Series: reseña de «Querido Edward – Episodios 1/4», de Jason Katims (Apple TV+)

Series: reseña de «Querido Edward – Episodios 1/4», de Jason Katims (Apple TV+)

Esta serie dramática, basada en la novela homónima de Ann Napolitano, se centra en la vida de los familiares de las personas que murieron un accidente de aviación y del único sobreviviente. Con Taylor Schilling y Connie Britton. En Apple TV+ desde el 3 de febrero.

Un brutal accidente de aviación deja enormes secuelas en los familiares de las personas fallecidas. De un día para el otro han perdido a uno o a varios seres queridos de su grupo más íntimo, quizás ni tengan un cuerpo que enterrar y tienen que lidiar con el dolor, el trauma y, en algunos casos, sorpresivos descubrimientos ligados a esas personas. Si hay algo positivo en este tipo de tragedias masivas es que, en muchos casos, los familiares de los fallecidos se tienen entre sí: se conectan, se pueden entender, ayudar y acompañar, permitiendo que ese dolor se atraviese mejor gracias a la compañía terapéutica y humana.

QUERIDO EDWARD (DEAR EDWARD en el original) tiene una particularidad dentro de este tipo de desarrollo. El tal Edward sobrevivió al accidente. Se trata de un chico de doce años que –por motivos que ya verán– salió bastante ileso de la caída brutal de un avión que volaba a Los Angeles, episodio fuerte que se verá a lo largo del primer capítulo, especialmente en su última parte. Como en muchas series centradas en situaciones de este tipo, se trata de un relato coral que cuenta las historias de los familiares de los fallecidos, cómo atraviesan sus dificultades y tratan de continuar con sus vidas o, en algunos casos, empezar de nuevo. Y está Edward, además, cuya situación particular lo deja un poco aparte.

Esta sensible aunque un tanto pomposa serie, basada en la novela homónima de Ann Napolitano, busca conectar emocionalmente desde el dolor, creando un grupo de protagonistas muy diverso que solo tiene en común, al menos en principio, familiares muertos en el accidente. Antes de ese fatídico vuelo, los vamos conociendo, a modo de introducción. Edward (Colin O’Brien) viaja en ese avión con su padre, su madre y su adorado hermano mayor con la idea familiar de mudarse de Nueva York a Los Angeles. Pero él es el único que sobrevive al accidente y es ubicado al cuidado de su tía Lacey (Taylor Schilling, de ORANGE IS THE NEW BLACK), con la que tenía poca relación. Junto a ella –que no sabe bien cómo manejar la situación–, su marido y una vecina y compañera de colegio llamada Shay (Eva Ariel Binder), Edward intenta salir de su bloqueo mental y emocional pero los avances son difíciles.

Anna Uzele encarna a Adriana Washington, una joven que trabajaba junto a su abuela, una célebre congresista afroamericana, quien también murió en el accidente. Adriana se debate entre seguir o no la carrera de su abuela y debe decidir si ir o no a elecciones por el cargo que ella dejó. En el grupo de ayuda en el que se juntan algunos familiares de los fallecidos conoce a Kojo (Idris DeBrand), un hombre oriundo de Ghana que ha llegado a Estados Unidos a enterrar a su inmigrante hermana que murió ahí y llevarse de regreso a Africa a la hija de ella, Becks. Pero como los trámites no son tan sencillos, Adriana termina ayudándolos, conectando con la perturbada Becks (Khloe Bruno) e involucrándose más de lo que pensaba en la vida de ambos.

La otra historia fuerte la protagoniza Connie Britton. La actriz de FRIDAY NIGHT LIGHTS –serie creada por Katims, también responsable de esta– encarna a Dee Dee, millonaria viuda de un empresario que falleció en el vuelo. Al reunirse con el contador de la familia y enterarse que su marido ha perdido todo su dinero y ella está llena de deudas, la mujer empieza a darse cuenta que el hombre tenía una vida secreta que ella desconocía por completo, doble vida que no es necesariamente la más obvia y previsible en estos casos. El choque con esa realidad, parece, va enfrentando a Dee Dee no solo a ese otro mundo de su marido sino a sus propias limitaciones para entenderlo.

Hay varias historias más, a las que se le dedica por ahora poco tiempo –una viuda lidiando con el hermano del fallecido, una mujer que quedó embarazada de uno que murió del avión y tiene que darles la noticia a los padres de él, entre otras–, pero estas serán las principales. A eso hay que agregarle algo más, que aparece como dato recién al final del tercer episodio y que promete ir creciendo con el correr de los siguientes. Son las cartas a las que el título hace referencia. «Dear Edward» es la forma en la que cientos de personas le escriben al sobreviviente, algunos pensando que quizás sea un hacedor de milagros y en otras ocasiones acusándolo por haber sobrevivido. Pero Lacey y su marido, por ahora, no quieren que el chico se entere de la existencia de las cartas porque, convengamos, ya tiene demasiados asuntos en su cabeza.

Se trata de una serie que nunca conjuga ni combina demasiado bien sus distintas historias, sus subtramas paralelas. El accidente parece una excusa narrativa para contar tres historias distintas en tono y en problemática –la superación de un trauma, un posible romance, el descubrimiento de un secreto– sin que ninguna sea realmente fundamental. Es una serie de momentos y escenas, con actuaciones que tratan de llamar la atención sobre sí mismas (Britton y Schilling buscan claramente alguna nominación al Emmy) y un tono epifánico que termina siendo un tanto agotador, con un uso de la música y algunos planos «poéticos» que intentan convertirse en significativos de una manera un tanto forzada.

DEAR EDWARD es mejor cuando se circunscribe a personas y situaciones específicas y concretas. La relación de Edward y Shay, y la de Adriana y Becks, son las mejores y más naturales, las que se sienten menos «empujadas» por la presión lírica de la puesta en escena y de la música de volverse todo el tiempo importantes y significativas. La de convertir cada escena en un momento emotivo y potencialmente lacrimógeno es una búsqueda de carácter un tanto literario que, cinematográficamente, bordea el abuso sentimental. Katims sabe, en general, donde detenerse para no cruzar del todo la línea hacia la soap opera, pero por momentos el límite es muy difuso. Y la serie cae muchas veces del otro lado de esa imperceptible frontera.