Series: crítica de «The White Lotus – Temporada 2», de Mike White (HBO Max)

Series: crítica de «The White Lotus – Temporada 2», de Mike White (HBO Max)

La segunda temporada de esta serie se centra en los problemas y desventuras de un grupo de turistas y locales en un lujoso hotel de Taormina, Italia.

En la premiada película sueca TRIANGLE OF SADNESS un variado grupo de millonarios se va de vacaciones a un crucero en el que todo empieza a salir mal, convirtiendo al viaje en algo así como una carnicería humana. Ese tono de sátira, cínica y cruel, está supuestamente utilizado en tono de «crítica social». Dicho de otro modo: son millonarios y se merecen cualquier cosa que les pase. Es así que muchos de los que trabajan en ese crucero pueden ser tan o más crueles que ellos ya que tienen la excusa de la venganza como forma de, digamos, justicia social.

THE WHITE LOTUS tiene un similar punto de partida pero algunas diferencias que la salvan de caer en ese tono de grotesca sátira. Esta serie también se apoya en las crueldades y maltratos entre los distintos personajes que pasan juntos unas vacaciones, en este caso en un hotel de lujo en Taormina, Sicilia. Como en la primera temporada que tuvo lugar en Hawaii, el combo de personajes incluye a los millonarios que allí vacacionan, al personal del hotel y algunos locales. Y, como en la primera también, hay un crimen que dispara la trama y un flashback a través del cual se va de a poco develando el misterio de quién murió y porqué.

A diferencia de la película del sueco Ruben Östlund aquí se nos permiten, por lo general, tener algún mínimo de empatía con los personajes. Así y todo, la mayoría se comporta de un modo que solo podría definirse como horrible, utilizando casi siempre el dinero como arma, de parte de los que lo tienen, y como chantaje, de los que no. Es una serie sobre las relaciones por conveniencia, sobre cómo cada cosa que se hace está ligada a lo económico y cómo eso afecta todo lo nos sucede.

Si no fuera por esa inteligencia a la hora de plantear las ambigüedades que cada uno de los personajes maneja, por momentos THE WHITE LOTUS bordea los peores clichés del género «turístico». Mirada rápido (SPOILERS) bien podría parecer una serie sobre las cosas horribles que les pueden pasar a los turistas norteamericanos cuando van a otros países en los que los locales intentan quedarse con sus dineros, de una u otra manera. Si uno considera que esos turistas lo merecen (por ser millonarios), lo verá de un modo simpático y casi un caso de justicia divina. De no ser así, casi parece ser un aviso: no confíen en nadie cuando viajan a lugares supuestamente paradisíacos.

La serie se divide en cuatro subtramas que se cruzan físicamente en un mismo hotel y restaurante en el que todos desayunan y cenan (¿nadie nunca va a un cenar afuera?), pero son casi independientes entre sí, más allá de las dos chicas italianas, Lucia y Mia, que se conectan con varios de esos grupos. El viaje de dos ex compañeros de la universidad –Ethan y Cameron– que ahora están haciendo negocios juntos y sus esposas –Harper y Daphne– es casi una serie en sí misma, en la que se juegan las tensiones y miedos sexuales de una de las parejas (la que encarnan Will Sharpe y Aubrey Plaza) en relación a la otra (Theo James y Meghann Fahy), que se muestra más sólida. Si bien está excesivamente usada para que intentemos suponer que la persona muerta que aparece viene de ahí y posee algunas vueltas de tuerca caprichosamente guionadas, funciona bastante bien como un perverso cuento sexual entre dos parejas de treintañeros que no lidian demasiado bien con sus deseos.

Un tanto más fallido es el de la familia Di Grasso, de origen italiano, que viaja a encontrar sus raíces. F. Murray Abraham, Michael Imperioli y Adam DiMarco son tres generaciones de una familia adinerada (el personaje de Imperioli es productor de cine) que se han pasado, casi como memoria genética, una obsesión por las conquistas femeninas que les termina costando mucho, económicamente al menos. Aquí también el uso del dinero para arreglar problemas adquiere características un tanto absurdas, dedicadas a probar que en este tipo de familias todo se soluciona –o se intenta solucionar– con plata.

La más bizarra serie de desventuras de Tanya (Jennifer Coolidge) y su asistente Portia (Haley Lu Richardson) es la que, finalmente, deriva en la situación policial. Su largo viaje a Palermo junto a «unos gays» (sic) que terminan siendo parte de un plan siniestro para quedarse con el dinero de Tanya tiene sus momentos extraños, ingeniosos y de suspenso, pero elige un modo un tanto raro de jugar con el humor en la situación más dramática de todas, cuando el personaje más querible –y el único que estuvo en la primera temporada– muere del modo más absurdo posible.

Y la cuarta y «conectada» trama de la serie es la de las dos amigas locales que se van metiendo más y más en el hotel, interactuando económica y sexualmente con varios de los turistas. En el caso de Lucia (Simona Tabasco), revelando sobre el final que su aparente y comprensiva amabilidad con Albie Di Grasso no era más que una jugada para sacarle dinero. Y el de Mia (Beatrice Grannò), que parece un tanto menos cínica, no es tan distinto, utilizando favores sexuales para quedarse con el puesto del pianista del hotel, puesto que merecía sin tanto truco y manipulación de por medio. La historia de Valentina (Sabrina Impacciatore), en tanto, la gerente del hotel, quizás es la única que funciona de un modo inverso a la de los demás: alguien que de entrada da una impresión desagradable pero que se va descubriendo a sí misma y humanizando a lo largo de los episodios.

Es una temporada con problemas mucho más evidentes que la primera –quizás por haberse escrito muy rápidamente– y sin las sutilezas que hicieron de aquella un producto mucho más inteligente. Esas «sutilezas» siguen estando (la mayoría, en la trama de las dos parejas), pero se notan menos, están más perdidas en medio de juegos de guión un poco más banales puestos para generar suspenso y engañar al espectador. Y si algo no tiene que perder la serie es entender que el crimen a descifrar tiene que ser una excusa para conocer a los personajes y no al revés. Por momentos, en esta serie que se ve con agrado y tiene todas las características de un atractivo best seller policial, Mike White parece haber olvidado ese mandato.