Estrenos online: crítica de «Los renglones torcidos de Dios», de Oriol Paulo (Netflix)

Estrenos online: crítica de «Los renglones torcidos de Dios», de Oriol Paulo (Netflix)

por - cine, Críticas, Estrenos, Online, Streaming
10 Dic, 2022 08:05 | comentarios

Una detective privada se hace pasar por una paciente psiquiátrica para entrar a un hospital e investigar una muerte sospechosa que tuvo lugar allí. Protagonizada por Bárbara Lennie y Eduard Fernández. Estreno de Netflix.

En los años ’70 y tras algunos éxitos comerciales como ATRAPADO SIN SALIDA, de Milos Forman y HERMANAS DIABOLICAS, de Brian de Palma, entre otros, existió toda una moda ligada a películas que transcurrían en hospitales psiquiátricos, muchas de ellas ligadas a personas sanas que, por diversos motivos, ingresaban allí y que, a partir de determinadas circunstancias, empezaban a perder la cordura. O eso, al menos, es lo que parecía suceder. Unos años después se publicaba la novela LOS RENGLONES TORCIDOS DE DIOS, del español Torcuato Luca de Tena, que seguía similares modelos y motivos. Es esa novela –que ya fue llevada al cine en los años ’80 en una película mexicana, una de las últimas que dirigió el realizador argentino de DOCK SUD, Tulio Demicheli– la que tiene una versión española protagonizada por Bárbara Lennie y Eduard Fernández que llega a Netflix tras un exitoso estreno comercial en su país de origen.

Con una trama que sigue casi al pie de la letra los parámetros de este tipo de películas, LOS RENGLONES… comienza con la llegada de una detective privada llamada Alice (la actriz argentino-española Lennie) a un hospital psiquiátrico en el que ha habido una muerte sospechosa. La mujer llega allí a investigar lo sucedido pero pronto empiezan a quedar en claro dos cosas: que en el hospital pasan algunas cosas un tanto oscuras y que, quizás, la Alice en cuestión no esté diciendo la verdad. O, más bien, no esté tan cuerda como dice y parece estar. El propio director del lugar, Samuel Alvar (Fernandez), lo advierte y le avisa a los otros médicos: «es muy inteligente y es capaz de convencer a cualquiera de que tiene razón». Pero también es posible que el propio Samuel esté ocultando algo. O las dos cosas a la vez.

A lo largo de las excesivas dos horas y media que dura LOS RENGLONES TORCIDOS… aparecerán nuevas subtramas que se irán generando una vez que Alice llega al hospital y la mayoría de los médicos parecen convencidos que debe ser tratada como una enferma más. Así, entre falsos (o posiblemente falsos) flashbacks que van tratando de contar cómo verdaderamente ella llegó allí y si es quien dice ser, la película incorpora como personajes a un variopinto grupo de pacientes y va poniendo cada vez más en duda la realidad de lo que verdaderamente pasa. No solo la verdad sobre Alice entra en duda sino las actividades del Doctor, que Fernández encarna de modo tal que nadie dude que se trata de un villano, aún para «jugar» luego con eso y ponerlo en duda.

Paulo, un realizador de thrillers exitosos como CONTRATIEMPO y otros, juega con las idas y vueltas de la intriga policial de un modo efectivo y funcional durante por lo menos la mitad del relato, pero de allí en adelante –por situaciones que no conviene adelantar– parece perder la brújula agregando situaciones y subtramas que se apilan y que distraen más de lo que intrigan, vueltas de tuerca y supuestos giros que podrían haber sido esperables en la época en la que la novela fue escrita y editada (y que seguramente están en ella) pero que hoy son casi previsibles y hasta obvios.

Ese tercer acto no termina de arruinar del todo la experiencia. El clima tenebroso, las buenas actuaciones de los protagonistas y la intriga respecto a cómo se resolverá el asunto permiten que el espectador mantenga la atención aún cuando las cosas empiezan a perder credibilidad a pasos agigantados. Pero el dispositivo en sí no alcanza para que LOS RENGLONES TORCIDOS DE DIOS pueda considerarse una muy buena película. Es, en el mejor de los casos, eso: un mecanismo a esta altura algo avejentado que uno mira solo para ver si sigue funcionando como lo hacía décadas atrás. Un gesto, un ejercicio y un homenaje, si se quiere, a esas películas pulp que solían tener títulos como «Me quieren volver loca» o similares…