Berlinale 2023: críticas de «Mal viver» y «Viver mal», de João Canijo (Competencia y Encounters)

Berlinale 2023: críticas de «Mal viver» y «Viver mal», de João Canijo (Competencia y Encounters)

por - cine, Críticas, Festivales
22 Feb, 2023 07:12 | 1 comentario

Estas dos películas portuguesas se centran, respectivamente, en la familia que regentea un hotel turístico y en tres grupos de pasajeros que pasa unos días allí. «Mal viver» se ve en la Competencia y «Viver mal» en Encounters.

Casi lo opuesto a una película que homenajea a las madres, la dupla de películas MAL VIVER y VIVER MAL, ambas de João Canijo, funcionan como una crítica feroz a ese rol a partir de una serie de personajes, madres todas ellas, a las que solo se pueden describir como crueles, egoístas o, directamente, seres espantosos. Cada caso es distinto pero la lógica es la misma: las cuatro historias que cuentan estas dos películas tienen, salvo una de ellas en el que el tema es más lateral, como denominador común unos personajes maternos que parecen más propios de una tragedia griega tipo MEDEA que de un drama contemporáneo. Es una jugada riesgosa que funciona muy bien en una de las películas y no tanto en la otra. Analizar esas diferencias es también acercarse a cuestiones fundamentales del trabajo cinematográfico.

Escribo sobre las dos películas juntas porque están claramente inscriptas en el mismo proyecto, son parte de un mismo rodaje y en ellas se desarrollan algunas historias que se cruzan entre las dos. MAL VIVER, la mejor de ambas, está en la Competencia Internacional de Berlín, mientras que VIVER MAL participa en Encounters. Ambas transcurren en un elegante hotel de vacaciones que es regenteado por una familia a lo largo de un par de días. MAL VIVER se centrará en los dueños del hotel y sus pocos empleados mientras que VIVER MAL hará lo propio con tres grupos de huéspedes que se alojan allí al mismo tiempo. Viendo las dos películas seremos testigos de escenas cruzadas con el eje cambiado: lo que es principal en una es secundario en la otra y así, algo que está reforzado más que nada por el uso del sonido. Los cruces concretos entre ambos mundos son pocos pero los temáticos son constantes.

Vayamos con MAL VIVER. Aquí el conflicto empieza a hacerse evidente cuando la dueña del hotel, Sara (Rita Blanco) invita a su nieta, Salomé (Madalena Almeida) a pasar unos días con ellos, tras la muerte de su padre. El hotel lo regentea Piedade (la excelente Anabela Moreira), que recibe la visita de un modo incómodo («no me gustan las sorpresas», dirá) y con la que Salomé tiene una tensa y agresiva relación. Piedade estaba separada de su marido, casi no veía a su hija y parece estar más preocupada por sus cosas (su perra, su ropa, sus zapatos) que en consolar a su angustiada hija. De a poco queda claro que la mujer atraviesa una profunda depresión pero nadie hace demasiado para ayudarla a superarla.

Así, mientras atienden a los clientes cuyas vidas conoceremos mejor en la otra película, la situación se va tensando. Es usual en ambos films ver una escena y, de fondo, escuchar los gritos y las discusiones que otros mantienen en segundo plano. La tensión aquí crece, también, a partir de la participación de Sara –madre de Piedade y abuela de Salomé–, que tiene mucho cariño por su nieta pero agrede y maltrata constantemente a su hija, a la que acusa de egoísta, sin notar que cada uno de sus estiletazos verbales más que ayudarla la van alejando más y más de todo y de todos. Hay, en medio de todo esto, algunos gestos de afecto y cariño, pero duran poco. El sistema de funcionamiento de las tres generaciones de mujeres es el de reproche, crítica y pase de facturas.

Con sus dos horas de duración MAL VIVER permite explorar las contradicciones de los personajes. Aún siendo agresivos y de una brutal frontalidad, hay tiempo en el film para conocerlos mejor, entender qué les sucede y porqué actúan como actúan. Esas escenas no necesariamente justifican su accionar pero las saca de la demonización más evidente y las presenta como lo que son: mujeres complicadas, traumadas, incapaces de dar y transmitir amor, y especialmente de notar las necesidades de los otros. Si a eso se le suma una excelsa fotografía de Salomé Lamas que transforma al hotel en un personaje más, con sus espejos, reflejos y multiplicación de puntos de observación –por momentos parece filmado como en VENTANA INDISCRETA, de Alfred Hitchcock–, la película va acumulando pasos dramáticos que aseguran un destino trágico.

Se trata de un melodrama clásico en sus modos formales, en sus actuaciones ligeramente impostadas y en una elegancia hasta de vestuarios y peinados que traen a la mente películas de Douglas Sirk de los años ’50. Más allá de esa línea de crueldades generacionales que por momentos agobia, la película de Canijo funciona como un drama un tanto old school que pone el ojo en el drama de la maternidad dentro de una familia disfuncional encargada de mantener algo supuestamente funcional como un hotel.

En VIVER MAL, sin embargo, se le presta más atención a las ideas y temas menos interesantes de la otra película y se dejan un poco de lado las que funcionaban bien allí, dando como resultado un film mucho menor. La idea de las madres crueles es fundamental, pero al no haber tiempo suficiente para desarrollar ambigüedades y contradicciones en tales personajes, lo que la película presenta es a una serie de monstruos irredimibles, personajes que solo pueden calificarse como horribles. Al abandonar también los tiempos más reposados y observacionales del relato, cada episodio de este film se vuelve más convencional, elegantes piezas teatrales centradas en enfrentamientos familiares.

Son tres las historias que se cuentan aquí. La primera es la de una pareja compuesta por una joven «influencer» de redes sociales que vive pendiente de sacarse fotos todo el tiempo y su pareja un tanto mayor, que está un poco harto de todo eso y que funciona como su fotógrafo. El tipo está, sí, pendiente de los llamados de su abusiva madre (acá el rol aparece solo de ese modo pero es central para lo que pasa después) y ella está cansada de esa dependencia e intromisiones. El, en tanto, sospecha que ella está teniendo un affaire con un amigo suyo. Y de ahí en adelante todo se complicará aún más.

La segunda presenta a una madre (Leonor Silveira) de vacaciones con su hija y el marido de esta. La elegante y soberbia mujer maltratará constantemente a su hija, se aliará con su cuñado (en más de un sentido) e irá destrozando mentalmente a la joven, que no tiene la fuerza ni la capacidad para enfrentarse a esta mujer tan dominante. El tema del dinero es central aquí y allí entrará a jugar algo que motiva al menos a dos de los tres jugadores de esta pieza cruel de uso y abuso familiar.

La tercera no es mucho menos cruenta y quizás tenga a la peor madre de todo el pack, interpretada por Beatriz Batarda. Aquí es una mujer bastante similar a la anterior –elegante, soberbia, muy creída de sí misma– que viajó allí con su tímida hija y con la novia de esta, que intenta que la chica se presente a una sesión de casting para una serie. Allí comenzará lo que es literalmente una guerra entre la madre y la enamorada de su hija, en la que no hay agresión que no se lance, más que nada de parte de la madre hacia la chica. Su hija, en tanto, en medio del caos y la violencia verbal entre ambas no sabe qué hacer, tironeada especialmente por su dominante y controladora madre.

El problema de VIVER MAL es que aquí no hay ambigüedades, sutilezas, contradicciones. Quizás al estar más acotadas en el tiempo (las historias durante entre 35 y 50 minutos cada una) todo se concentra en el lanzamiento filoso de dardos entre los personajes: los novios del primer cuento, todos en el segundo, y la madre contra la «nuera» en el tercero. En todos los casos se trata de madres que no tienen pudor en reprocharles a sus hijas el daño que les produjo –a sus cuerpos y a sus vidas personajes– el solo hecho de haberlas parido, la decepción que la mayoría de ellas les han causado como personas y el fastidio que les sigue causando las decisiones que toman como adolescentes o adultas.

Formas raras del amor familiar –todas ellas, curiosamente, dicen amar a sus hijas–, las madres de estas dos películas son criaturas propias del cine de terror. El tiempo que se les otorga en MAL VIVER para ir más allá de su imagen pública (allí las vemos quebrarse, dudar, arrepentirse de lo dicho o hecho) transforma a esa película en una exploración más inteligente y profunda. En VIVER MAL solo vemos sus actos violentos ya que no hay tanto tiempo para la contemplación del espacio y el manejo de los tiempos que permitiría darle cierto aire a todo. Sigue siendo una película formalmente muy bella pero deja entrever una tesis un poco simplista que abarca a todo el proyecto. Especialmente en ciertas clases sociales acomodadas, lo mejor es tener a las madres lo más lejos posible de las vidas de sus hijas, sus jóvenes víctimas, que difícilmente logren escapar a esa saga generacional de malos tratos.