Series: reseña de «Perry Mason – Temporada 2: Episodios 1/2», de Jack Amiel & Michael Begler (HBO Max)

Series: reseña de «Perry Mason – Temporada 2: Episodios 1/2», de Jack Amiel & Michael Begler (HBO Max)

En su segunda temporada, la serie centrada en el clásico personaje del abogado defensor continúa su exploración por el lado oscuro de la vida en Los Angeles de los años ’30. Por HBO y HBO Max.

El mundo en el que existe la serie PERRY MASON es uno en el que cualquier cinéfilo o amante de la novela negra se podría quedar a vivir: Los Angeles en los años ’30, esa ciudad y mundillo tan evocados por las novelas de Raymond Chandler y Dashiell Hammett, y por tanto film noir de todas las épocas. Más allá de cómo cada espectador se sienta respecto a los personajes y la trama de la serie creada en base al clásico personaje, lo que es innegable es su capacidad para transportarte a esa ciudad y a esa época de una manera que hacen recordar a AL BORDE DEL ABISMO (THE BIG SLEEP), a la posterior CHINATOWN o, aún más cerca en el tiempo, a LOS ANGELES: AL DESNUDO. Se trata de una serie suntuosa y cuidada hasta el último detalle, aún a riesgo de convertirse en un museo de sí misma.

Que no lo sea es, casi, un milagro. PERRY MASON tiene tanta fidelidad a ese mundo y a ese género que tranquilamente podría perderse en un mar de citas y homenajes. Pero no lo hace. La serie no es retro, no guiña un ojo irónicamente ni pide ser vista entre comillas. Usa los códigos del género como si fuera un ejemplar de cine negro de la época de oro y se dispone, si se quiere, a morir en su ley, sabiendo que quizás haya espectadores contemporáneos que no le tengan paciencia o el entrenamiento necesario para hundirse en su entramado político, social, económico y audiovisual.

En su segunda temporada, la serie sobre el mítico abogado no ha cambiado demasiado a juzgar por sus dos primeros episodios. Sigue elaborando pacientemente una trama policial siniestra conectada con los poderes fácticos de Los Angeles en los difíciles años posteriores a la Gran Depresión de 1929 y coloca de nuevo a su protagonista –Mason como un clásico antihéroe del género– en medio de una serie de encrucijadas personales y profesionales. Es, si se quiere, un poco más sencilla y legible que la anterior.

Después de las densas situaciones vividas en la primera temporada, Mason (un excelente Matthew Rhys) ha decidido que, como abogado, prefiere ocuparse de asuntos civiles en vez de criminales. Y apenas empiezan las acciones lo vemos metido en un juicio por dinero en el que su cliente, un ambicioso dueño de una gran tienda (Sean Astin), intenta arruinar la vida de un ex empleado suyo que pudo haberle robado algunas ideas. A Mason trabajar para tipos así le repugna, pero le genera ingresos seguros y le devuelve (o debería devolverle) algo de la calma emocional que no tiene. Al hombre lo persiguen pesadillas de lo vivido y le cuesta salir de ahí.

Su ahora socia Della Street (una Juliet Rylance que parece extraída de un film de la época, en especial por su voz y cadencia al hablar) lo convence de seguir en este tipo de trabajos, algo que Perry hace a regañadientes, por más que ella le ponga una secretaria que le organice las cosas. Sus compañeros de «investigaciones varias» (Paul Drake y Pete Strickland, interpretados respectivamente por Chris Chalk y Shea Whigham) se han alejado un poco de él y están haciendo sus propias cosas, pero cualquiera que haya visto un noir sabe que el hombre no podrá evitar volver a ser convocado por una peligrosa investigación.

Y lo que se irá acercando a él involucra un incendio intencional a un casino flotante, el asesinato de un millonario inversor de la ciudad –hijo de un empresario petrolero– que estuvo involucrado en ese asunto y, como es clásico en todo policial de época que transcurre en Los Angeles, el manejo, el uso y la venta de las tierras serán centrales a la propuesta. Pero para Mason es, en principio, todo más simple: dos mujeres latinas, humildes, llegan a su despacho pidiéndole que defienda a dos jóvenes hermanos de ascendencia mexicana (los Gallardo) que han sido acusados del crimen del empresario. Al principio, tanto él como Della dicen que no, que ya no se dedican a eso, pero ustedes ya saben cómo es esto…

La serie recién ha comenzado y seguramente tendrá muchas más vueltas de tuerca e impensados giros narrativos (es casi una marca del subgénero), pero en estas primeras dos horas es una invitación a volver a ser parte de ese mundo que puede ser muy elegante –refinados salones de hoteles, vestuarios impolutos, sombreros, cigarros y autos caros– pero que existe a la par de grandes bolsones de corrupción, racismo y marginación. Del otro lado, la pobreza más extrema. Una parte de Los Angeles puede parecer no haber sido golpeada por la Depresión, pero apenas uno se aleja unos kilómetros, todo cambia. Y Mason está ahí, de algún modo, para hacer algo de justicia entre las dos partes.

Pero Mason no es un héroe impoluto ni nada parecido. Oscuro, denso y con una gran propensión a boicotearse todo el tiempo, es un hombre lleno de problemas y ambigüedades, muchas de las cuales son visibles, y explotadas, por los demás. Street –que en paralelo tiene un principio de romance con una mujer que conoce en un bar– funciona como su conciencia, la persona que puede sacar adelante el trabajo controlando el lado más impulsivo de su socio. Para ambos, de todos modos, la tarea de enfrentarse al combo policíaco-empresarial de la ciudad para liberar a dos humildes hijos de inmigrantes acusados casi sin pruebas será más que complicada.

Es probable, en el contexto de «achicar gastos» actual de HBO y de la crisis económica de las plataformas de streaming, que no haya muchas más temporadas de PERRY MASON. De la primera a esta cambiaron los showrunners, su horario «bajó» del estelar de los domingos a la noche a uno más discreto del lunes y uno, al verla, tiene la sensación de que esto es algo así como «el último baile». Si bien su trama es menos enredada y es un tanto más clara que la de la temporada anterior, no imagino que se trate de una serie que sume muchos fans casuales. Lamentablemente, da la impresión que los nichos de público que ven series como esta no alcanzan a pagar los gastos que implican hacerlas. Es una pena y una prueba más que eso de «la edad de oro» de las series ya es cuestión del pasado. La cantidad de producción sigue siendo alta, pero las series de calidad, como la que tiene PERRY MASON, van camino a desaparecer.