Series: reseña de «The White Lotus – Temporada 2: Episodios 1/3», de Mike White (HBO Max)

Series: reseña de «The White Lotus – Temporada 2: Episodios 1/3», de Mike White (HBO Max)

Un grupo muy diverso de personajes pasa una semana en un hotel con consecuencias trágicas en la segunda temporada de esta serie de antología que esta vez transcurre en Sicilia. Los domingos, por HBO Max.

Los paraísos turísticos del imaginario estadounidense reaparecen en la segunda temporada de THE WHITE LOTUS. Lo que antes fue Hawaii ahora es Italia, más específicamente Taormina, en Sicilia. Y Mike White vuelve, de algún modo, a jugar a dos puntas con esos clichés y expectativas. Por un lado, le da a los espectadores lo que buscan: vacaciones lujosas, exclusivas, en lugares paradisíacos (Nota: estuve en Taormina en un festival de cine y doy fe que la serie no exagera, el lugar es así de bello) y a la vez subvierte esas expectativas al mostrar que tanto los turistas como los locales y hasta el staff del hotel no son ni se comportan como se supone que deberían.

Con el marco de ese paisaje –que no está, convengamos, tan aislado del resto del mundo como el de la primera temporada, ya que el hotel está dentro de una ciudad, turística y pintoresca pero ciudad al fin–, la nueva temporada de la serie de HBO Max se inicia utilizando el mismo modelo de la anterior: un fast forward que muestra la aparición de cadáveres en el mar y luego un retorno al «presente», una semana antes de esos hechos, para arrancar con la llegada de un grupo de turistas en una embarcación al hotel. El juego está armado. Lo que la serie necesita es buenos personajes que justifiquen la expectativa creada.

Si bien se trata de una serie de antología –cada temporada tiene nuevos personajes y locaciones–, THE WHITE LOTUS conserva dos cosas en esta temporada. El hotel de Taormina es, supuestamente (en la realidad es éste), parte de la cadena «White Lotus», la misma que el de Hawaii (ambos, en realidad, son de la cadena Four Seasons). Y regresa también Jennifer Coolidge en el rol de la peculiar, intensa y medicada Tanya McQuoid, ahora en pareja (contar con quién sería spoilear algo de la primera temporada) y acompañada, además, por Portia (Haley Lu Richardson), su asistente personal, a la que obliga a «esconderse» ya que su marido no quiere saber nada con su presencia. De hecho, pronto quedará claro que él tampoco tiene muchas ganas de estar ahí con Tanya, a la que parece tolerar solo por su dinero.

Tres generaciones de una familia estadounidense de raíces sicilianas son centrales a la trama. Se trata de Bert Di Grasso (F. Murray Abraham), un abuelo un tanto gagá –se tira gases en público, hace bromas fuera de lugar, se la pasa coqueteando con chicas jóvenes en plan «viejo verde»–, su hijo Dominic (Michael Imperioli, de LOS SOPRANO), un productor de Hollywood adicto al sexo y con problemas familiares, y el nieto del primero e hijo del segundo, Albie (Adam DiMarco), que la va de joven bueno, amable y correcto que quiere escapar de los estereotipos que representan sus antepasados. Los tres están ahí con la idea de reencontrarse con esas raíces locales.

Dominic funciona como conexión con la parte «local» de la trama, ya que Lucia (Simona Tabasco), una chica que trabaja como escort en la zona y su amiga Mia (Beatrice Grannò), aspirante a cantante, logran entrar al hotel gracias a los servicios que le ofrecen a él. Para eso, primero, tienen que atravesar a la furiosa, intensa y curiosamente poco amable manager Valentina (Sabrina Impacciatore), que no quiere saber nada con que ronden el lugar. La mujer no solo es dura con ellas y con su personal, sino que hasta es amarga y brusca con los huéspedes.

Otro importante cuarteto de personajes son dos parejas conectadas por los negocios y la vieja amistad universitaria que une a Cameron (Theo James) y a Ethan (Will Sharpe), dos millonarios punto.com de personalidades y parejas muy distintas. El primero es un clásico empresario joven y «ganador» que está con la sonriente y prototípicamente norteamericana Daphne (Meghann Fahy) y se presentan como la pareja perfecta, feliz y un tanto hueca. El más nerd Ethan, en cambio, está casado con Harper (Aubrey Plaza), una abogada «progresista» y preocupada por el estado del mundo que está un poco asqueada (o al menos dice estarlo) con los amigos de su marido, con el hotel y la nueva vida de millonarios que tienen tras la venta de la empresa de su pareja.

En los primeros tres episodios empiezan a tejerse los enredos. Algunos parecen más inocentes –como la tímida relación que Albie inicia con Portia–, otros bastante previsibles –la evidente crisis de Tanya y su marido– y otro un tanto más incómodo, como la evidente atracción que Harper siente por Cameron, el amigo de su marido. En todas las subtramas de la temporada hay, sí, un hilo conductor fuerte que la separa de la anterior y, en cierto modo, de buena parte de las series de este tipo: el alto contenido sexual de la historia y de algunas específicas escenas, algo que ya adelanta en buena medida la secuencia inicial de créditos de cada episodio.

No se trata de nada revolucionario ni fuerte en cuanto a lo que se muestra –ni siquiera para los standards de HBO–, sino que lo que llama la atención es la alta cuota de deseo sexual que se evidencia, o se negocia monetariamente, entre los personajes. Cada una de las subtramas está atravesada por el tema de una manera bastante más clara y directa de lo que es habitual en este tipo de comedias dramáticas. THE WHITE LOTUS es una serie horny, en la que todo el mundo parece estar mirándose y en la que el deseo circula de un modo ostensible, filmado además por White –director y guionista de todos los episodios– de una manera más cercana y franca que la mayoría de sus pares.

Difícil, a partir de solo tres episodios, poder definir si la serie estará a la altura de la primera o si, incluso, la superará. En principio se puede decir que corre por similares carriles y maneja una estructura y un tipo de personajes parecidos. Exagera, quizás, con el costado turístico, pero es difícil resistirse a esos lugares, especialmente en un viaje a Noto (donde se filmó LA AVENTURA, a la que se cita muy directamente, de hecho parte de la película de Michelangelo Antonioni se filmó en el hotel) o a locaciones de EL PADRINO (sobre la que la familia siciliana hace una pésima lectura), que hay en el tercer episodio. La belleza del lugar se impone aunque uno trate de evitarla, cosa que White claramente no intenta hacer. Hay algo de la serie que bordea el brochure turístico y es casi inevitable googlear los lugares que se ven y hasta los (imposibles) precios de esos hoteles.

El punto a favor de White, a la hora de retratar este tipo de personajes –la mayoría de los cuales son, convengamos, entre desagradables y detestables–, es que el creador de la serie les confiere dignidad y tiene empatía con ellos, aún en sus momentos más patéticos y hasta decadentes. En ese sentido el personaje de Coolidge es quien mejor representa el espíritu de la serie. Por momentos puede ser todo eso junto y más (egoísta, agresiva, cruel), pero hay cierto encanto y hasta ternura en la forma en la que White la presenta, ya que el personaje actúa de una manera tal que el espectador puede, sino identificarse, al menos entender parte de su predicamento. Y esa misma dualidad se la confiere a casi todos los demás, incluyendo a los que –uno puede imaginar– tienen un pasado un tanto oscuro. Esa zona gris que White maneja tan bien es la que convierte a THE WHITE LOTUS es algo más que una simple sátira sobre los ricos y sus mortalmente maravillosas vacaciones.