Series: crítica de «The Last of Us», de Craig Mazin y Neil Druckmann (HBO Max)

Series: crítica de «The Last of Us», de Craig Mazin y Neil Druckmann (HBO Max)

La serie basada en el popular videojuego se centra en un hombre y una adolescente que recorren unos Estados Unidos post-apocalípticos tratando de llevar adelante una peligrosa misión. Con Pedro Pascal y Bella Ramsey. Desde el 15, todos los domingos por HBO y HBO Max.

Las narraciones post-apocalípticas preceden por mucho a la pandemia del COVID-19 pero retornaron con fuerza a partir de ese traumático hecho y por diversos motivos. Uno, puramente práctico: la posibilidad de filmar a unos pocos personajes en un mundo abandonado o semi-abandonado se llevaba muy bien con las restricciones de la época. El otro, en cambio, iba directamente al corazón del asunto. En medio de la incertidumbre generalizada, ese tipo de historias permitían jugar con ciertos miedos y potenciales angustias. Uno podría preguntarse –muchos lo han hecho– si vivir en medio de una situación como la de la pandemia le sacaría a la gente las ganas de ver ficciones en las que proyectar sus más oscuros temores. Y es cierto, es una duda que todavía permanece. Lo que tiene THE LAST OF US para ofrecer, en medio de ese panorama incierto, es una idea ligeramente esperanzadora, humanista, de esas que permiten ver algún tipo de luz al final de un camino peligroso, plagado de inconvenientes.

No nos confundamos. THE LAST OF US es, quizás más que cualquier otra cosa, una serie derivada de un videojuego acerca de un hombre y una adolescente que tienen que liquidar a extraños zombies, además de a muchos humanos violentos y desaforados mientras recorren los Estados Unidos con un objetivo más o menos concreto. Que el creador del juego, Neil Druckmann, y el showrunner de CHERNOBYL, Craig Mazin, hayan conseguido armar una serie densa, compleja y ambigua no solo centrada en el fin del mundo en un sentido literal sino sobre si hay o no razones para seguir tratando de evitarlo de la manera que sea posible, es casi un milagro. Los zombies están ahí, los combates (con armas, cuchillos o a los golpes) y persecuciones también, pero la serie encuentra en esos momentos, que son menos que los seguramente imaginados por los fans de películas tipo WORLD WAR Z, una forma elíptica de hablar de esas otras cosas. Como en los mejores westerns –de algún modo, THE LAST OF US lo es, con un pseudo Clint Eastwood como uno de sus protagonistas–, la acción refleja las fuerzas en disputa. No solo las concretas sino también las políticas, las sociales y las metafóricas.

Más cerca de THE ROAD –la novela de Cormac McCarthy y su adaptación al cine protagonizada por Viggo Mortensen– que de THE WALKING DEAD, la serie transcurre en su mayoría en 2023, veinte años después de que una mutación de un hongo infectara a los humanos y transformara a la mayoría de ellos en una suerte de mutantes que, como los viejos y queridos zombies, matan y convierten a sus víctimas en nuevos miembros de su descontrolado equipo. No estamos ante las clásicas, lentas y amenazantes criaturas de George A. Romero en LA NOCHE DE LOS MUERTOS VIVOS sino ante su versión «moderna», veloz y particularmente repulsiva (muchos de ellos son más hombres-funghi que zombies propiamente dichos) que en unos segundos pueden llevarse todo –y a todos– por delante.

Eso es lo que sucedió en 2003. En apenas un par de días los mutantes se llevaron puesto a gran parte de la humanidad y lo que quedó en pie fueron apenas algunas ciudades convertidas en QZ (Quarantine Zones) y controladas por un gobierno militar tan difuso en su estructura como violento y totalitario en su accionar. Hay grupos rebeldes que los quieren desbancar (los Fireflies son uno de ellos) y la clásica estructura de mercados negros, espionajes, colaboracionistas y traiciones entre los habitantes, muchos sobrevivientes de la pandemia pero también jóvenes nacidos luego de ese hecho y que conocen el mundo anterior solo a través de los objetos viejos, sucios y rotos –como un casete de grandes éxitos de A-ha, un videojuego de Mortal Kombat o un libro de humor con juegos de palabras– que quedaron de las viejas épocas en la que existían los llamados «consumos culturales».

Joel (Pedro Pascal, haciendo un papel con muchos puntos de contacto con el que tiene en THE MANDALORIAN aunque sin el casco) es un hombre que ha atravesado un violento y trágico hecho durante el caos que siguió a la mutación y hoy se ha convertido en un tipo duro, seco, casi sin sentimientos, un traficante al que solo le preocupa el dinero, saber qué es de la vida de su hermano Tommy (Gabriel Luna) y no mucho más. A punto de emprender un viaje ligado a uno de sus negocios en compañía de su socia Tess (Anna Torv), una líder del grupo rebelde llamada Marlene (Merle Dandridge) los conmina a llevarse con ellos a Elle (Bella Ramsey, la excelente actriz de GAME OF THRONES y CATHERINE CALLED BIRDY), una adolescente con una personalidad un tanto díscola. Obviamente Joel no quiere saber nada con esa «carga», pero lo convencen de hacerlo por dos motivos. Uno, más dinero para su bolsillo. El otro: la chica es inmune a las infecciones provocadas por los zombies y podría ser la clave para producir una vacuna que empiece a resolver este pequeño problemita del fin de la humanidad.

De ahí en adelante, THE LAST OF US será una road movie a través de unos Estados Unidos devastados, vacíos, con ciudades semi o totalmente destruidas, ruinas de una civilización que se creía funcional hasta el cambio de siglo y en las que la naturaleza salvaje, con su extraña belleza, parece avanzar sin control. Serán nueve episodios en los que Joel, Elle y otros personajes que aparecen (y desaparecen) en el camino deberán lidiar con conflictos prácticos: atravesar una ciudad sin ser atacados por las criaturas, huir de las fuerzas militares, no sucumbir ante grupos rebeldes que parecen tan peligrosos como sus enemigos, alimentarse, soportar el frío, la enfermedad y la intemperie. En otras palabras, sobrevivir.

En paralelo la pregunta será otra: ¿para qué? El mundo parece un lugar inhóspito e invivible, desalmado y cruel (no en todos los casos pero sí en la mayoría) y salvarlo hasta parece ser un gesto más romántico y nostálgico que otra cosa. Pero a lo largo del recorrido encontrarán motivos para que esa gesta tenga sentido. No solo en algunos personajes o en la propia belleza del mundo que habitamos y que surge por detrás de los escombros sino en la relación que se establece entre ellos mismos, padre e hija sustitutos –no lo son, pero podrían serlo– que aprenden a relacionarse y a algo así como quererse mientras se protegen de los enemigos externos.

La marcha de THE LAST OF US estará regada de flashbacks a distintos momentos del pasado, prepandémico o de los veinte años que ya llevan en esta situación. Dos episodios en particular estarán casi en su totalidad centrados en ese pasado, que se relaciona con el de los protagonistas e incluye a otros personajes que casi toman la serie por asalto por menos de una hora. Y esos episodios estarán entre los mejores de todos. Habrá otros regresos al pasado, más breves, que permitirán ir contextualizando la situación (no demasiado, la realidad política es bastante vaga, acaso para no ofender o alienar a ningún espectador) y, más que nada, conocer a los personajes: de dónde vienen, qué los motivan, cómo llegaron a ser lo que son hoy. Y los episodios funcionarán, fundamentalmente, gracias a la química entre Pascal y Ramsey, un formato clásico en cuanto al tipo de relación que establecen –incluyendo varios momentos de humor– y narrado con la sabiduría de alguien que ha visto mucho cine. Especialmente, westerns.

Una media docena de directores se hacen cargo de los diversos episodios (entre ellos, algunos reconocidos como Ali Abbasi y Jasmila Zbanic, además de los propios creadores), pero no hay mayores diferencias entre ellos. Algunos estarán más centrados en la acción –el inicial de presentación de los hechos y ese sanguinario episodio doble que son el 4 y el 5–, pero la mayoría reservará algunos momentos para acrecentar la tensión dentro de lo que es un viaje entre doloroso y melancólico, algo que la propia música del argentino Gustavo Santaolalla refuerza. Salvo en los momentos más intensos, el clima que se propicia va del miedo a la introspección, del trauma a la conexión emocional entre dos personas solas y abandonadas que solo se tienen el uno al otro para sobrevivir.

Curiosamente, hasta se puede decir que la serie tiene más acción en su primera mitad que en la segunda, ya que los enfrentamientos decisivos del fin de la temporada (los conocedores del videojuego notarán que, salvo contadas excepciones, el guión de la serie es bastante fiel al relato que se cuenta allí) están narrados en un episodio dirigido por Abbasi (el director de BORDER) de un modo un tanto particular, que parece más pendiente de las consecuencias de los actos violentos que del estímulo kinético que deberían producir. Ahí se nota que lo que para uno es una posible salvación, para otro es una tragedia. Y la serie lo deja en claro en todo momento: aún los más violentos personajes justifican sus más cruentas acciones en situaciones traumáticas del pasado. Incluyendo, bueno, al protagonista.

Mención especial merece el Episodio 3, que tiene como protagonistas casi excluyentes a Nick Offerman y Murray Bartlett, una minipelícula dentro de la gran historia, pero una que le da su corazón y algo así como su eje temático. Son esos episodios –y los distintos momentos de similares características que atraviesan la temporada– lo que saca a THE LAST OF US de la narrativa más puramente episódica y de superar pruebas, trampas y desafíos propias del videojuego. La serie no apuesta, al menos no del todo, a la ambigua complejidad de otras de similar temática, como STATION ELEVEN o THE LEFTOVERS, ya que nunca pierde del todo de vista su carácter de relato de aventuras, de aterrador y violento western. Pero dentro de ese subgénero que, en su variante post-apocalíptica se suele presentar como no mucho más que una serie de niveles que superar para seguir avanzando, THE LAST OF US se caracteriza por su humanidad, sus destellos de nobleza y un carácter épico sostenido en la solidaridad y la conexión que se genera entre un posible padre y una posible hija frente un mundo que los abraza y los expulsa al mismo tiempo.