Festivales: crítica de «TÁR», de Todd Field

Festivales: crítica de «TÁR», de Todd Field

por - cine, Críticas, Festivales
17 Nov, 2022 06:03 | 1 comentario

Este drama por el que Cate Blanchett fue premiada como mejor actriz en el Festival de Venecia se centra en una compositora y directora de orquesta que se enfrenta con algunos problemas personales que complican su carrera profesional. Con Nina Hoss y Mark Strong.

Una larga escena –filmada, en apariencia, en plano secuencia– da las pistas de los temas con los que TÁR va a trabajar a lo largo de sus más de dos horas y media de duración. Sucede a los 25 minutos de iniciado el film y es apenas su tercera escena, tras la curiosa decisión de poner todos los créditos al comienzo, una larga entrevista pública a la compositora y directora de orquesta, Lydia Tár (Cate Blanchett) en la que se resumen todos sus logros, títulos e ideas sobre su tarea y un encuentro con un colega (Mark Strong) en un elegante restaurante. Allí, Tár discute y alecciona a un alumno de la prestigiosa Juilliard, acerca de la relación entre el talento y la vida personal de Johann Sebastian Bach. El nervioso joven le dice que, desde su perspectiva como «persona de color y pangénero», no le interesa ni quiere interpretar las obras de un «misógino que tuvo 20 hijos con distintas mujeres». Y Lydia, de una manera irónica, refinada pero no exenta de agresividad, le explica que quizás eso sea cierto pero que fue un extraordinario compositor y que no entiende qué tienen que ver sus «proezas en la cama con el Sí menor«.

Esa extensa escena ridiculiza un poco al chico –que termina yéndose de la clase, ofendido– pero a la vez muestra a Tár como una persona dura, intimidante, que posiblemente tenga razón en la discusión pero que la presenta de un modo tal que el espectador más que festejarle la «devolución» termina incomodándose por el tono que usa. Esa ambigüedad se mantendrá a lo largo de TÁR, esta biografía de la compositora (que no es real, pero podría serlo tomando en cuenta cómo la historia introduce datos, nombres, medios, orquestas y hechos de la realidad a su alrededor) en la que todo eso que fue discutido allí se pondrá en juego.

¿Cómo? Lydia es, todo parece indicar, talentosísima. Todo el mundo la respeta pero también le teme. Dirige la Filarmónica de Berlín, está casada con su primer violinista, Sharon (Nina Hoss), con la que tiene una hija pequeña, y prepara una presentación de la Quinta Sinfonía de Mahler, la única que todavía no hizo del compositor. Tiene además una aparentemente fiel asistente llamada Francesca (Noémie Merlant), que espera algún día ser directora adjunta de esa orquesta y que le organiza todos sus pasos en ese refinado mundo de aviones privados y hoteles de lujo en el que Tár se mueve. Y algunos «esqueletos en el armario» que, más temprano que tarde, harán su aparición en la trama.

TÁR avanza a partir de esas contradicciones. De a poco –a través de emails, pesadillas y algunos momentos que Field muestra de una forma un tanto esquiva– uno va viendo, no solo cierto tono abusador en su manera de trabajar, sino que da la impresión que Lydia hasta puede haber aprovechado su posición para manipular a jóvenes intérpretes en otros sentidos, un tanto más personales. Algo de eso se deja entrever en la manera en la que le da una excesivamente calurosa bienvenida a una joven cellista rusa llamada Olga (interpretada por la cellista británica Sophie Kauer, que se luce en su debut como actriz) y que llega a probarse a la orquesta. Y en el modo en el que obsesivamente borra emails y se deshace de materiales relacionados a una tal Krista, quien tocó en su orquesta.

De un modo formalmente muy austero y seco al que uno podría definir como más europeo (clínico, distante, que por momentos recuerda a cierto Nuevo Cine Alemán y no solo por la presencia de Hoss) que típicamente estadounidense, el director de EN EL DORMITORIO y SECRETOS INTIMOS (LITTLE CHILDREN) presenta a un personaje y a una trama que de una manera sutil aunque por momentos innecesariamente confusa –quizás para no perder la ambigüedad de sus potenciales lecturas– va poniendo en debate la hoy persistente discusión acerca de si hay que separar las vidas privadas de los artistas de su arte, su personalidad de su talento y si deberíamos juzgarlos por sus acciones (o algunas de ellas), aún cuando no estén directamente relacionadas con su producción artística. A la vez, al esconder pistas respecto a lo que Tár hizo o no hizo, la película también se pregunta y cuestiona la llamada «cultura de la cancelación»: ¿se puede condenar a un artista por acusaciones cuando sus delitos no han sido probados?

A eso, Field le agrega otro detalle que enreda más la discusión. No se trata del típico conductor de orquesta hombre, blanco y veterano, como algunos de los que fueron acusados de abusos hace unos años. Tár es más joven, lesbiana, tiene un hijo con otra mujer y atravesó críticas años atrás cuando ambas decidieron hacer pública su relación. Y si bien todo parece armado para una película polémica en el sentido más convencional, Field lleva la historia hacia zonas más extrañas, mezclando la realidad con la fantasía, como si Lydia sufriera de algún tipo de alucinación diurna que le hacen ver cosas (ruidos, gritos, algunos hechos un tanto raros) que pueden o no estar sucediendo, algo que la película prefiere dejar en esa zona ambigua.

Quizás sea una manera de llevar a lo formal esa misma confusión que el tema genera y preguntarse hasta qué punto la subjetividad deforma los recuerdos y hasta el presente. De hecho, cuando la película llega a su punto más crítico es cuando más extravagante se pone, llegando a un final que dejará a muchos boquiabiertos, sin tener muy claro qué es lo que está sucediendo, una serie de escenas y revelaciones que buscan enredar todo aún más, a mitad de camino entre la sátira (Field se mueve siempre al borde de ese registro) y el drama un tanto alucinatorio de alguien que va perdiendo su compostura y equilibrio mental.

Una vez que uno se acostumbra a sus modos y su tempo, TÁR es por momentos fascinante, ya que aporta una bienvenida mirada que invita a analizar el problema desde distintos lados. Al estar contada desde la perspectiva de la protagonista (una actuación tan apabullante de Blanchett que por momentos bordea la autoparodia), uno podría pensar que la película acompaña a su protagonista en todo. Pero, un poco a la manera del TAXI DRIVER, de Martin Scorsese, Field parece intentar tomar distancia de ella, de sus acciones (vean, sino, como trata a una niña que le hace bullying a su hija), de sus comportamientos con sus músicos y colegas, y así mostrar su debacle emocional no solo como algo producido desde afuera sino también auto-infligido. Una película extraña y despareja, pero que logra escaparle a la trampa de entregar respuestas a todas las preguntas. De hecho, si de algo peca es de lo contrario. Como la música que ama Lydia y que aprendió de su maestro Leonard Bernstein, la película de Field se presenta como un viaje que lleva al espectador a zonas que las palabras no alcanzan a definir ni explicar.