Estrenos online: crítica de «Please Baby Please», de Amanda Kramer (MUBI)

Estrenos online: crítica de «Please Baby Please», de Amanda Kramer (MUBI)

Andrea Riseborough y Harry Melling interpretan a una pareja que cuestiona sus roles de género en esta relectura LGBT de los melodramas de los años ’50. Estrena MUBI el 31 de marzo.

Una relectura en clave posmoderna, queer y de. corte teatral de los dramas sobre pandillas juveniles de los años ’50 –como WEST SIDE STORY o EL SALVAJE, con Marlon Brando–, PLEASE BABY PLEASE es un ejercicio de estilo fascinante como tal, más allá de sus complejidades en términos dramáticos y narrativos. Más allá de que su mapa de referencias sea enorme y reconocible –de Kenneth Anger a David Lynch, de Fassbinder a Todd Haynes o cualquier otro cineasta que reformule géneros en clave LGBT– estamos ante una película singular, de esas que se aprecian más desde el análisis que como experiencia cinematográfica propiamente dicha.

La dificultad de la película de Kramer está exacerbada por la presentación, si se quiere, brechtiana de sus ideas. Entrando y saliendo de «la ficción», con los actores trabajando sobre un proscenio que remeda a un escenario teatral (y con la cámara muchas veces ubicada como en una hipotética primera fila), con actuaciones en similar clave excesiva, PLEASE BABY PLEASE es, más que cualquier otra cosa, una tesis que disputa las ideas de masculinidad y femineidad tradicionales del cine norteamericano para intentar destruirlos a partir del uso resignificado de esos mismos estereotipos.

Todo empieza cuando una pareja llega a su casa y se topa con una bandita juvenil un tanto agresiva que responde al nombre de «Young Gents» y que viene de cometer un acto violento. Los muchachos se burlan y agreden psicológicamente a la pareja que, a la vez, parece temerosa y fascinada con lo que están viendo. El primer indicio de las ideas que Kramer pone en circulación pasa cuando Arthur (Harry Melling), en pleno bullying de la pandilla, no puede evitar verse sexualmente fascinado por su líder, Teddy (Karl Glusman, haciendo un cosplay de Marlon Brando). Y lo mismo pasa con Suze (la nominada al Oscar Andrea Riseborough), pero desde la identificación con él.

Rápidamente queda claro que ninguno de los dos se siente cómodo con los roles asignados a sus respectivos géneros. Arthur dice más de una vez que odia tener que ser un «hombre agresivo» o «actuar como un hombre», mientras que a Suze –con sus pantalones, camisa y look– le pasa lo mismo con el estereotipo femenino, con el que no se siente para nada identificada. De esa forma, sin embargo, los dos parecen llevarse bastante bien y funcionar como una pareja, para la época, muy singular.

Pero el mundo y la curiosidad que hace explotar en ambos ese encuentro los hace entrar en algunas derivas. Visitas a bares LGBT, encuentros con personas de esos mundos, conversaciones con amigxs en las que comparten y analizan experiencias van dejando en claro que ambos han entrado en una suerte de crisis con sus roles. Y esas ideas se van manifestando a lo largo de los 90 minutos que dura la película a través de una serie de eventos –algunos de corte musical– en su departamento, en el bar o en la calle.

Lo central en PLEASE BABY PLEASE pasa, de todos modos, por la propuesta estética. O, dicho de otro modo, por cómo la propuesta estética hace avanzar y comenta los temas de la película. Y en ese sentido Kramer se apoya en las referencias antes citadas, haciendo una colorida y «almodovariana» comedia dramática en la que aparecen canciones, parlamentos a cámara, coreografías y diversas escenas que bien podrían formar parte de alguna troupe teatral presentándose en algún local nocturno. Hay algo muy codificado en la propuesta –códigos que, se asume, comparten cineasta, actores y público– que por momentos tiene la marca de película de culto escrita en cada fotograma. Dependerá quizás de la conexión del espectador con esos códigos su enganche o no con la propuesta.

Pero más allá del carácter subjetivo de esa lectura, es innegable que es una película cuidada formalmente, pensada casi de modo coreográfico y consistente en todos sus rubros. Es, a la vez, por momentos impenetrable, una película que funciona como una tesis de sí misma y que no logra conectar con el espectador de otra manera que no sea intelectualmente. Es demasiado gélida para una película que, en los papeles al menos, habla todo el tiempo de deseo, seducción y sexo. De hecho, la aparición más naturalmente sensual de la película es cortesía, nada menos, que de Demi Moore, en una breve pero explosiva aparición que deja con ganas de ver, quizás, un spin-off de esta película protagonizada por ella. Igual de camp, si se quiere, pero un poco más divertida.