Series: crítica de «The Big Door Prize: la puerta a tus sueños», de David West Read (Apple TV+)
Basada en el novela homónima de M.O. Walsh, esta comedia dramática cuenta la historia de un pequeño pueblo que cambia para siempre cuando en una tienda local aparece una misteriosa máquina que promete revelar el verdadero potencial de cada uno de sus habitantes. En Apple TV+ desde el miércoles 29.
La vida en Deerfield, un pequeño pueblo de unos Estados Unidos que son y no son los reales, parece muy tranquila. Hay dramas y tragedias como en cualquier ciudad de ese tipo, pero todo parece fluir con una naturalidad que es un tanto conservadora. No porque la gente lo sea –ya verán que es una ciudad donde las mezclas raciales y las sexualidades no tradicionales son bastante más comunes que lo que sería habitual en un pueblo de ese tipo en el mundo real– sino porque así parece ser la vida en los pueblos chicos. La gente va yendo por caminos y esos caminos –trabajos, parejas, hijos– los definen de por vida, en algunos casos casi por inercia.
En THE BIG DOOR PRIZE pasa eso que no pasa nunca en la realidad. O, si pasa, nadie se lo tomaría tan en serio. En el almacén local alguien –no se sabe quién ni cómo– ha depositado una máquina en la que, si alguien pone un par de monedas, su número de documento y sus huellas digitales, termina recibiendo como respuesta cuál es su potencial en la vida. Ese juego medio infantil que parece inocente empieza a modificar las actitudes de mucha gente del pueblo, a hacerlos tomar decisiones radicales respecto a sus vidas, a arriesgarse a cambiar y hasta a dejar lo que habían armado y lo que eran antes.
Así, un empleado puede dejar de golpe su trabajo porque la máquina le dice que tiene potencial como fotógrafo y una mujer dejar a su marido e irse de viaje a Europa porque entiende que eso dice esa especie de carta astral. Están los que reciben el mensaje de la máquina con felicidad –un empuje a iniciar una vida nueva–, los que no entienden bien qué les dice (el texto puede ser críptico) y están los frustrados porque les sale algo desagradable o, como le pasa al protagonista, porque la máquina le dice que su potencial es ser, simplemente, lo que ya es.
THE BIG DOOR PRIZE es una comedia dramática coral y en cada episodio un personaje distinto toma alguna decisión y atraviesa las consecuencias de seguir los consejos de Morpho, tal es el nombre que tiene la máquina. A veces les sale bien y en otras no tanto. Pero hay personajes que se mantienen a lo largo de toda la serie, empezando por la familia que integran Dusty (Chris O’Dowd), su esposa Cass (Gabrielle Dennis) y su hija Trina (Djouliet Amara).
El padre vive dos crisis simultáneas: acaba de cumplir 40 años y Morpho le dijo que su potencial es ser Maestro y «Silbador», dos cosas que ya es o sabe hacer. ¿Cuál es entonces su objetivo en la vida? ¿Qué hacer ante esa señal? No solo eso le preocupa sino que su esposa recibió como potencial de vida la palabra «Realeza». Y si bien ninguno sabe a qué se refiere con eso exactamente, a Cass le fascina la idea y a Dusty un poco le preocupa.
Si ellos juegan por el lado más cómico de la serie –basada en la novela homónima de M.O. Walsh–, su hija Trina y Jacob (Sammy Fourlas) viven una situación más dramática. Trina era novia del hermano mellizo de Jacob, que falleció antes del comienzo de la serie. Así que los dos conectan a partir de esa desgracia compartida, con consecuencias imprevisibles. No necesariamente por lo que les dice Morpho –a los adolescentes no les afecta tanto como a los que tienen una vida ya más armada– sino por las decisiones arriesgadas que toman en un pueblo que no sabe muy bien cómo tratarlos ni qué hacer con ellos.
Otros personajes tendrán sus episodios, sus quiebres, sus revelaciones y sus crisis. Algunos serán más emotivos, como los del cura Reuben (Damon Gupton) y otros un tanto más extravagantes, como el de Izzy, la madre de Cass y alcalde de Deerfield (Crystal Fox). Otros personajes –como el padre de los mellizos, el dueño de un restaurante italiano, el coach del equipo escolar de básquet y así– estarán jugados, al menos al principio, desde el humor. Pero todo irá cambiando, evolucionando. Una vez que se disparó el caos provocado por los mensajes de Morpho ya nadie parece saber donde está parado ni qué hacer.
La estructura y los temas de THE BIG DOOR PRIZE parecen absurdos pero el creador de la serie, David West Read (que fue guionista de SCHITT’S CREEK), se los toma bastante en serio. Hay algo en la premisa que recuerda el clásico navideño de Frank Capra QUE BELLO ES VIVIR!, ya que aquí se cuenta la vida de personajes de un pueblo chico que no saben o no se dan cuenta que quizás lo que tienen es valioso y que no necesitan sí o sí un objetivo superador. Pero la serie no es, necesariamente, conservadora. No transmite ideas del tipo «todo tiempo pasado fue mejor» o «mejor malo conocido que bueno por conocer». Cada caso es distinto y tiene diferentes consecuencias. A veces, funciona. En otras, no.
La serie pone en juego una hipótesis y ve qué es lo que pasa con ella siempre desde la empatía, la comprensión y el cariño por todos los personajes (bah, casi todos, siempre hay algún secundario que funciona como relevo cómico y nada más, pero son muy pocos) del pueblo. Arranca de una manera inocente, casi ñoña, pero pronto se va volviendo emotiva y es difícil no querer seguir avanzando para ver qué les depara la vida a cada uno de ellos. El cuarteto protagónico es perfecto –especialmente los dos adolescentes– y, al verla, se entiende que ya se haya anunciado una segunda temporada. Se ve que los productores sabían ya del «potencial de vida» de la serie y están dispuestos a ir con ella hasta las últimas consecuencias.