Series: crítica de «Desde las alturas» («Up Here»), de Danielle Sanchez-Witzel y Steven Levenson Series (Star+)

Series: crítica de «Desde las alturas» («Up Here»), de Danielle Sanchez-Witzel y Steven Levenson Series (Star+)

Esta comedia romántica y musical se centra en dos jóvenes que viven en Nueva York en 1999 y los problemas que tienen para concretar su relación. Con Mae Whitman y Carlos Valdés. Disponible en Star+.

DESDE LAS ALTURAS es el tipo de serie que uno quiere que le guste. Es una comedia romántica, un musical, una historia algo retro y clásica de esas que no hay muchas últimamente, ni en cine ni en TV ni en las plataformas de streaming. De hecho uno la empieza viendo con una sonrisa, con cierto entusiasmo, con ganas de engancharse con la propuesta. Pero pronto –demasiado pronto, lamentablemente– se va dando cuenta que no hay demasiada tela para cortar aquí. Y que la simpatía con la que uno empezó se va convirtiendo de a poco en tedio y hasta coquetea, sin llegar por suerte, con el fastidio.

Es una pena porque, en los papeles al menos, UP HERE (la traducción al castellano no representa el sentido de la frase) es una invitación ideal para los que nos gustan las comedias musicales. La excusa de la trama, la que permite que aparezcan las canciones creadas por la dupla de FROZEN (Kristen Anderson-Lopez y Robert Lopez), es que los dos protagonistas escuchan algo así como «voces en sus cabezas» (de ahí el título, más traducible como «Acá arriba«). Interpretadas por actores, esas voces habilitan situaciones de fantasía que en muchas ocasiones se resuelven con canciones y coreografías.

La idea es simpática y, más allá de que esas «voces» tipo coro griego se ubiquen y representen modos de pensar bastante tradicionales, también pueden ser entendidas como parte de una propuesta que es un tanto old school. A tal punto se nota esa búsqueda por ser algo «retro» que si bien transcurre entre finales de 1999 y principios del año 2000, por el look, las melodías y algunas (no todas) las actitudes de los personajes, bien podría transcurrir varias décadas antes.

No todas, digo, porque el sexo es un tema central en la relación entre los dos protagonistas, lo que lleva a que atraviesen algunas situaciones incómodas. Mae Whitman (GOOD GIRLS) interpreta a Lindsay, una chica que está a punto de casarse con su novio de toda la vida en su pequeña ciudad pero que, a último momento, decide cancelar todo e irse a probar suerte en Nueva York, donde quiere cumplir su sueño de ser escritora. Las «voces» en cuestión (de sus padres y una amiga de la adolescencia) le rogarán que se quede, que no intente romper los estereotipos y roles tradicionales, pero de todos modos Lindsay se irá, se instalará en un pequeño cuarto en Manhattan y conseguirá trabajo en una librería.

En un bar conocerá a Miguel (el actor/cantante de raíces colombianas Carlos Valdés), un joven analista latino de un banco de inversión, con el que se relacionará en una noche encantadora hasta que las cosas se complican por cuestiones que ya verán y que abochornarán al buen chico. Al igual que Lindsay, Miguel también tiene un trío de personas (su madre, una ex y un hombre cuya identidad se develará luego) que le hablan y con los que se comunica muchas veces cantando, solo que la gran diferencia aquí es que estos tratan, cada uno por distintos motivos, que el hombre no se enganche con la chica.

Eso llevará, por más tiempo del que es necesario, a que la relación entre Lindsay y Miguel sea una de constantes idas y vueltas, arranques y rupturas, muchas veces empujadas por esas voces. Es que los dos protagonistas, cada uno por su lado, valora su desarrollo personal y profesional por lo que suponen que una relación estable puede impedirles avanzar en sus carreras. Así que la temporada consistirá en una larga serie de contratiempos que irán impidiendo o complicando lo que es obvio desde la primera escena: que están hechos el uno para el otro.

Es un tipo de trama clásica y hasta repetida, pero el problema no es ése sino que, a lo largo de una serie que se extiende por más de cuatro horas, los inconvenientes empiezan a transformarse en repetitivos, obvios, caprichosos, puestos solo para estirar y estirar lo que es inevitable. Más allá de las debilidades que la serie tiene en otros aspectos (digamos que musicalmente también es un poco limitada, demasiado deudora de tradiciones de Broadway), quizás con el marco y los tiempos de una película de duración convencional podría haber funcionado mejor, con más ritmo y eficacia.

Es que los protagonistas son encantadores y el marco que los contiene posee una simpática artificialidad de «película hecha en estudios», que en algunos casos hasta se la hace ostensible. Pero más allá de los signos sueltos de algo potencialmente muy bueno –los creadores tienen amplia experiencia en el género y se nota–, la serie en sí nunca termina por crecer, por explotar o emocionar. Para el quinto o sexto episodio la propia mecánica de la propuesta parece caer por su propio peso y ya no puede levantarse más. Y es una pena que eso suceda, porque el envase es ideal para un buen musical romántico. No es este, lamentablemente.