Estrenos: crítica de «Oso intoxicado» («Cocaine Bear»), de Elizabeth Banks
Esta comedia de terror se inspira en un caso real que tuvo lugar en 1985 cuando un oso consumió la cocaína que narcotraficantes tiraron desde un avión. Con Keri Russell y Alden Ehrenreich.
Con una premisa y un título que dan para casi cualquier cosa, los creadores de COCAINE BEAR han intentado un acercamiento que, en los papeles, es bastante lógico y, si se quiere, coherente: ir por un combo de horror y comedia para contar los desmanes y problemas que genera en las vidas de un grupo de personas un oso que, por esas cosas del azar, se vuelve adicto a la cocaína. El problema es que entre la idea y la obra hay una distancia insalvable. Eso que en los papeles parece muy gracioso –aún en su lado más macabro– en la práctica no lo es tanto. No es que el humor no funcione en la película, sino que en el mejor de los casos saca una leve sonrisita y no mucho más.
Todo empieza increíblemente bien, con un cameo de Matthew Rhys como un traficante que lanza, desde un avión, bolsos con cocaína. Pero el hombre tiene tanta mala suerte –bah, ya había consumido bastante de lo que vendía– que se golpea la cabeza al lanzarse en su paracaídas, desciende por el aire desmayado y muere al caer en Knoxville, Tennessee. Luego de eso vemos a una pareja de hikers en medio de una montaña observar los raros comportamientos de un enorme oso negro, que termina yendo a buscarlos y los ataca ferozmente. Los espectadores no tardarán mucho en darse cuenta que el animalito ha metido su cabeza en algunos de esos paquetes que cayó del aire. Y que quiere más.
La acción –que transcurre en 1985 y se inspira muy libremente en un caso real que es bastante más simple que lo que aquí se cuenta– se ubica en un parque nacional en Georgia y tiene un tono cercano al de las películas de esa época. No solo por la musicalización y las características de los personajes, sino porque parece un tipo de comedia como las que se hacían en los años ’80, con su mezcla de humor ramplón y supuestamente áspero pero que en definitiva es hoy bastante inocente. Alguno la definió como una mala imitación de una película de los hermanos Coen de entonces (digamos, EDUCANDO A ARIZONA) y, si bien no es del todo así, al menos sirve para entender parte de la búsqueda de Banks.
Los protagonistas son más de una decena y los que los conecta es el oso en cuestión y la cocaína perdida, siempre en ese parque operado por la torpe y agresiva Liz (Margo Martindale), a quien acompaña su colega Peter (Jesse Taylor Ferguson). Por un lado habrá un grupo de «delincuentes juveniles» que siempre roban por el parque y que se topan primero con la cocaína y más tarde con el oso. Por otro, dos miembros del grupo traficante (Alden Ehrenreich y O’Shea Jackson Jr.) que están ahí para recuperar la mercancía a instancias de su jefe Syd (Ray Liotta Jr. en su último papel). Además, una enfermera (Keri Russell) estará buscando a su hija Dee Dee (Broklynn Prince, la niña de THE FLORIDA PROJECT) que no fue a la escuela para irse allí con su amigo Henry (Christian Convery). Y luego aparecerán algunas personas que vendrán a colaborar –el jefe de la policía local, un par de enfermeros–, pero que se toparán también con la inesperada sorpresa.
La «sorpresa» no es otra cosa que el oso violento y desatado por el consumo de cocaína que circula por la zona buscando más y más de ese polvo en bolsas (se las come enteras, para que se den una idea) mientras va atacando a quienes huele con droga encima o por haber consumido. Allí la película aplica un nivel de violencia cercano al gore que debería convivir bien con el humor un tanto tontuelo con el que están pintados los personajes, pero no siempre lo hace. No es que el guión sea necesariamente malo o haya un problema con las actuaciones o o con la puesta en escena. Simplemente lo que se siente es que nada es tan gracioso ni ocurrente como los creadores suponen que lo es.
Uno ve cómo todo va derivando en una bizarra y horrorosa serie de violentas secuencias con relativa simpatía, pero es difícil entrar del todo en el tono que propone la película y dejarse llevar por la propuesta. Quizás lo mejor sea verla en una sala llena de espectadores particularmente entusiastas, a los que cualquier chiste ligado a la idea de un animal drogado les parezca el colmo de lo divertido. Sin ese coro de risas uno probablemente vea la película tratando de entender bien dónde está el problema, sin saber nunca exactamente cuál es.
OSO INTOXICADO será decepcionante para aquellos que, al leer el título original y el concepto, creyeron que la premisa daba para la mejor comedia del año. Y no, no lo es. Hay demasiados personajes que son hasta similares entre sí, el patetismo de la mayoría de ellos no ayuda a que uno tenga demasiada empatía ni sufra cuando se ve que algo terrible les puede suceder y las violentas situaciones se apilan, una tras otra, sin generar demasiado crecimiento dramático. Ehrenreich y Russell son los que mejor salen parados de todos, generando algunos momentos muy graciosos el primero (cuando el oso se le cae encima pasado de frenesí) y la segunda haciéndose cargo de la parte más dramática ligada a encontrar a su hija sana y salva.
El resto es ese oso hecho –tal como se mostró en los Oscars con igualmente relativa gracia–, con efectos digitales (CGI). Y si bien el trabajo técnico para convertirlo en un personaje más o menos creíble está muy bien, el chiste del oso drogón, acelerado y furioso, que solo quiere consumir más y más cocaína causa gracia al principio y, si se quiere, un par de veces más. Pero es difícil sostener la cuestión por más de 90 minutos. Como pasa con algunas drogas, la parte divertida del efecto se acaba mucho antes del final de la película.