BAFICI 2023: crítica de «Passages», de Ira Sachs (MUBI)
Un cineasta casado engaña a su marido con una mujer dando pie a una serie de dolorosos problemas románticos en este drama protagonizado por Franz Rogowski, Ben Wishaw y Adèle Exarchopoulos. En BAFICI, estrena MUBI en agosto.
Se ha dicho más de una vez, y con cierta razón, que el estilo de Ira Sachs como cineasta tiene mucho de europeo. Y en los últimos años el realizador estadounidense ha hecho honor a este comentario yendo a filmar a Europa. Tras FRANKIE, rodada en Portugal con un elenco de ambos lados del océano (debe ser la única película posible en la que pueden compartir cartel actores tan disímiles como Isabelle Huppert, Brendan Gleeson y Greg Kinnear), el realizador de LOVE IS STRANGE mantiene sus locaciones europeas y sus actores de distintas nacionalidades, pero esta vez para volver a un tema más cercano al corazón de su obra.
En PASSAGES Sachs retoma el concepto del triángulo amoroso y lo hace tomando como protagonistas a un director de cine alemán, su marido británico y su nueva amante, francesa. Tomás (el inimitable Franz Rogowski) es un realizador un poco déspota al que conocemos dirigiendo la aparente última escena de su película y maltratando bastante a los extras. Ya en la fiesta de fin de rodaje se muestra un tanto hosco con Martin (Ben Whishaw), su pareja, ya que el tipo no tiene ganas de bailar. Y un poco por casualidad termina bailando con Agathe (Adèle Exarchopoulos), una chica que no está ligada al mundo del cine pero que sabe quién es.
Una cosa lleva a la otra y Tomas termina pasando la noche con Agathe, volviendo a su hogar a la mañana siguiente y contándole a Martin lo que pasó. Y si bien su marido toma con cierta naturalidad el hecho («te pasa siempre al final de los rodajes», le dice), prefiere armarse un bolso y salir de ahí. Necesitado de compañía y egocéntrico al máximo, Tomas termina yéndose con Agathe. Poco después, se ha separado de Martin y vive con la mujer, en plan permanente. Su ex, en tanto, ya está saliendo con un escritor francés que ambos conocen. Y cuando Tomas se entera de eso, entra en crisis ya que no parece poder aceptar ser tan rápidamente olvidado.
Se trata de un triángulo romántico relativamente convencional, más allá del hecho de que Tomas pase de estar en pareja con un hombre a estarlo con una mujer, algo que la película toma con casi absoluta naturalidad. Los únicos sorprendidos son los incómodos padres de Agathe, que no entienden mucho qué es lo que hace su hija con este extraño hombre alemán que, encima, no tiene mejor idea que reunirse con ellos vestido, bueno, ya verán cómo…
Las complicaciones se apilan y crecen a partir de ciertas revelaciones y giros narrativos, pero Sachs tiende a dejar los momentos más melodramáticos fuera de campo, prefiriendo ocuparse de mostrar los diálogos, reuniones, encuentros incómodos y varias escenas de sexo. Como acostumbra a hacerlo en todos sus films, acá no hay héroes ni villanos. Si bien es claro que Tomas es un egocéntrico grave y alguien que entraría dentro de la genérica categoría de tóxico, Sachs no lo presenta como un monstruo. Sí, de todos modos, es más fácil identificarse con sus dos «víctimas», que casi no tienen relación entre sí salvo por una escena, clave, que decidirá en más de un sentido la suerte del asunto.
El mundo del cine que los rodea apenas se menciona en un par de momentos pero sirve para entender el tipo de persona que Tomas es y la manera en la que espera que los demás cumplan sus deseos o toleren sus caprichos. Martin es un artista al que parece irle bien en su trabajo, algo que a Tomas parece incomodar. El caso de Agathe es distinto, ya que tal vez es el único personaje que Sachs no desarrolla del todo bien, convirtiéndola en alguien reactiva, una maestra de escuela que salvo en determinados momentos se deja llevar por las circunstancias. De todos modos, de a poco y gracias a la actuación de la estrella de LA VIDA DE ADELE, su personaje gana en fuerza y en poder de decisión.
Sachs sortea bastante bien otra de las habituales complicaciones de este tipo de películas que es tener a actores hablando idiomas que no son los propios. Salvo Whishaw, el actor alemán y la francesa hablan casi todo el tiempo en inglés lo cual siempre tiende a ser una dificultad a la hora de permitir que los personajes se expresen con cierta complejidad. Acá lo es –Rogowski tiende a hablar en murmullos de todos modos–, pero de todos modos es secundario ya que los diálogos no son necesariamente el centro del drama sino los comportamientos.
El realizador de KEEP THE LIGHTS ON tiene un estilo cinematográfico que no llama la atención por sí mismo, discreto, usualmente en función de los actores y de sus movimientos. En esta, su película más francesa de todas (los ambientes, las calles y buena parte de la lógica de la situación remiten a films de Philippe Garrel, François Truffaut o Jean Eustache), Sachs no modifica esa lógica pero sí agrega algunas escenas que llaman la atención sobre sí mismas –un baile, una escena de sexo, una veloz corrida en bicicleta por las calles de París– y que alteran el tempo y el ritmo de la película.
PASSAGES no intenta reinventar el drama romántico ni mucho menos. Se trata de una película que recorre caminos conocidos pero que lo hace con una honestidad a flor de piel y, sobre todo, con una empatía por los protagonistas que es tan llamativa como bienvenida. Sería muy fácil convertir a esta historia en una de víctimas y victimarios, pero Sachs hábilmente le escapa a las acusaciones. En circunstancias como estas nadie muestra necesariamente su mejor cara. El realizador lo entiende y gracias a eso la película crece.