Viennale/Festival de Mar del Plata 2022: crítica de «Geographies of Solitude», de Jacquelyn Mills
Este documental que se presenta en la competencia Estados Alterados se centra en las experiencias de una científica que es la única habitante de la Isla Sable, alejada de todo y a 300 kilómetros de la costa canadiense.
No llega a ser Tom Hanks en NAUFRAGO pero la vida de Zoe Lucas en la Isla Sable, un alejado y solitario hilo de tierra en el Océano Atlántico, a unos 300 kilómetros de Halifax, Nova Scotia, tiene similar nivel de aislamiento. Es la única habitante del lugar, en el que vive (no todo el tiempo, pero buena parte del año) desde hace más de 40 años, cuando conoció esa isla en viajes de exploración ambiental. Y GEOGRAPHIES OF SOLITUDE intenta acompañarla y mostrar el universo en el que vive a partir de su experiencia y, sobre todo, de su mirada.
Claro que para que haya una película –no, la cámara no es subjetiva, no se filma a ella misma– tiene que haber otra persona. Acá es Mills, la realizadora, a la que uno imagina acompañada con un mínimo equipo. Pero la idea de este documental no pasa por retratar la isla en su totalidad de un modo etnográfico sino ponerse en la piel de Zoe, una mujer que ronda los 70 años, y ver su cotidiana experiencia en ese alejado e impactante lugar en el que convive, básicamente, con la naturaleza salvaje en su máxima expresión.
Se trata de una película de observación, contemplativa, de pocas palabras y en la que lo central pasa por mostrar más que por contar. No es, estrictamente, una historia de vida ni un retrato estricto del personaje, si bien conoceremos algunas cosas de la vida de la protagonista más cerca del final del film. Es una experiencia audiovisual que se apoya en precisas observaciones sobre la vida natural en ese paraje bello y desolado.
La mujer no es una mística ni un personaje extraño que por algún motivo decidió alejarse del mundo. Es una científica que recoge datos, clasifica especies, observa comportamientos animales, toma mediciones, informa. Y la película comparte, de algún modo, ese punto de vista, ya que no intenta transformar al lugar en una suerte de poético paisaje –la cámara no se eleva por los aires, no hay drones, no hay tomas que buscan la belleza per se– sino que se mantiene a ras de la tierra, en relación a la experiencia de la protagonista.
Considerando esta valiosa perspectiva hay que decir que la película se termina volviendo un tanto extensa y hasta reiterativa. Se entiende la decisión de no «psicoanalizar» a la protagonista (es un personaje que merecería un documental de Werner Herzog también) ni hacer un retrato pintoresco del lugar, pero quizás la propuesta podría haber sido más eficaz con una duración más ajustada. De todos modos, la belleza del retrato en fílmico (en crudas imágenes en 16mm.), un trabajo sonoro que capta la increíble variedad de sonidos del lugar (más allá de lo que, uno imagina, serán mejoras hechas en posproducción) y la propia sensación de estar en ese lugar le dan a GEOGRAPHIES OF SOLITUDE su potencia cinematográfica.