Aniversarios: 30 años de «Hechizo del tiempo», de Harold Ramis

Aniversarios: 30 años de «Hechizo del tiempo», de Harold Ramis

por - cine, Críticas, Otros
07 Feb, 2023 08:58 | Sin comentarios

Se cumplen 30 años del estreno de esta clásica comedia protagonizada por Bill Murray acerca de un hombre que tiene que vivir todos los días el mismo día de su vida.

Hay películas que son clásicas y otras que, para algunos, son imprescindibles. La relación que sus fans –más que espectadores– tienen con ellas funciona un poco por fuera del cine, va más allá del placer estético que les producen, del hecho de reconocer su brillantez o de las emociones que les generan. Permanecen en sus memorias como textos canónicos de esos a los que se vuelve siempre, como patrones de conducta en los cuales mirarse, casi como una forma de ver la vida. Religiones alternativas y corrientes de pensamiento filosófico se han formado gracias a muchas de esas películas, no siempre en el mejor sentido o con el fin más noble. Algunos creen que todos los secretos del universo están escondidos en “Matrix”, otros en “2001, odisea del espacio”, están los que irían a una guerra por la saga “Star Wars” y los que dejarían todo por vivir en el mundo de “Avatar. Va más allá del fanatismo ocasional. Muchos creen encontrar en ellas respuestas a las preguntas fundamentales de sus vidas: ¿Vivimos en una simulación cibernética? ¿Tiene algún sentido nuestro paso por la Tierra? ¿Cuánto cuestan una capa y unas gafas como las de Keanu Reeves? 

A mí me pasa con “Groundhog Day” (“Hechizo del tiempo”), una aparentemente modesta comedia de Harold Ramis protagonizada por Bill Murray y estrenada el 4 de febrero de 1992, hace exactamente 30 años. Se trata de una película que, a primera vista, no aparenta tener muchas más pretensiones que un truco de guión ingenioso para desarrollar todo tipo de enredos cómicos. Murray encarna a Phil Connors, un meteorólogo de un canal de TV local de Pittsburgh que es enviado contra su voluntad a cubrir un evento (real) que tiene lugar en la cercana localidad de Punxsutawney. Allí, todos los 2 de febrero, se arma una tradicional ceremonia en la que una marmota supuestamente predice si se adelantará la primavera o si el invierno (boreal) continuará durante las seis semanas que faltan para que termine dicha temporada. Se trata de un ritual simbólico y popular que no tiene ninguna lógica climática. Y a Phil, que le molesta tener que ser parte de ese circo, no le queda otra que ir, acompañado por la productora Rita (Andie McDowell) y el camarógrafo Larry (Chris Elliott). 

El hombre no tiene idea que ya no podrá salir más de allí, forzado por un nunca explicado “hechizo del tiempo” a revivir ese mismo día durante una infinita y muy debatida cantidad de tiempo. No importa qué es lo que Phil haga durante todo ese día: a las 6 de la mañana volverá a despertarse ese mismo 2 de febrero, tendrá que toparse con la misma gente, reportar acerca de esa misma ceremonia, escuchar las mismas conversaciones y verá que, inevitablemente, una tormenta de nieve impide su salida del lugar. Irritado primero, preocupado y angustiado después, Phil irá modificando de a poco su forma de atravesar ese eterno retorno, esa rutina infranqueable. Lo que empezará como un fastidio se volverá una conveniencia (Phil retiene lo que hizo “el día anterior” pero el resto de la gente lo vive por primera vez), de ahí pasará a la desesperación y, con un poco de suerte, a algún grado de aceptación de su peculiar circunstancia. Y su cambiante relación con Rita funcionará como reflejo de los giros de su estado de ánimo. 

Mirada desde su costado más lineal, argumental si se quiere, estamos ante un típico recorrido de comedia romántica, una que va mostrando las maneras en las que un hombre bastante cínico intenta “conquistar” a una mujer mucho más sincera y amable utilizando todo tipo de trucos y trampas de seducción, muchos de ellos permitidos por su particular situación temporal. Pero pronto queda claro que “Groundhog Day” apuesta a otra cosa, más compleja. Mucho se ha discutido sobre si el guionista Danny Rubin era consciente de las implicaciones metafóricas –filosóficas, religiosas– de su creación o si, de algún modo, fue algo que creció gracias a sus fans, pero lo cierto es que se trata de una parábola perfecta, de esas que ponen en juego una serie de cuestiones existenciales que van mucho más allá del McGuffin romántico que la sostiene narrativamente. A diferencia de otras “películas de culto”, los misterios de Hechizo del tiempono se centran tanto en el dispositivo en sí (que es, después de todo, no más que un muy bien elaborado juego) sino en sus implicancias, en lo que permite observar acerca del comportamiento humano.

En 2003, un ciclo de cine que tuvo lugar en el MoMA neoyorquino titulado “The Hidden God: Film and Faith” incluía películas de Robert Bresson, Roberto Rossellini, Luis Buñuel, Ingmar Bergman y, como apertura, esta comedia del realizador de “Los locos del golf”. Para ciertos puristas puede sonar casi como una herejía colocar a Groundhog Day” en compañía de esas películas que suelen figurar en el Top 10 de las mejores de la historia, pero en realidad no es tan así. Se trata de un film que, en sus preocupaciones más profundas, tiene igual complejidad –o aún mayor– que varias canonizadas obras maestras. La película ha sido cooptada, en cierto sentido, por distintas religiones: cristianos, judíos y budistas han escrito sobre las conexiones entre la parábola de Phil y lo que cado uno de estos cultos predican, en especial en relación a los cambios que se van produciendo en el protagonista y en cómo (Spoiler Alert) finalmente termina rompiendo el ciclo de la repetición (¿purgatorio?) a partir de empatizar con el resto del mundo o de cumplir determinados mandamientos. En esta lectura, Phil solo logra salvarse a sí mismo a partir de salvar a los otros.

Filósofos y psicólogos han hecho suyas las ideas centrales de una película que pasó a ser parte de varias currículas universitarias, especialmente en los Estados Unidos. No es difícil encontrar online ensayos de todo tipo y tenor conectando a “Groundhog Daycon las ideas de Platón, de Nietzsche, de Jung o de Wittgenstein, por citar solo unos pocos nombres de todos los que se citan en relación con el film. Es que el recorrido de Phil, un hombre amargo, cínico y desencantado que no puede salir de un loop infinito que lo lleva a repetir de un modo cada vez más angustiante los mismos pasos todos los días de su vida, impacta directamente en las vidas de muchas personas que sienten, sin truco de magia de por medio, que sus experiencias cotidianas no son tan distintas a las que se cuentan allí. “¿Qué harías si estuvieras atrapado en un lugar y todos los días fueran exactamente iguales, y nada de lo que hicieras importara?”, le pregunta Phil a Ralph, un vecino un tanto atribulado del pueblo. “Eso es un buen resumen de mi vida”, le contesta el buen hombre.

La parábola de Phil es sencilla pero sus resonancias son infinitas. Si bien en los meses de confinamiento de la pandemia, en 2020, la película se convirtió en una referencia inevitable, sus ideas van más allá de la simple repetición de actos, situaciones y lugares que ese estado generó. Lo mismo sucede con la conexión entre la película y las llamadas “cinco etapas del duelo” (negación, ira, negociación, depresión, aceptación), que el propio Ramis reconoció como influencia. Sus paralelos son claros, pero no es necesario atravesar un proceso de ese tipo para sentirse identificado con las maneras en las que Phil experimenta esa etapa de su vida. Es un proceso gradual que empieza por sus siempre fallidos intentos de engañar el sistema o de sacar provecho de él, continúa por su caída en el más profundo de los abismos –se trata de una rara comedia que incluye una variada y absurda cantidad de intentos de suicidio– para, finalmente, concluir en que la única forma de atravesarlo es aceptándolo, conectándose de manera honesta y sincera con sí mismo y con los otros.

Más allá de sus resonancias temáticas, la película no sería lo que es de no contar con un actor como Murray, capaz de manejar ese tono entre irónico y desafectado que tiene su personaje sin que eso lo transforme, necesariamente, en un monstruo. La casi imperceptible transformación del actor a través de las distintas etapas del recorrido de Phil permiten que la película, además, no se vuelva sobre el final excesivamente sentimental o melosa. Gracias al actor de “Perdidos en Tokio”, la apatía y el desgaste de su personaje se tornan reconocibles. Se trata de un periodista cansado de su monótono trabajo, sin perspectivas aparentes de crecimiento, con una vida sentimental nula y la sensación de que no hay nada que pueda hacer para cambiar ese estado de cosas. No solo eso: su percepción del mundo que lo rodea es igual de cínica, condescendiente (“A la gente le gusta la morcilla, la gente es idiota”) y brutal: todos lo irritan, lo fastidian o le parecen, simplemente, un montón de tarados. Y eso es algo que Phil siente aún antes de entrar en el loop temporal. El viaje circular en el que a su pesar se embarca no es otra cosa que un dispositivo, si se quiere metafórico, que pone en evidencia su estancamiento personal y emocional. Y no hay trucos sencillos para salir de allí, si no los psicólogos se quedarían sin trabajo.

Nunca se aclara cuánto tiempo Phil está en ese circuito temporal pero algunos han calculado que podrían ser entre diez y treinta años –aprender a tocar el piano, a hablar bien francés y esculpir en hielo, como lo hace sobre el final, no son cosas que se aprenden en poco tiempo– ni tampoco qué es lo que lo genera. De manera tan elegante como inusual para un film hollywoodense, Ramis y Rubin jamás explican esas cuestiones ni husmean en el pasado del protagonista para analizar cuál es el trauma que funciona como la raíz de su desgano y su bloqueo emocional. Las cosas suceden porque suceden y esa ambivalencia permite que el espectador proyecte sus propias experiencias, ansiedades y frustraciones en Phil. De hecho, la parte romántica de la película es la que hoy ha perdido más peso: el personaje de Rita no logra tener una entidad propia más allá de ser una “musa”, una buena persona que activa al protagonista en cada una de sus etapas. Pero Ramis lo sabe también y, si bien “Groundhog Day” no abandona del todo ese costado un tanto más tradicional, la película invita a pensar que los cambios que le permiten a Phil salir de esa trampa pasan por otro lado. Por entender que él es parte del mundo y no vive fuera de él. “Tal vez Dios no sea omnipotente –dice en un momento de cierta claridad–. Es que está hace tanto tiempo que ya lo sabe todo”.


(Esta nota fue publicada originalmente en La Agenda de Buenos Aires)