Estrenos: crítica de «Avatar: el camino del agua», de James Cameron
Esta secuela de la película de 2009 retorna al planeta Pandora varios años después de aquellos eventos, cuando la llegada de nuevas naves de la Tierra altera la paz y la armonía del lugar. Estreno: jueves 15 de diciembre.
La idea de que un cineasta tan talentoso como James Cameron haya dedicado y vaya a dedicar el resto de su carrera a expandirse dentro de una sola historia –un universo, como se le dice ahora– me resulta frustrante, casi doloroso. Se trata de un realizador que narra de una manera tan potente, clara y precisa, que tiene tantas ideas visuales y de puesta en escena y que maneja como casi nadie los modos del cine de acción y aventuras que verlo dedicado exclusivamente al universo de AVATAR me resulta una autoimpuesta e innecesaria limitación. Me pasaría con cualquier otro cineasta admirado en similar situación –no quisiera que Martin Scorsese haga secuelas de GOODFELLAS ni Steven Spielberg de JURASSIC PARK o INDIANA JONES por siempre– porque siento que preferiría verlos haciendo otras cosas. En el caso de Cameron es aún un poco más frustrante porque el universo que ha creado para esta saga se me hace mucho menos interesante, rico y profundo de lo que para él es.
Dicho esto, no está nada mal AVATAR: EL CAMINO DEL AGUA. Es bastante más interesante y complicada que los básicos trailers que se vieron hasta aquí y la maestría del director de TERMINATOR es innegable, especialmente en las escenas dedicadas a la acción, combates y persecuciones. Pero debo admitir que el mundo de Pandora –más allá del momentáneo asombro visual que pueda generar–me interesa poco y nada. Sus personajes, sus relaciones, las metáforas que se manejan y hasta las ideas que representan se me hacen excesivamente simplistas, reiterativas, algo básicas. Y este mundo incierto a mitad de camino entre la animación, la acción real y vaya uno a saber qué me genera curiosidad por un rato, como quién escudriña un cuadro para ver cómo fue pintado, pero no consigo conectar del todo con él. Expresado de otro modo: si no tuviera a Cameron por detrás quizás ni siquiera vería una saga que promete extenderse por cinco o seis películas probablemente de tres o más horas cada una sobre este universo.
AVATAR entra, con esta segunda parte, en lo que en Hollywood se llama «world building»: ir creando un mundo todo entero, un universo, en el que muchas y diferentes historias pueden entrar, independientes en cierto sentido pero conectadas entre sí. Tengo la impresión que hay dos maneras de convertirse en un «creador de mundos». Una, la que estamos viendo en los últimos años, es la más comercial, empresarial, calculada. Los universos de Marvel, DC y esta etapa de STAR WARS, sin ir más lejos, son mundos cerrados en sí mismos pero expansivos a la vez, armados en función de un imperativo comercial: tomar un público cautivo y hacerlo circular por todos los productos de la empresa, por más laterales y marginales que sean.
La otra manera de «crear mundos» es una más tradicional, la que creo que Cameron originalmente representa. Es una que tiene que ver con la obsesión personal, con la idea de dejar un legado, casi con la megalomanía. El artista consagrado que siente que necesita crear un universo y poner allí adentro algo así como su filosofía de vida para «la posteridad». Este es el camino de J.R.R. Tolkien, que exploró EL SEÑOR DE LOS ANILLOS quizás más de lo necesario, el de STAR WARS cuando todavía las decisiones corrían por cuenta exclusiva de George Lucas y el de muchos otros artistas que se obsesionaron con una de sus creaciones exitosas (literarias, cinematográficas, musicales, lo que sea) y ya no pudieron salir de ahí. Cuando Disney compra el estudio Fox seguramente un atractivo al hacer esa adquisición era la posibilidad de tomar y expandir el universo AVATAR al igual que lo hicieron con los de Marvel y STAR WARS. Y es ahí que se produce, o debería producirse, esa sinergia entre una obsesión personal y el deseo de explotar comercialmente un IP («Propiedad Intelectual», en inglés) creando una potencial saga que ya tenga una convocatoria previa por portación de nombre.
Es que en el ya lejano 2009 la original AVATAR fue un suceso comercial descomunal. Hoy, a trece años de su estreno, sigue siendo la película más vista de la historia con 3 mil millones de dólares de recaudación mundial. Muchos de los lectores actuales quizás eran niños cuando la vieron y otros no recordarán el tamaño del éxito, pero durante un tiempo se creía que iba a cambiar la historia del cine para siempre. No lo hizo –de hecho su influencia en la cultura popular posterior es bastante mínima–, generó una excesiva y finalmente agotadora moda por hacer cualquier cosa en 3D y vuelve ahora solo porque Cameron no pudo jamás soltarle la mano y cree que solo fue el punto de partida para el resto de su vida artística.
Si sigue o no dependerá de la taquilla, probablemente, y es imposible saber qué pasará en las salas de cine con esta secuela. Estoy seguro que, por la expectativa que hay, tendrá un arranque fuerte, pero dudo que se sostenga meses y meses en el primer lugar como solía pasar con otras películas suyas. Tengo la impresión de que el público hoy está más dividido y segmentado que en 2009, que algunos espectadores adultos pueden alejarse de la película por los temas sobre los que trabaja (los que podemos definir, a trazo grueso, como «progres», ligados al cuidado del medio ambiente, la conexión con la naturaleza, su mensaje anti-imperialista y colonizador, etcétera) y que su propuesta visual, si bien está muy mejorada, ya no es tan novedosa como lo fue hace trece años. Pero quizás me equivoque. Cameron nunca ha fallado y quizás él sepa algo acerca del mundo que los más terrenales no sabemos.
Esta es una larguísima introducción para hablar de una película sobre la que no nos dejan spoilear mucho, así que es limitado lo que se puede escribir sobre ella. Es una clásica secuela, que transcurre en el mismo planeta llamado Pandora, en el que Jake Sully (Sam Worthington) se ha quedado a vivir con los Na’vi, formando una familia con Neytiri (Zoe Saldaña), con quien ahora tienen ya cuatro hijos, dos varones adolescentes, una niña adoptiva (Kiri, cuyo origen es un tanto misterioso/bíblico, aunque los que están en el tema seguramente ya saben cuál es) y un niño pequeño. Ellos parecen haber encontrado la felicidad viviendo allí, conectados literalmente con la naturaleza, con los seres vivos (animales, criaturas, etcétera) y recorriendo un mundo de tarjeta postal fluorescente.
Pero la paz no dura mucho ya que «los humanos» («the sky people«) regresan –ya verán cómo– con deseos comerciales/industriales pero también para liquidar algunos asuntos personales, algo que es toda una obsesión para la nueva versión del personaje del Coronel Quaritch que encarnaba Stephen Lang en el film original y que ahora, de algún modo, sigue interpretando. A partir de esa premisa se irán desarrollando los consabidos combates entre los dos claros enemigos, algo que la película combina con la relación entre Sully, su mujer y sus hijos (a veces conflictiva), así como la de los Na’vi con otros pueblos del mismo planeta, en este caso los Metkayina, que viven en una zona más acuática y no lucen exactamente igual a ellos. Y así como la primera película puso el foco visual en los bosques y en el aire, está lo pondrá principalmente en el agua, también por motivos que no conviene adelantar. Todo, claro, está ligado al funcionamiento «conectado» de este planeta, en el que la naturaleza y los habitantes funcionan armónicamente en conjunto.
Habrá muchos otros personajes y subtramas a lo largo de los 192 minutos que dura el film y EL CAMINO DEL AGUA pondrá el acento, como lo hace gran parte del cine contemporáneo, en las relaciones entre padres e hijos, en el cariño y las tensiones que se juegan ahí. Sully lo vivirá con sus hijos, y lo mismo sucederá con, bueno, otros personajes y sus padres/hijos reales, adoptivos o un tanto misteriosos. El otro elemento fuerte de la saga AVATAR es, si se quiere, el místico, ese que transforma a Pandora y a los Na’vi en una idealizada metáfora de algún pueblo originario –amazónico, estilísticamente hablando– en el que se vive en una paz, armonía y conexión sensorial con el universo que se interrumpe por la llegada de los militares y las corporaciones comerciales. Como en la película anterior, aquí Cameron pisa un terreno un tanto más frágil, recayendo en escenas e ideas un tanto trilladas.
Todo esto será la base sobre la que Cameron montará explosivas escenas de acción, las más brutales del tipo militar que se ven al principio (cuando la «Gente del Cielo» regresa a Pandora) y las que vendrán más adelante, que se centran en el agua y en las que dejará en claro su enorme maestría para crearlas y tornarlas impactantes. Y lo dice alguien que raramente tolera las larguísimas escenas de acción de las películas de Marvel que suelen extenderse durante toda la última hora de esos relatos. Si bien son igual o más largas que esas escenas, las que filma Cameron tienen una potencia y virulencia que resultan creíbles. Curiosamente, son mucho más realistas y emotivas que las de el 99 por ciento de las que se ven en películas de superhéroes aún teniendo en cuenta que los personajes aquí son unas raras y no particularmente agraciadas criaturas digitales. Aún en un mundo completamente hecho a base de efectos especiales, los golpes y los disparos se sienten más creíbles que en historias que supuestamente suceden en algo así como el mundo real.
La ironía principal de AVATAR –de las dos películas pero quizás más aún en esta– es una que recorre la historia del cine y que Cameron personifica muy bien en el suyo. Me refiero a la idea que asegura que no se puede hacer un film de guerra que sea anti-bélico, porque usualmente la tensión, excitación, suspenso y hasta fascinación que generan las escenas de combate y acción que esas mismas películas tienen son contradictorias con cualquier tipo de mensaje pacifista o de armonía. En la forma de filmar de Cameron esa contradicción está presente todo el tiempo. Es un cineasta que, filosóficamente, aboga por un mundo armónico, en paz, en contacto con la naturaleza y con el resto de los seres vivos, pero que en la práctica se luce creando escenas violentas, de combate, pobladas de explosiones, disparos y muertes. Es ahí donde se lo siente en su elemento, es eso en lo que se destaca. El objetivo de sus películas puede ser el de la paz y la armonía, pero su motor es el conflicto. Y es allí donde marca diferencias, donde su grandeza como cineasta es indiscutible.