Estrenos: crítica de «Amsterdam», de David O. Russell (Star+)
Esta comedia un tanto absurda se basa en un hecho real que tuvo lugar en los años ’30 en los Estados Unidos y que involucró un intento de derrocar al gobierno democrático e instalar a un dictador. Con Christian Bale, John David Washington, Margot Robbie, Robert De Niro, Anya Taylor-Joy, Chris Rock y Remi Malek, entre otros. Disponible en Star Plus.
En el contexto del cine mainstream contemporáneo, una película como AMSTERDAM puede ser vista y tomada como una afronta, un desafío, casi una locura. Creada por el director de EL LADO LUMINOSO DE LA VIDA y ESCANDALO AMERICANO, uno de los más extravagantes y personales realizadores que trabajan por lo general dentro del marco «industrial» de Hollywood (grandes elencos, grandes presupuestos), es una apuesta de 80 millones de presupuesto metidos en una comedia absurda con tintes políticos sobre un plan secreto para instalar un gobierno dictatorial en los Estados Unidos de los años ’30. Pero también es una historia de amor, de amistad, de drogas, de canciones, de bailes y de una cantidad de situaciones casi ridículas que no suelen ser las que uno espera ver en una película sobre espionaje político. La apuesta de Russell fue, previsiblemente, un fracaso comercial (se estima que terminará perdiendo unos 100 millones de dólares), pero el solo hecho de haber convencido de financiarla a Disney (vía 20th. Century Studios, o sea la vieja Fox), una corporación que hoy se dedica más que nada a secuelas de grandes «multiversos» y franquicias aptas para todo público, parece un guiño un tanto suicida, similar a lo que sucede en un momento clave del film: casi un sacrificio personal por el bien común.
Estoy exagerando, claro. Imagino que Russell creía que su extraña apuesta podía funcionar. Pero no, no funciona. En cierto punto, por el tema, el planteo y el deseo de encontrar un público adulto que ya casi no existe más y que no se puede necesariamente convencer poniendo a muchas celebridades como protagonistas. Pero en otro, más fundamental, es porque la película no es realmente buena. Es amable, generosa, romántica, delirante, pasada de rosca y por momentos muy simpática, pero su tono farsesco y caprichoso no termina de ser interesante por sí mismo. Y menos en relación al tema que lo provoca. Eso sí, a diferencia de la mediocre DON’T LOOK UP, con Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence, al menos AMSTERDAM tiene destellos de vuelo creativo y una voz propia que la conduce, pero con eso no alcanza más que para ofrecer algunos momentos simpáticos y un, al fin y al cabo, simplista pero funcional mensaje político: el fascismo es malo y, aunque no nos demos cuenta, se está cocinando bajo nuestras narices.
Russell tardará un tiempo en llegar al meollo del asunto, inspirado en un caso real (spoilers en el link), y por un tiempo parecerá que estamos viendo una comedia un tanto pasada de rosca acerca de Burt, un peculiar médico interpretado por Christian Bale en plan excéntrico. Es un veterano de la Primera Guerra Mundial que ha vuelto a su país con un ojo menos y el cuerpo bastante lastimado, que se ha dedicado a crear y recetar drogas paliativas para otros veteranos en similar situación. Y, claro, para él mismo. Pero son drogas experimentales y no todas funcionan como se espera. Su amigo y ex compañero de regimiento es un tal Harold (John David Washington), un abogado que sigue siendo su socio. Los dos son «convocados» por una joven mujer (Taylor Swift en un breve pero clave rol) que sospecha que la muerte de su padre, un militar importante que ambos ex soldados conocieron y admiran, no fue casual sino que lo asesinaron.
Al involucrarse en el asunto policial, Burt y Harold empiezan a ser perseguidos y a desentrañar una conspiración que involucra a personajes siniestros y agencias secretas pero también, aparentemente, a empresarios importantes. Pero antes de llegar a eso Russell hace un largo flashback, un desvío narrativo que podría ser menor en términos de su peso real en la trama, pero que es importante dentro del concepto de la película y el que, además, le da su título. Allí se narra cómo Burt y Harold se conocieron, quince años antes en la guerra, y cómo se hicieron amigos, además, de la enfermera/artista que los curó y cuidó, una tal Valerie (Margot Robbie) que se hace pasar por francesa. Los tres fueron a Amsterdam al terminar el conflicto y vivieron allí, durante unos años al menos, ese tipo de vida alocada, bohemia y divertida de los años ’20, que incluyó un romance entre Harold y Valerie. En medio de todo eso fueron testigos y se conectaron con algunos personajes ligados al espionaje político que reaparecerán después en la historia. Pero eso en un momento se quebró y cada uno volvió a su vida.
Al volver al presente de 1933 lo que se irá desgranando es el misterio político ligado a los asesinatos iniciales. Y allí aparecerán personajes curiosos, cada uno de ellos interpretado por actores reconocidos: una pareja millonaria de New York (Rami Malek y Anya Taylor-Joy, hermano y cuñada del personaje de Robbie), un general importante que los soldados admiran (Robert De Niro), esos agentes que conocimos en Europa (Mike Myers y Michael Shannon), dos policías un tanto torpes (Alessandro Nivola y Matthias Schoenaerts), además de Chris Rock, Andrea Riseborough, Zoe Saldaña, Timothy Olyphant y un elenco que, separadamente o en pares, podría protagonizar una docena de películas. Se trata de un film ostensiblemente cacofónico, lleno de escenas gratuitas y en apariencia caprichosas y una voz en off puesta para «ordenar» una trama que no es tan confusa como el estudio parece creer, todo bajo el paraguas de ese espíritu libre y desaforado que es Russell, un cineasta cuyas ideas casi siempre están un tanto fuera del alcance de su talento.
Por momentos, AMSTERDAM parece coquetear con ser una película de Wes Anderson liberada de la precisión relojera de su colega pero similar en su apuesta por un registro ampuloso y farsesco. En otro sentido uno puede comparar lo que ve aquí con el cine de Baz Luhrmann y su circense amuplosidad y raros ángulos de cámara (la bella fotografía es de Emanuel Lubezki) o hasta con los homenajes de Peter Bogdanovich a las clásicas screwball comedies de Ernst Lubitsch, Preston Sturges o Howard Hawks. Es la manera que Russell encontró –bah, la misma sobre la que viene trabajando desde las épocas de FLIRTING WITH DISASTER y THREE KINGS— para colar en su cine temáticas ligadas a la historia política y social de los Estados Unidos, pero siempre presentándolas dentro de un packaging entretenido y multiestelar.
Nada funciona del todo bien en AMSTERDAM, pero el espíritu que la atraviesa sobrevive. Las subtramas románticas, por ejemplo, son especialmente caprichosas, pero a la vez le dan un sentido afectuoso y cálido a la historia. Y lo mismo se puede decir de toda la película. Su mensaje político es apropiado (es cierto, el fascismo se esconde en todos lados, solo hace falta leer esta nota de hace unos días para notarlo u observar las noticias que llegan de un tal Donald Trump) pero termina siendo explicado para niños, algo que la película claramente no necesita. Lo que sí transmite –y eso es innegable– es algo así como un joie de vivre, una energía contagiosa por vivir, por hacer amigos, enamorarse, cantar canciones y pelear contra los que, de una u otra manera, quieren acabar con todo eso. El último plano, con Margot Robbie mirando a la pantalla con sus imposiblemente bellos ojos azules, puede ser un tanto old fashioned –la idea de un bonito rostro femenino como metáfora de un mundo ideal– pero funciona como invitación a seguir siendo parte de «el lado luminoso de la vida».
¿La «mediocre» No miren arriba? Parece que vimos películas diferentes.