene que ver con las dificultades que las chicas tienen para hacer pública su relación en ese pequeño pueblo y cómo Bruno lidia con esa mezcla de sentimientos que van de la amistad a los celos en medio de un clima que se vuelve un tanto hostil. Y eso será así hasta que la enfermedad avance, complicándolo todo aún más.
El realizador logra ir transformando de a poco su película –filmada en el estado de Bahía, con actores no profesionales–, haciéndola pasar de algo más leve a otra cosa, un tanto más seria y grave, pero que no toma una forma melodramática ni necesariamente trágica. Como toda historia de crecimiento, Bruno tiene que atravesar una etapa de adaptación que en este caso exige esfuerzos mucho mayores a los comunes.
Pero si bien la película incluye momentos y sensaciones densas, emotivas y dramáticas, hay una ligereza de tono que se impone y que ayuda a que la historia no se vuelva una ampulosa ni tampoco una didáctica lección de vida. O que si lo es, lo sea con elementos nobles, sencillos y simples como andar en bicicleta con alguien que te quiere, acariciar a un perro que se pone a tu lado o dejar que la lluvia te moje el rostro, mejorando al instante un día en el que todo parece ir mal.